El espejo enterrado #25, una columna de Daniel Luna
La literatura mexicana está construida por distintas capas, actualmente hablar de la tradición escrita en este país es introyectar un cúmulo de textos imposible de dividir sin establecer una conexión de herencias e inspiraciones. Un ejemplo de ello es el cuento mexicano el cual durante el siglo xx dirigió a los lectores a debatir un sin número nombres y estilos.
Cuentos los hay de todo tipo. Existen los que retratan el entorno en todos los niveles y aquellos que describen una utopía con orígenes reales. No obstante, la trilogía de columnas que aquí comienza tiene el objetivo de recomendar la obra de tres escritoras. Cada una de ellas fue una inspiración para las demás, y juntas establecieron una dinámica sorprendente alrededor de su narrativa. Un legado bajo los nombres de Amparo Dávila, Inés Arredondo y Guadalupe Dueñas.
Iniciamos con Amparo Dávila, una escritora zacatecana quien incursionó en el género fantástico. Ganadora de los premios Xavier Villaurrutia en 1977 y de la medalla Bellas Artes en 2015. Generalmente su obra es conocida por el uso de temas tabúes relacionados con una figura transgresora de la imagen femenina. Esta construcción es la marca de sus protagonistas quienes juegan con la idea del tiempo como un símbolo de la adversidad. Mientras el resto de los personajes destacan tanto por la frustración de sus relaciones interpersonales como el deseo ardiente y no satisfecho personificado en algún otro elemento al interior de la trama. Estos factores aportan a su narrativa un instinto de vulneración ante el orden establecido lo cual apuesta por el desarrollo de la catalogada voz de provincia.
Un ejemplo de lo anterior es el libro Muerte en el bosque el cual es una antología de cuentos que pasa por distintas fases en el estilo de esta escritora. Con un total de 13 relatos, los títulos que puedes encontrar en este ejemplar son; Fragmento de un diario (julio y agosto), El huésped, Un boleto para cualquier parte, La quinta de las celosías, La celda, Final de una lucha, Alta cocina, Muerte en el bosque, La señorita Julia, Tiempo destrozado, El espejo, Moisés y Gaspar y El entierro.
Estas lecturas ofrecen un panorama del mundo en dónde el sentido común cede paso a lo absurdo bajo la construcción de realidades profundas y posibles. En cada página se puede percibir un poco de la esencia de la misma autora debido a que sus historias son un ejercicio automático de sus propias experiencias.
Gracias a la riqueza de seres extraños los temas recurrentes como la soledad, la locura, el miedo y la muerte fortalecen la cosmovisión del miedo alimentado de ambientes adversos a los que sobreviven como parte de su cultura y resiliencia. Ambos, valores intransigentes del ambiente perfecto.
Al final, su aportación se vuelve una extensión de su interior. Una verdad que condiciona el escenario de lo cotidiano hasta los límites de lo convencional. Eso es el huésped, el tiempo o el bosque. Fracturas de una realidad en donde habitan las historias dignas de contarse y que solo basta con agudizar lo sentidos para escuchar. Cuántas veces percibimos ese silencio en un día perfectamente soleado, en un conocido o en un lugar familiar. Ese giro de ambiente consiguió que la literatura no sólo se nutrirá de un solo tipo de espacios sino también de las situaciones comunes. Un misticismo único que revolucionó la narrativa y su recepción a límites que hoy se siguen dibujando.
Herramientas heredadas a artistas del futuro y con la dosis correcta que la segunda autora agregó, se convirtieron en una guía indispensable para el cuento mexicano. Un camino que recién comienza y continúa en dos semanas con la siguiente entrega, la cual se abordará otro ingrediente que consolido la cuentística latinoamericana a ser un referente literario reflexivo e innovador.
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