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Hablemos sobre masculinidades (primera parte) | Meditación en el umbral #22

Meditación en el umbral #22, una columna de Fabi Bautista


Drogas, sexo y dinero bajo la opulencia y los excesos, quizás ésta sea la descripción más acertada que viene a mi mente al rememorar El Lobo de Wall Street (2013), filme del aclamado director norteamericano Martin Scorsese. Los ochenta y blues de fondo permiten al espectador conocer al protagonista, Jordan Belfort, accionista y fundador de Stratton Oakmont, casa de corredores de valores. A través de la magnánima actuación de Leonardo DiCaprio, somos introducidos a una trama envolvente bajo una premisa a la que muchos aspiran: el hombre de clase media convertido en multimillonario gracias a su astucia, carisma e ingenio, por no mencionar su capacidad de sabotaje y engaño.

Si la película es una glorificación del cual fuera uno de los mayores fraudes financieros o no, lo cierto es que sus elementos narrativos, simbólicos y fílmicos son dignos de múltiples análisis bajo el lente crítico. Hoy, sin embargo, no me remitiré al sentido moral de la película, ni al hedonismo contemporáneo enmarcado a través del paradójico declive de Belfort. Considerado por muchos como uno de los roles más notables de DiCaprio a lo largo de toda su trayectoria, El Lobo de Wall Street sienta — bajo una óptica exacerbada — un tema que ha cobrado fuerza en las últimas décadas a partir de los estudios de género: la masculinidad.

Si el movimiento feminista centró sus reflexiones en torno a la condición de la mujer, las implicaciones de la feminidad y la diferencia sexual, reconociendo que lo que hemos categorizado como femenino-masculino responde a valores sociales, culturales e históricos propios de cada contexto, en los últimos años este análisis ha derivado en nuevos objetos de estudio enfocados en lo masculino también como constructo social. Entender el género masculino a partir de una categoría analítica ha permitido que el diálogo se oriente a temas como la paternidad, la sexualidad, el machismo y las relaciones afectivas, entre otros, apelando a relaciones sanas y abiertas no sólo consigo mismos, sino con su entorno.

[…] ello es el resultado de una preocupación teórica y política de algunos sectores académicos y de las organizaciones civiles por identificar la forma en que los hombres viven no sólo el mundo de lo público sino también en sus relaciones personales y su existencia cotidiana

Guevara, 2008, p. 72

Ahora bien, vayamos por pasos ¿qué estamos entendiendo por masculinidad? ¿existe más de un tipo? Y, si es así ¿cuál prevalece sobre las otras y por qué? Antes de pasar al análisis del personaje de Jordan Belfort, en esta primera entrega me centraré en introducir algunos conceptos que nos permitan entender por qué El Lobo de Wall Street es uno de los parteaguas idóneos para hablar de masculinidad hegemónica, hipermasculinidad, roles y estereotipos de género. Entonces, retomando lo que nos concierne, resultado de las reflexiones y aproximaciones teóricas, podemos entender la masculinidad como “el conjunto de atributos, valores, comportamientos y conductas que son características del hombre en una sociedad determinada” (CNDH, s.f., p.1).

Ésta es una afirmación que se repite constantemente dentro de los estudios de género, pero, si se ha aceptado y conceptualizado la feminidad como un constructo, era de esperarse que también se comience a reflexionar sobre las implicaciones sociales, culturales, políticas e históricas de lo masculino. Dado lo anterior es que se establece que ser hombre o mujer no se reduce a una realidad biológica (de donde podemos entender el concepto de sexo), sino que la forma en que lo hemos conceptualizado al grado de naturalizarlo es aprendida culturalmente:

Esa interpretación cultural es lo que llamamos “género”: un dispositivo de poder, un guion, que socializa a los cuerpos con pene en la masculinidad, para que se conviertan en varones, y a los cuerpos con vagina en la feminidad, para que se conviertan en mujeres.

Instituto de Masculinidades y Cambio Social, 2019, p. 10

Nos educan para ser hombres y mujeres, quizá no somos conscientes de ello, no es que alguien llegara un día y nos dijera “te voy a explicar todo lo que necesitas para ser un hombre o una mujer”. Por el contrario, ocurre de maneras tan sutiles a través de convenciones sociales, valores, costumbres, productos culturales y demás, que resulta difícil —pero no imposible— cuestionar las ideas con las que nos hemos visto rodeados desde el momento en que nacimos. Ahí ocurre la naturalización del género, puesto que vemos como nato e inamovible características que realmente han sido construidas socialmente; por ejemplo, las mujeres son sensibles por “naturaleza”, mientras que los hombres son estoicos y poco dados a demostrar sentimientos.

Entonces, nuestras formas de actuar, de ser, de sentir no responden a diferencias naturales entre los varones y las mujeres, sino que son resultado de lo que llamamos socialización de género. Es decir, de las formas en que nos crían y educan en lo que es masculino o femenino según la cultura y el momento histórico.

Instituto de Masculinidades y Cambio Social, 2019, p. 10

A partir de lo anterior podemos introducir los conceptos de estereotipos y roles de género. Mientras los primeros se emplean para designar las “etiquetas” que “dictan las características para cada sexo”, los segundos derivan en las “normas de comportamiento, actividades o tareas permitidas para hombres y mujeres” (Comisión Nacional de los Derechos Humanos, 2019, p. 11).  Es decir, mientras a las mujeres se les ha asociado con elementos como la pasividad, la sumisión y la condición de objeto, a los hombres se les han atribuido una serie de características como la fortaleza, la valentía, la tenacidad y el ímpetu sexual. Asimismo, en el ABC de la Perspectiva de Género y las Masculinidades (2019) se identifican cinco roles tradicionales de género designados a los hombres: padre, jefe, líder, protector y proveedor.

A partir de lo anterior, es natural cuestionarse qué tiene de negativo el que se asocien ese tipo de características a lo masculino, si incluso éstos pueden ser considerados como una serie de atributos en su mayoría positivos. En primera instancia, es preciso mencionar que “el sistema patriarcal ha colocado a mujeres y hombres en situaciones de desigualdad” (CNDH, 2009, p. 4) que usualmente los beneficia a ellos. No obstante, el acceso a estos privilegios responde al modelo de masculinidad hegemónica, cuyas características tienen que ver también con la orientación sexual, la raza y el nivel socioeconómico, entre otros.

Es decir, quien no cumpla con este modelo de masculinidad tradicional es relegado, violentado o fuertemente criticado. Sí, el patriarcado te beneficia, pero en su mayoría lo hace cuando eres un hombre blanco, heterosexual de clase media alta que, además, debe cumplir con todos los estereotipos y roles de los que hablamos con anterioridad. Esto pone en tela de juicio qué tan sanas son realmente las características que se le han atribuido a la masculinidad tradicional y a quiénes benefician. En otras palabras, aunque muchos hombres no lo noten o no quieran hacerlo, el sistema patriarcal perpetúa una serie de imposiciones violentas, dañinas y desiguales consigo mismos, con sus lazos familiares y afectivos, así como con su comunidad. Y, para ti… ¿qué significa ser hombre?


Referencias bibliográficas