Las constantes briagas del abstemio #11, una columna de Juan Rey Lucas
“Ser objetivo es tratar al prójimo como si fuera un objeto, a un muerto, es comportarse con él como un sepulturero”.
Emil Cioran
Los profesionales de la narrativa, la exégesis, y el análisis futbolero en México han adquirido una cualidad finísima y casi magistral con respecto a liquidar y exterminar todo sentido de fascinación y maravilla con respecto al fútbol (en especifico en nuestro país y algunas latitudes del continente también). Cualquier descripción por muy enérgicamente desdeñosa o fascinante, colinda en los mismos y siempre paupérrimos iguales formulismos, zonas comunes, eternas reiteraciones, y loas estúpidas para con todo alrededor de este deporte. Aunque antes ya había mutado tras el recorte de volverlo dos torneos, como indigencia deportiva, instaurados en lo que un noticiero deportivo exactamente logra: informar. Tal vez sea yo un televidente u oyente de radio, o lector de en la internet, demasiado melindroso o exagerado en mis puntos. Pero ellos han conseguido quitarle lo magnifico que una actividad física puede crear por sí misma. Y podríamos verlo desde el otro lado de la barrera; es decir, desde la monotonía omnipresente en cada entrevista a director deportivo, director técnico, o jugador; en cada palabra atascada de pobreza, estrechez, inutilidad, y aburrimiento que otorgan en cada rutinaria entrevista. No hay por ninguno de los dos lados –desde comentarista a jugadores- alguien en la Tierra del Señor con el pensamiento lo suficientemente dislocado para volver a darle una hemostática existencial tenaz, audaz, y osada. Es evidente que el acontecimiento en este deporte –ya sea perdiendo, ganando, o empatando– es vuelto ramplón y pedestre. Y si lo podemos ubicar del lado de los locutores, desde cualquier punto epistemológico: ya sea viendo el acontecimiento, o interpretando el mismo en el acto-momento, regresan a las idénticas formas que empobrecen al evento; volviendo así a su manoseado dualismo: lo malo y lo bueno. El filósofo francés Gilles Deleuze sugería desde su sistema filosófico que toda zona del conocimiento –la ciencia, el arte, y en un caso particular la filosofía– han de tener la vehemencia de crear conceptos para extender la vida, tratar de abrazar lo inabarcable para expandir el pensamiento. Volar por aires desconocidos en el pensar. Surcando atmósferas que nos engrandezcan y otorguen una vida poética –como lo creador y lo artístico–. Una riqueza que todo acontecimiento posee y que no se circunscribe a una hermética disposición de objeto-sujeto, sino a un flujo de intensidades, de magnitudes que se vinculan o quiebran oscilando en la variabilidad que es su exuberancia consustancial. Así que no esperemos mucho con respecto a los últimos eventos que se avecinan (lo más inminente, los juegos olímpicos). La normatividad que logra la dominación del vocabulario para nulificar toda abundancia en el suceder, los mutila, y los coagula. El mimetismo es aterrador. Nadie logra dar el salto a la coyuntura de emisor-receptor (pasando por todas las cadenas: ESPN, Televisa, TV Azteca, Imagen, Fox Sport, etc.). Las mejores a-significantes que se han logrado en la historia han salido de mentes –obviamente– ajenas al deporte: desde Juan José Arreola o Juan Villoro siendo invitados a los mundiales. Tan sólo habiendo una distinción aparte –o que a mí parecer tiene esa disimilitud–: Jorge Valdano. Y es que sus velocidades lingüísticas se desarrollan desfasadas en analogía con los comentaristas mexicanos. Pero no solamente es el campeo de la celeridad gramática, sino el vórtice que emana en cada glosa y que no requiere el chiste, ni la mofa ya sea externa o propia. La experiencia del fútbol es eso y más: es experimental. Su práctica como toda actividad humana requiere una transformación de observación múltiple y no exclusiva. Un prisma infinito. Que le proporcione o trate de darle el nivel que amerita como producción terrenal, y no como transcripción insípida. Aunque retornando conmigo: tal vez sea demasiado pedante en mi apreciación y postura, pero no niego que cada vez que quiero gozar con un partido de fútbol: sea viendo el programa previo al partido, el juego mismo, los comentarios post-juego, las mesas redondas de análisis, o los programas de crítica; no ha pasa más del minuto cuando mi estomago arremete contra mí apelando a la náusea, y el fastidio de solo percibir la anulación de la vida.
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