Le Cinéma Sauvage #05, una columna de Cristian “Lítost” Gutiérrez
La definición del tiempo y la forma en que el mismo funciona es clara: un segundo es un instante, los instantes se acumulan hasta crear minutos, los minutos se aglomeran formando horas, y en este delimitado ciclo, las horas se convierten en días, los días en meses, y estos últimos en años. El concepto es simple y entendible, sin embargo en la práctica muchas veces parece retorcerse. ¿No has sentido alguna vez que el tiempo se mueve como una espiral, en vez de como una recta? ¿No has sentido que los minutos y las horas se acomodan de la forma en que antojan, haciendo de un instante una eternidad y viceversa? Es esto lo que llaman la subjetividad del tiempo, la capacidad que tenemos los humanos para sentir el pasar de las acciones en modos distintos a lo planeado.
No obstante, esta subjetividad del tiempo es algo que se proyecta desde el exterior hacia nuestro interior, es decir, es una sensación individual y sujeta únicamente a mi interpretación distinta a los demás. Es por esto que se hace difícil imaginar una forma de plasmar la subjetividad del tiempo desde una mirada exterior, dibujar este concepto desde lo real y lo global. ¿Puede ser posible mostrar gráficamente la lentitud del tiempo de alguien en comparación con otro ser? No pareciese ser posible… se sorprenderán al saber que un cineasta lo logró.
Wong Kar Wai es un director hongkonés reconocido principalmente por su obra In The Mood For Love. En sus películas, Wong ha intentado desarrollar algunas temáticas en común desde distintas perspectivas: el amor, la separación, la soledad y la distancia son asuntos a tratar en la mayoría de sus historias. Uno de estos temas que el hongkonés ha querido analizar a menudo ha sido el tiempo, indagando acerca de la forma en que este interviene en nuestras acciones y la manera en que el mismo logra arrasar con todo. La película en que logra plasmar esto de manera más poética es en Chungking Express, la película que lo lanzó al estrellato en el mundo occidental.
La historia en esta película es simple, dos policías consumidos por la soledad buscan calmar sus almas a través de mujeres y objetos, enseñándonos así dos historias de amor con finales abiertos en las que reina el sentimiento de acorralamiento en medio de las masas. Asentados en la ruidosa y agitada ciudad de Hong Kong, nuestros protagonistas se mueven entre gentíos que a simple vista, lucen como máquinas a vapor avanzando imparables y a toda velocidad. He aquí la genialidad del director: haciendo uso de una técnica llamada “Step-printing”, consistente en filmar una escena en una baja tasa de fotogramas por segundo, para luego duplicarlas y finalmente proyectarla a 24 fotogramas por segundo, el cineasta logra hacer magia. El resultado de esta maniobra es que ciertos personajes se mueven a una mayor o menor velocidad con respecto a su entorno, dando la impresión así de que el tiempo se distorsiona en relación a la persona que la cámara enfoca. Es así como Wong consigue plasmar la subjetividad del tiempo en sus películas: mientras las muchedumbres avanzan a toda velocidad, nuestros personajes se detienen por largos momentos a beber café, echar cabeza o simplemente sumergirse en su propia marea de pensamientos.
Wong Kar Wai entiende que el tiempo no es una ley universal, funciona más bien como una marea no definida, una espiral que se mueve y se retuerce como le viene en gana. Gracias a su creatividad, Wong logra aislar a sus personajes y plasmar esta subjetividad con una genialidad admirable. Como uno de los muchos sentimientos que este director gusta de tratar, la atemporalidad consume a sus personajes en pantalla, tal y como lo hace con nosotros en la vida real. Dicen que el hongkones, más que contar historias, quiere mostrar sentimientos, pues en Chungking Express con respecto al tiempo lo logró.
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