Fragmentos de líneas fantasmagóricas #03, una columna de Juan García Hernández
En lo que sigue, nuestra tarea principal brota de la necesidad por reflexionar sobre un asunto para nada sencillo, el cual puede delimitarse a partir de la siguiente pregunta; ¿cuál es la relación entre la llamada “atrofia de las manos” y el pensar?, aproximarnos a dicha pregunta implica sumergirnos en un camino que probablemente no se pueda agotar en un par de líneas, sin embargo, intentaremos trazar una ruta que nos habilite a meditar la pregunta referida, a partir de una serie de observaciones y sugerencias provenientes de la característica filosofía heideggeriana. Para lograr nuestro cometido, fijaremos nuestra mirada en tres momentos. En primer lugar, explicaremos el contexto del término “atrofia de las manos”, para el presente texto, después realizaremos un breve recorrido por la tradición en búsqueda de la “tematización filosófica de la mano”, por último, ahondaremos en una serie de conceptos fundamentales que integran la propuesta de Martin Heidegger con el fin de apuntar el vínculo esencial entre la mano y el pensar.
De entrada, cabe señalar que, a lo largo de nuestra vida, reflexionar sobre nuestras manos no representa una actividad muy recurrente, incluso es rarísimo, probablemente nuestra actitud frente a ellas solamente sea determinada por una serie de afecciones que ocurren bajo determinados contextos, por ejemplo, el dolor que nos causa un golpe o el adormecimiento de los músculos. Aunque poner atención a nuestras manos, no compete únicamente a los estudios de anatomía, existen múltiples formas en los que el ser humano se ha ocupado de ellas, por ejemplo, la quiromancia, práctica adivinatoria que busca “leer la mano” la cual se ha convertido en un ámbito recurrente en la cultura popular. Y por supuesto, no podemos dejar de hablar de la relación entre las manos y los dispositivos electrónicos, sobre esta relación se desprende el principal impulso de nuestra meditación.
Vilém Flusser ha escrito; “El hombre con sus aparatos digitales vive ya hoy la vida sin cosas de mañana. Es característica de esta nueva vida la “atrofia de las manos”. Los aparatos digitales hacen que las manos se atrofien […] El hombre del futuro ya no necesitara manos. No tendrá que tratar y elaborar porque ya no tendrá que habérselas con cosas materiales, sino solo con informaciones ajenas a la condición de las cosas. En el lugar de las manos se introducen los dedos. El nuevo hombre teclea en lugar de actuar”[1]
Al leer esta última cita, recopilada por Byung Chul-Han en su libro, En el enjambre, sin duda, podemos resaltar el carácter profético de las sentencias al verlas convertirse en una realidad cotidiana, cuando ya no necesitamos manejar con nuestras manos aparatos para reproducir una canción en nuestros dispositivos preferidos o encender nuestra TV sin necesidad de recurrir a un control remoto, pues contamos con el auxilio de asistentes virtuales como Alexa u Ok Google, e incluso podemos manejar autos sin la necesidad de ocupar las manos, tal como se ha demostrado recientemente en el mediático comercial de Cadillac protagonizado por un “Joven Manos de Tijera”[2]. En pocas palabras resulta plausible decir que vivimos en la única época donde la vida puede ser tan sencilla hasta para un personaje que lleva tijeras en vez de manos. Quizá, este último ejemplo requiera de un esfuerzo mayor por desmenuzar lo problemático que yace detrás de las imágenes, aunque por ahora solamente nos hemos servido de aquel comercial para caracterizar, la “atrofia de manos” que experimenta nuestra sociedad contemporánea, en suma, nos permite confirmar lo que Flusser nos advierte; el hombre sin manos del futuro lidiará solo con informaciones ajenas a las condiciones de las cosas.
Sin embargo, no podemos aceptar el vaticinio del filósofo nacido en Praga, sin ensanchar la pregunta, que aún no alcanzamos a resolver, ¿cuál es la relación entre la “atrofia de las manos” y el pensar? Para aproximarnos a ella, creemos conveniente retornar a los tratados aristotélicos, ya que, en Partes de los animales, el estagirita nos suministra una definición que a la postre terminará por delinear nuestra concepción sobre las manos.
Así Anaxágoras afirma que el hombre es el más inteligente de los animales por tener manos, pero lo lógico es decir que recibe manos por ser el más inteligente. Las manos son, de hecho, una herramienta […] la mano entonces se convierte en garra, pinza, cuerno, […] y cualquier otra herramienta pues es todo esto por poder coger y sostenerlo todo[3]
En virtud de la última referencia, podemos destacar dos tesis importantes; el hombre recibe manos por ser el más inteligente y la mano es una herramienta que reúne otras herramientas. Por ahora, no discutiremos las intricadas teorías antropológicas sobre la evolución del hombre en torno al bipedismo y el vínculo entre cerebro y manos, más bien, nos interesa apuntar que solo el hombre recibe manos porque guarda un vínculo con el pensar, y este vínculo le facilita integrar en una herramienta muchas otras, si extendemos esta idea veremos la razón de asumir la mano como un mero órgano que cumple determinadas funciones, sea agarrar, tomar, lanzar, etc. Hasta la fecha, si preguntamos, ¿qué es para ti tu mano?, seguramente entre las primeras respuestas encontraremos justamente aquellas que la relacionan con factores de orden pragmático.
Aristóteles, fue de los primeros pensadores en volver temático aquello que recibe el nombre de mano, a lo largo de la tradición occidental vendrán otros como René Descartes, quien también aportará su visión al respecto, pero no es hasta la obra del filósofo de la Selva Negra, en donde podremos encontrar una mayor radicalidad en torno al tema que hasta ahora perseguimos, en suma, veremos que las manos no pueden ser consideradas como una mera herramienta que se añade a nuestros cuerpos.
