Rozatl a través del tiempo #16, una columna de Stefanía Gómez Angulo
La felicidad y la paz mental son estados añorados por todos en algún momento de su vida, en cualquier época. A lo largo de la historia de la humanidad, los profetas se han aprovechado de esta añoranza para crear cultos e incluso religiones que prometen a sus seguidores la felicidad, en este mundo o en el otro, y una convivencia pacífica entre la grey —aunque vale la pena mencionar en este punto la violenta convivencia entre adeptos de distintas religiones—. A pesar de que este tipo de congregaciones siguen existiendo, ha surgido un nuevo tipo en las últimas décadas, las que se centran en la opulencia; porque el dinero sí que da tranquilidad, pero, ¿realmente nos puede dar la felicidad o la paz eterna? ¿Cuál es la verdadera razón por la cual a estos nuevos profetas les interesa tanto enseñarnos cómo ser millonarios?
Hay dos formas principales en las cuales estos cultos predican acerca de cómo hacer dinero. La primera son cursos para llegar a ser “emprendedores”, lo cual significa que uno pueda fundar su propia empresa, ser su propio jefe. He visto varias de las conferencias acerca de cómo poder alcanzar el éxito en esta época, pero nunca he podido tomar los cursos completos porque no tengo el dinero para pagarlos, cruel ironía. La verdad, esto último me ha llevado a dudar bastante acerca de este tipo de filántropos, quienes insisten que quieren ayudar a los que no saben qué hacer con su vida, que muestran testimonio tras testimonio de personas que han triunfado gracias a sus planes o cursos, pero aún así cobran sumas cuantiosas para poder adquirir el conocimiento que celosamente guardan. Asimismo, al escuchar su propia historia de éxito, me pregunto: si poseen tanto capital ¿porqué cobrar tanto por un curso para seguir los pasos de otro? Yo pienso que si algo debería ser gratis en todo el mundo es la educación, para todos, sea cual sea nuestra situación.
La segunda manera en la que estos profetas prometen fortunas infinitas es a través de la venta de productos, ya sea para la belleza e higiene, ropa, aditamentos de cocina, o peor aún, medicinas milagrosas o suplementos para bajar de peso. Estas cofradías conocen bien las necesidades de la gente, y construyen sus empresas alrededor de estos eternos deseos humanos: la belleza y la salud. Un producto que promete belleza o salud fácilmente se vende. Sin embargo, si suena demasiado bueno para ser cierto, probablemente lo sea.
Hay otro aspecto más problemático que la venta de artículos extraordinarios: las tácticas de reclutamiento. Toda religión tiene sus formas de conseguir a más fieles, unas mejores que otras, algunas incluso ilegales, y estas religiones empresariales, más que enseñar a vender de la mejor manera sus productos, impulsan el reclutamiento masivo, sobre todo de conocidos y familiares, con la promesa de dinero fácil y de pertenecer a una comunidad. Y ¿realmente uno puede llegar a ser pudiente como vendedor de medio tiempo? Quienes están en la punta de la pirámide, sí, quienes están abajo, es muy poco probable que tengan siquiera una ganancia, pues deben estar comprando más cosas para vender o mostrando su exuberancia en las redes sociales para poder atraer a más personas desesperadas por tranquilidad eeconómica.
Los nuevos profetas lucen sus riquezas, te incitan a que sigas sus pasos para que seas como ellos. Lejos quedaron quienes sermonaban acerca del amor al prójimo, la humildad y una vida eterna y dichosa, aquellos que portaban su austeridad con orgullo. En estos casos, lo que daba paz y felicidad era la espiritualidad. No creo que eso sea lo que ahora quiere la gente, principalmente la que está hundida en deudas, ya sean estudiantiles, de tarjetas de crédito, de casas, de cosas, de lo que sea. Lo único que desean los deudores es dinero que alivie su alma, que les ayude a pagar y así quitarse ese gran peso de encima. No obstante, no creo que estos cultos del materialismo puedan cumplir sus promesas de fortuna y felicidad, mucho menos si es necesario endeudarse más para poder ingresar.
Hay que tener cuidado con la ambición, ya que nos puede hacer llegar lejos, pero también nos puede quitar todo. Tal vez sería mejor regresar a las religiones espirituales, pero en nuestros propios términos, tomando de las que ya existen lo que nos ayude para tener una vida más feliz y plena. Cada persona tiene diferentes necesidades, diferentes historias y es prácticamente imposible que una doctrina cerrada nos pueda iluminar a todos por igual. Por esta razón, pienso que cada quien debería tener la libertad de crear su propio dogma a través de un profundo autoconocimiento. Esta nueva religión tendría un solo nombre para todos: Personal. Quizás, si aprendemos a sentimos satisfechos con lo que tenemos y con lo que somos, no caeremos en las trampas de los cultos, cuya fuerza radica en nuestra vulnerabilidad.
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