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El tejido del cuerpo | Transgresiones #04

Transgresiones #04, una columna de Brenda Cedillo Martínez


Los padres blancos nos dicen: ‘pienso luego existo’,
la madre negra que todas llevamos dentro,
la poeta, nos susurra en nuestros sueños:
‘siento, luego puedo ser libre’.

-Audre Lorde

La memoria ha sido un concepto que, en distintas áreas como la filosofía, la política y la psicología se ha tratado. Pero ¿dónde se encuentra la memoria? Desde las filosofías occidentales europeas, la memoria es aquello que almacenamos en la mente, incluso es considerada como facultad humana de la razón.

Pienso, luego existo. Afirmó Descartes, filósofo que aportó a la Modernidad entablando el concepto del Ego, reafirmando así que, a pesar de no tener una certeza del cuerpo, podía sustentar la existencia de la mente/ego, debido a la posibilidad de dudar -incluso de dudar acerca de la existencia de la materia-.  

No obstante, el vicio occidental yace en este inicio de la Modernidad: la individualidad sustentada en los sueños de la razón. Los padres blancos de la razón como Descartes construyeron castillos basándose en conceptos abstractos como entendimiento o Yo pensante, conceptos que nos alejan de la importancia medular que tiene nuestra corporalidad en relación con la memoria.

En la historia de las ideas, el cuerpo ha sido desdeñado o minimizado a un receptor de experiencias o datos de los sentidos aunados gracias a la memoria, de tal modo que la memoria siempre ocupa un lugar mental, mientras que el cuerpo se mantiene con un rol distinto sin relacionarse de modo directo con la memoria.

Pero el cuerpo no es solamente un receptáculo del alma o la razón, así como la memoria no pertenece de manera exclusiva al hogar de la mente o a mapeos cerebrales.

Las poetas, las hechiceras, las narradoras, ya lo sabían: la memoria yace en el cuerpo. Una memoria corporalizada se extiende entre la carne y sus cicatrices.

Espacio y tiempo se conjuntan en la intersección de la memoria corporalizada y cuando se da paso al proceso de poetizar el cuerpo, se abre la posibilidad de un encuentro a nuevos caminos de experiencia y saberes. El cuerpo resulta ser así, un tejido de distintos acontecimientos: el cuerpo es un texto. Su extensión es reencontrada y habitada por las palabras, le dan forma.

Dado que somos memoria encarnada, al remitirnos a nuestra semilla corporal, podemos encontrar formas diversas en que la memoria corporal florece. Un modo de reencontrar el camino hacia esta semilla es nombrando nuestras fisuras. Toda emoción tiene un efecto en el cuerpo, ahí se atrinchera el trauma, la enfermedad o el gozo.

Nuestro cuerpo no está exento de los colores y texturas de reminiscencias espontáneas, sobre todo de las dolencias. Pero gracias al sentipensar del cuerpo a través de la escritura, es posible rozar esas tonalidades que a veces no somos capaces de encontrar a través de la mera racionalización. Por tal, la escritura tiene una raíz profunda en la memoria del cuerpo.  

“Siento, luego puedo ser libre” dijo Audre Lorde, brindándonos la consigna poética radical. Un lema que parte de encontrar saberes a partir de la subjetividad sin pretender la objetividad o universalidad de la razón, porque al regresar a nuestro cuerpo, a su memoria, es posible hallar que nos encontramos en transformación y movimiento, el mismo estado en que los afectos existen. La multiplicidad de nuestras afecciones es tejida en nuestra corporalidad: a través de la historia de tu cuerpo, me reencuentro, nos encontramos; aunque parezcamos individuos (como Descartes afirmó con certeza), el reconocimiento de nuestra carne, nos libera.