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El lomo del mundo: tortugas en la literatura y la cultura pop | F es de Fantástico #35

F es de Fantástico #35, una columna de J. R. Spinoza


Las tortugas son seres de otra época. Animales prehistóricos que habitan la lentitud como si fuera un continente. En la narrativa humana, han ocupado muchos más espacios de los que imaginamos. Han sido símbolo de sabiduría, de resistencia, de paciencia, de memoria antigua y, en más de un caso, de poder secreto.

En La historia interminable, Michael Ende nos dio dos tortugas memorables. La primera es Casiopea, la tortuga luminiscente que puede leer unos segundos en el futuro y acompaña al maestro Hora. No habla, pero se comunica a través de palabras que aparecen sobre su caparazón brillante. Casiopea no corre, no necesita hacerlo. Camina con la certeza de quien sabe a dónde va antes de ponerse en marcha. La otra es la Vetusta Morla, anciana, hastiada, casi inmortal y absolutamente indiferente al destino del mundo. Y sin embargo, su existencia es vital para que Atreyu entienda que, incluso en el desaliento, hay una verdad profunda. Es curioso que en una novela sobre el avance del Nada, las criaturas más lentas sean también las que más saben.

La fábula de Esopo La liebre y la tortuga es otra herida que no deja de cicatrizar: nos recuerda que la velocidad no garantiza el triunfo, que la constancia y la humildad pueden más que el alarde. A cada generación se le vuelve a contar esta historia, y cada generación tiene que aprenderla de nuevo.

En la cultura pop, las tortugas han cambiado de concha. Las más famosas, por supuesto, son Leonardo, Donatello, Michelangelo y Raphael, las Teenage Mutant Ninja Turtles, o Tortugas Ninja Adolescentes Mutantes, que surgieron en los años 80 como una parodia y acabaron convirtiéndose en íconos. Tortugas guerreras, entrenadas en ninjutsu por una rata sabia, enfrentando al mal desde las alcantarillas. Un concepto que no debería haber funcionado… pero lo hizo. Tal vez porque esas criaturas híbridas y marginadas encarnaban algo muy humano: el deseo de pertenecer a pesar de ser distintos.

Con el paso de los años, las TMNT se han cruzado con héroes de otros mundos: lucharon junto a los Power Rangers, compartieron páginas con Batman, y hasta participaron en líneas narrativas donde las dimensiones se colapsan y lo imposible se vuelve cotidiano. Que una tortuga ninja comparta escena con el Caballero de la Noche puede parecer absurdo, pero en el fondo es coherente: ambos protegen desde las sombras, ambos son producto del trauma y del entrenamiento, ambos se resisten al olvido.

El maestro Roshi, de Dragon Ball, lleva una tortuga en la espalda como símbolo y como escuela. Su Estilo Tortuga no es una broma: es un arte marcial que mezcla la disciplina, la paciencia y una potencia inesperada. Roshi mismo es un anciano pervertido y poderoso que representa esa dualidad tan frecuente en la figura de la tortuga: la del sabio que se arrastra hasta que, sin previo aviso, lanza un Kame-Hame-Ha que parte montañas.

Y si hablamos de tortugas cósmicas, Stephen King tiene la suya. En It, la famosa novela donde Pennywise encarna el miedo primordial, hay una figura opuesta, casi mitológica: Maturin, la Tortuga. Es una entidad benévola que vomitó el universo al azar, duerme desde entonces, y representa el equilibrio cósmico frente a la oscuridad del ente conocido como It. Maturin es la sabiduría pasiva, la guía espiritual del Club de los Perdedores en su lucha final. No pelea por ellos, pero los inspira. No impone su presencia, pero deja que la esperanza germine. En ese multiverso literario de King, la Tortuga es un dios dormido… y aún así, más grande que el horror mismo.

En las cosmogonías antiguas, hay tortugas que cargan al mundo sobre su caparazón. En algunas versiones hindúes, el mundo reposa sobre cuatro elefantes que se sostienen sobre una tortuga gigante. En la saga de Mundodisco, de Terry Pratchett, el universo flota sobre el lomo de la Gran A’Tuin, una tortuga estelar que nada por el espacio, indiferente al caos que habita sobre su lomo.

Las tortugas, entonces, son más que un símbolo de lentitud: son la metáfora perfecta del tiempo que no se apura, del conocimiento que no presume. En una época de inmediatez y vértigo, pensar en ellas —literarias, míticas, pop o marinas— es una forma de resistir al reloj.

J. R. Spinoza

F es de Fantástico