Es bien conocido, el concepto acuñado por Heidegger, “ser a la mano” [Zuhandenheit], con el cual pretende expresar el modo de ser de aquel ente frente al cual lidiamos en el uso cotidiano, en particular si leemos el §15 de Ser y tiempo, encontraremos un análisis fenomenológico bastante particular sobre las cosas, ya no entendidas a partir de caracteres como la materialidad, sustancialidad o la extensión sino que de forma más originaria se pregunta por el modo en que tratamos con el ente intramundano cotidianamente en el mundo, arribando a la definición del útil como “el ente que comparece en la ocupación”[4]. A efectos de lograr una mayor delimitación sobre el neologismo heideggeriano, revisemos el siguiente extracto:
este modo del trato que es el uso, la ocupación se subordina al para-algo que es constitutivo del respectivo útil [..] El modo de ser del útil en que éste se manifiesta desde él mismo, lo llamamos el estar a la mano [Zuhandenheit] […] el trato con los útiles se subordina al complejo remisional del para algo[5]
Para conservar la fuerza del último pasaje, vale agregar que lo peculiar de este ser a la mano es su retirada, es decir, que no es inmediatamente conocido para nosotros, pues más bien es descubierto en un entramado de remisiones dentro del mundo circundante. Sin embargo, pareciera que vamos por otro camino cuando aludíamos a la mano al inicio de nuestro texto, más bien aquí conviene resaltar la interrogante; ¿Por qué la mano se desprende del mundo donde es, pero, aquella es requerida para conferir su sentido pleno a los conceptos de ser a la mano? ¿Qué razón fenoménica justifica esta excepción? Parcialmente podemos enunciar que el análisis del mundo circundante intenta describir las condiciones de posibilidad para que el ente intramundano se muestre, es decir, la mundicidad nos prepara rumbo a la confrontación del utensilio, solo en este confrontar deja al ente venir al encuentro.
Ahora bien, la mano no puede venir a dicho encuentro, pues no se ofrece en un frente a frente, no se presenta, o sea la mano no puede manifestarse en el mundo pues la estructura del aparecer intramundano se lo impide, en resumen, no puede considerarse como un mero útil. En oposición, habremos de buscar su fundamento lejos de las cosas y más cerca del pensar, tal como lo bosqueja el maestro de Friburgo:
Sólo un ser que habla, es decir, piensa, puede tener manos y en su manejo producir mano de obra. La mano de obra es mucho más rica de lo que habitualmente nos parece. La mano no sólo agarra y apresa, no sólo presiona y empuja. Más allá de esto, la mano entrega y recibe, y no se reduce a hacerlo con cosas, sino que se da a sí misma a otros y se recibe de otros. La mano sostiene. La mano lleva. La mano diseña, y […] Cualquier movimiento de la mano en cada una de sus obras se conduce a sí mismo a través del elemento del pensar, hace gestos en medio de este elemento. Toda obra de la mano descansa en el pensar[6]
Para ir cerrando nuestro texto recopilaremos lo hasta ahora atisbado, en función de una breve reflexión. Vimos que la “atrofia de manos” que experimenta nuestra sociedad contemporánea en gran medida se debe a los aparatos digitales que la constituyen, de tal forma, que hemos dejado de enfrentar a las cosas en su carácter de útil, hoy la ausencia del controles para interactuar con nuestras pantallas parece una cuestión del pasado y paulatinamente valoramos nuestra relación con las cosas ya no en términos materiales, sino en términos informáticos, en consecuencia, ya no se nos oponen entes intramundanos, sino dígitos que refieren a ellos de forma contable, como dice Chul-Han, “hoy deja de ser todo lo que no puede contarse”[7]. Como resultado, de este proceso, nos preguntamos por las manos y su relación con el pensar, asistimos a la definición aristotélica que prioriza su conformación en virtud de la inteligencia humana, advirtiendo que solo el ser humano tiene manos, sin embargo, a partir de Heidegger pudimos notar que la “mano” va más allá del esquema de los entes intramundanos, porque esta adquiere un estatus distinto, de cierta forma indica y produce obras, las cuales se sostienen solo en la medida en que son conducidas por el pensar. (¿Qué sea eso del pensar?, lo dejamos para otra ocasión).
Por último, al retomar nuestra pregunta inicial, podemos divisar que evidentemente no logramos apresar una respuesta favorable, sin embargo, transcurrimos una vía que justamente nos aproxima a la difícil tarea del pensar, para comprobar el arribo a esta zona cargada de ambigüedad, les invito a sostener el presente texto con sus manos, des-hacerlo, abrirlo, desenterrarlo, y que a la luz de su lectura brote el dicho que resguarda un misterio esencial, “estar en buenas manos”.
Referencias
- Aristóteles. (2000). Partes de los animales. Madrid: Gredos.
- Cadillac. (7 de Febrero de 2021). Obtenido de https://youtu.be/0KAlqthD6Gc
- Chul-Han, B. (2014). En el enjambre. Barcelona: Herder.
- Heidegger, M. (2005). ¿Qué significa Pensar? Madrid: Trotta.
- Heidegger, M. (2012). Ser y Tiempo. (J. E. Rivera, Trad.) Madrid: Trotta.
[1] V. Flusser, citado en (Chul-Han, 2014)
[2] Para ver el comercial referido: https://youtu.be/0KAlqthD6Gc (Cadillac, 2021)
[3] (Aristóteles, 2000, pág. 687b)
[4] (Heidegger, 2012, pág. 90)
[5] Ibid, p. 91
[6] (Heidegger, 2005, págs. 78-79)
[7] (Chul-Han, 2014, pág. 60)
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