Le Cinéma Sauvage #01, una columna de Cristian “Lítost” Gutiérrez
El 29 de agosto de 1997 se estrenó la opera prima de un joven Harmony Korine: Gummo. Antes que cualquier otra cosa, hay que decir que la película fue un fracaso total, pues si bien la misma no se había hecho precisamente con fines lucrativos, si se esperaba un mínimo de acogida para este precoz aprendiz del aclamado Larry Clark. A diferencia de la polémica pero exquisita Kids de su mentor, que en poco tiempo había logrado consolidarse como un clásico dentro de los círculos de cine independiente estadounidense, Gummo fue considerada por la mayor parte de la crítica como una simple pretenciosidad, una cinta escandalosa sin ningún valor estético, un metraje cuyo único propósito es asquear al espectador.
No obstante, hoy, más de veinte años después, la criticada cinta ha logrado ganarse una posición en la conciencia de sus espectadores, que muy distantes a la opinión que ejercían sus críticos en aquel entonces, consideran a Gummo una cinta horripilante pero necesaria para analizar la realidad de muchos lugares. Eso sí, independiente de la opinión que una u otra persona ejerza acerca de esta, casi todos los puntos coinciden en que lo visto en la película es repulsivo, ¿Cómo es posible entonces que un vistazo a nuestra propia realidad resulte repugnante?
La película es una argamasa de fragmentos dispersos que parecen seguir una misma línea, sin embargo, los personajes más recurrentes en la misma son un par de chicos: Solomon y Tummler, dos muchachos pertenecientes a un pequeño pueblo devastado por un tornado. Es alrededor de este hecho que se desarrollan las demás acciones. Pareciese que aquel tornado removió las mentes de sus víctimas, dejando como resultado un pueblo harapiento y gris, lleno de cuerpos vagantes que aparentan no tener una pizca de moralidad. Es en este contexto que seguimos a los dos personajes, los cuales se dedican a cazar gatos para luego ser vendidos y, con el dinero recaudado, dar rienda suelta a sus peculiares excesos.
Acompañados de estos se nos presentan a otros habitantes, que a pesar de sus particulares personalidades parecen tener un común denominador: todos están devastados, el tornado arrasó con sus conciencias, lo que vemos son solo cuerpos sostenidos por un hilo, inertes masas que se mueven únicamente hacia donde sus necesidades lo exijan.
Sin embargo, no son las explícitas escenas lo que conmueven al espectador, pues géneros comunes como la acción, el terror y el suspenso suelen presentar tramas aún más dementes sin generar un verdadero escandalo en la audiencia. Esto se debe al conocimiento de que lo que estamos viendo es ficción, los productores se encargan de utilizar distintos recursos fílmicos y de guion para dejar en claro que lo que hay en pantalla es mero espectáculo, nada de lo que sucede en pantalla se reproduce en la realidad. Harmony en cambio nos presenta su película como un falso documental, con decenas de escenas grabadas como material casero, dando la sensación de en verdad estar adentrándonos a un pueblo real, en el que sus mismos habitantes tratan de exponernos a través de la caótica narración el infierno que es su hábitat.
Y más allá de la cercanía que guarda el filme con el espectador, la empatía que guardamos hacia nuestros personajes es también un sentimiento de culpa; el asco que sentimos al ver a estos peculiares personajes equivale al escándalo de ver a la humanidad reflejada en su estado más pueril. Cuando vemos Gummo, aceptémoslo o no, sabemos que lo que hay en pantalla no es ficción por completo, aquellas tediosas acciones que llevan a cabo nuestros personajes pueden estar dándose ahora mismo en el mundo real, a la vuelta de nuestras oscuras esquinas.
El escándalo que produce ver Gummo equivale al escándalo que produce mirarse al espejo y encontrarse con un humano indiferente, imperfecto, repugnante. En la película podemos ver lo peor de nuestra sociedad, ese lado que todos tratamos de ignorar pero que, en lo profundo de nuestra conciencia, conocemos. He ahí la polémica de la crítica al ver por primera vez esta cinta; los galantes señores no soportaron ver aquel sector de la sociedad que ellos tanto ignoran y restriegan reflejado en pantalla.
Gummo es ficción, pero una ficción reflejante. Esta película no funciona en una sola dirección, el efecto que produce verla es retrospectivo. Como sucede con un espejo, ver Gummo equivale a descubrir las imperfecciones que tanto intentamos evadir.
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