El espejo enterrado #04, una columna de Daniel Luna
Cuán lejanos parecen ser aquellos días de faldas cortas y pantalones a la cadera donde la música escalaba desde los autos hasta los muros, y rompía ventanas por toda la ciudad. Tan atrás que a 61 años de distancia escuchamos esos bailes como un gusto exquisito de quien recuerda a los iconos como leyendas y a su estilo como una moda la cual provoca nostalgia por los pantalones acampanados y camisas de colores.
Los años 60 fueron un grito de liberación y un respiro para los jóvenes cansados de 40 años de conflictos. Este período se caracterizó por las protestas de una ciudadanía cada vez más crítica con las acciones de su gobierno y la situación dibujada en el mundo tras la recuperación económica de la posguerra. Los efectos socioculturales detonaron en los países protagonistas de la década anterior. Miles de seres humanos tomaron las calles e irrumpieron la calma al pliego del amor y la paz.
Lamentablemente, de aquel tiempo sólo sobreviven las fechas conmemorativas, algún concierto o manifestación. Sin embargo, el día a día de los dueños de las calles está encerrado hoja por hoja en las historias de los autores de la Onda. En escritores como José Agustín o Gustavo Sainz, en las actitudes, pensamientos y acciones de Gabriel Guía o Terencio. Provocando en los lectores un estallido entre lo viejo y lo nuevo como conexiones intangibles que van en sincronía con la misma realidad implícita en ser joven dentro de cualquier comunidad.
Dicha manifestación se encuentra en obras como La tumba o ciudades desiertas de José Agustín quien sembró la semilla de este movimiento en América Latina. Inspirados en los acontecimientos en Estados Unidos e Inglaterra, sus textos reproducen una nueva concepción narrativa partiendo del lenguaje coloquial y sin censura. En este tipo de publicaciones opera una sensibilidad diferente con un estilo fresco que atentó con las reglas de su generación.
Este riff juvenil se convierte en un coro de protesta para crear un nuevo mundo a partir de ideologías jamás vistas. Creaciones desordenadas al extremo, sin tradiciones y carentes de normatividad. Otro ejemplo de ello es la novela de Gustavo Sainz donde a partir de la destrucción del lenguaje y los criterios gramaticales forma una experiencia vivida de las palabras y las emociones en los últimos años de la década. Guiando al lector por obsesivos días circulares.
En esta novela con la madurez de los personajes llega el olvido de sus historias y la razón para contarlas. La complejidad de la narración es consecuencia del inquietante devenir de esos años, guardando un código reproducido en cada carta sin terminar. Provocando que lo que inicia como una inquietud en José Agustín termina en confusión con Gustavo Sainz. Dejando out los últimos años 60 y el ciclo abierto para los todavía jóvenes veinteañeros.
No obstante, la herencia cultural de estas obras no terminó al año siguiente. Quienes aún conservan en su interior la punzada característica de la juventud pueden ver un espejo en las imágenes de estos movimientos. Hoy en día es obligación de las juventudes seguir luchando contra las injusticias del sistema. Reproducir el mismo sentimiento de aquellos personajes y convertirlo en su realidad.
Por lo tanto, este circuito desemboca en el intento de comunicación de dos períodos, los cuales aún se dicen algo mediante la memoria y la zagal experiencia compartida; la del lector actual y la del escritor; la del boomer y el millennial; la del nieto y el abuelo, encarnada un momento antes de que uno se vuelva el otro. Pues esa es la condena de los dos, disfrutar de la juventud un instante para degustar el recuerdo eterno de su aroma sobre sus labios.
Más historias
La Risa: Desmitificando el Poder y Aligerando las Cargas Sociales | F es de Fantástico #33
La filosofía detrás de Full Metal Alchemist: Brotherhood | Té de guion #37
Europa como pesadilla | Después de la pantalla #09