Transgresiones #02, una columna de Brenda Cedillo Martínez
Me dijeron:
No busques, nada se te ha perdido
Y los vi desde lejos ocultar
lo que roban y reír.
-Rosario Castellanos, El Despojo
Todo en orden siempre está, cuando el observador es quien violenta. Nunca hay problema alguno. Así estén lacerando tu sensibilidad, ocultando tu ira o tristeza, o te encuentres enterrada bajo una cruz rosa que marca de qué modo te arrebataron la vida. Nunca hay problema alguno.
Tiempo atrás, nos dijeron que no buscáramos, que no hay trampas para las mujeres en el mundo. Algunas pensamos que era cierto, pero solo era el temor a los ojos de los otros, los vigilantes que solo mueven la cabeza para aprobar o no, cuyo privilegio es estar sentados sobre el trono dorado del dios patriarcal y sus laureles órficos. Estos vigilantes que siempre luchan por encarcelarnos desde valores masculinos y que castigan si nos dejamos enclaustrar, también se encuentran en las múltiples formas de la creación artística; la literatura no es un campo de flores. El espacio donde se desarrolla la literatura es un campo de batalla, un territorio en el que las mujeres se han convertido en grandes estrategas en la lucha por la defensa de ese territorio, puesto que, siempre existe la amenaza de despojarnos de la voz creativa.
Basta recordar un ejemplo como el caso de Sor Juana Inés y su Respuesta a Sor Filotea, una carta en la cual defiende con firmeza su capacidad de escribir, hacer filosofía y poesía desde su ser mujer, frente a las aseveraciones misóginas del entonces obispo poblano Manuel Fernández de Santa Cruz[1]. En esa misma carta menciona alrededor de cuarenta mujeres intelectuales que le antecedían y que pertenecieron a la historia eclesiástica, hasta nombres de la mitología griega y romana, con el fin de ilustrar que como mujeres tenemos la necesidad y el derecho de escribir nuestras ideas.
Ni el clero, ni el partido, ni los círculos de literatos, han podido arrebatarnos los campos donde logramos reencontrarnos y reconstruirnos, como es la geografía de la escritura. Al acoger nuestros espacios, se logra algo indispensable: se construyen otros modos de ser desde la toma de conciencia de estar en el mundo como mujer, formas que atañen a nuestras experiencias que no son exclusivas de nuestra subjetividad, sino que en gran medida son reflejo de violencias estructurales que por generaciones nos han lacerado. Defender la palabra que se gesta desde la cuerpa es construir nuevos caminos, de igual modo, es hacer de nuestra existencia como escritoras, la rebeldía, la desobediencia de los cánones que han impuesto sobre nuestro cuerpo de la escritura.
Los cánones literarios reproducen cierta forma de ser, afirma Ana Karla Sandoval, escritora y periodista mexicana. La forma de ser que pulula en los cánones es la luz solar de la razón, de la “universalidad” que solo remite a quienes se reconocen como iguales entre clase, raza y por supuesto, género. El canon de la literatura como estructura abona a la perpetuidad de las distintas desigualdades cuando es desarrollada de modo acrítico, pues contribuyen a la construcción de arquetipos femeninos, que se convierten en cárceles simbólicas para las niñas, mujeres y ancianas; como los modelos de la bruja malvada, la doncella, la joven virgen y pura, la puta, etc. Moldes que impactan en nuestro desarrollo social, en la vida cotidiana y que escala a otros ámbitos como los académicos. Por tal, las convenciones canónicas no se pueden reducir a meras formas que marcan e inspiran a generaciones a nivel temático y de estilo.
Ante este panorama, otros modos de ser mujer siempre son requeridos, y quienes pueden construirlos, somos nosotras mismas. Nosotras de forma consciente al escribir, tomado nuestra voz, desobedecemos y quemamos esas cárceles simbólicas que solo nos enclaustran en modos determinados de ser, convenciones que solo conciernen a la fingida universalidad masculina. Esta otra forma ya la convocaba Rosario Castellanos en su poema Meditación en el umbral:
Debe haber otro modo que no se llame Safo
ni Mesalina ni María Egipcíaca
ni Magdalena ni Clemencia Isaura.
Otro modo de ser humano y libre.
Otro modo de ser.
Bajo esta línea, la creación de nuevas narrativas y significados es fundamental. La escritura desde el ovario, desde el cuerpo/a, desde nuestra experiencia, es invaluable para los tiempos tan violentos que sobrevivimos, pues es tal experiencia resulta indispensable de validar, con la finalidad de reconocer y afrontar en un primer momento, este mundo patriarcal, racista y clasista, nombrando sus diversas siluetas, sin flores y engaños que solo ocultan las estructuras de poder en favor de quienes oprimen.
Estas resignificaciones permiten reencontrarnos a nosotras mismas en los ojos de las otras. La historia de una es la historia de todas. Los sentipensares de aquella mujer que expresa desde su soledad inventada, resultan ser sentimientos y pensamientos colectivos de miles de mujeres en distintas latitudes. Es suficiente leer a otras mujeres, escuchar sus voces poéticas para mostrarlo, pues como ya he mencionado, la literatura escrita desde el ser mujer, expone cicatrices y alegrías que implican haber vivido las consecuencias de tener vulva o de experimentarse como mujer en esta sociedad.
Soy mujer. Y un entrañable calor me abriga cuando el mundo me golpea. Es el calor de las otras mujeres, de aquellas que hicieron de la vida este rincón sensible, luchador, de piel suave y corazón guerrero.
Alejandra Pizarnik.
El paradigma aquí es: tales vivencias (negativas o no) se logran reconocer, gracias al conocer las experiencias de las otras.
Las mujeres cuando se escriben revelan grandes verdades. Sin pretensión alguna de objetividad, permiten nombrarnos en libertad desde un ojo crítico, así como nombrar la existencia de violencias que son disfrazadas por amor (como un ejemplo), para después, con mucho esfuerzo, tal vez sanarlas.
Nombrar nuestras historias, ver puestas en palabras claras nuestras situaciones (o algo que se les acerque), a través de la literatura escrita por mujeres sí ayuda en los procesos de autosalvamiento, de reconocimiento de la violencia, de desocultamiento de aquello que creemos es amor y resulta peligroso.
Ximena Cobos, escritora, editora y co-creadora en Ingrávida.
El desocultar aquello que nos roban, como nuestro poder creativo a través del silencio[2] desenmascarar las múltiples formas sofisticadas de las violencias machistas, que suelen también reproducirse en distintas plumas de la literatura, es algo posible gracias a las nuevas imágenes que recobran nuestro poder y el camino de regreso a nosotras.
De esta manera, una revolución desde los afectos es posible, gracias a la resistencia de muchas creadoras desde sus diversas trincheras (como es el caso de las escritoras), quienes, a partir de su elección de crear y defender su derecho al libre ejercicio creativo, logran configurar universos de compasión, crítica, digna rabia y ternura.
Tú silencio no te protegerá, afirmó Audre Lorde. Acallar nuestra ira, tristeza o cualquier afecto, ya no es más la vereda por donde caminamos todas nosotras, ahora construimos otros senderos para reencontrarnos y regresar a nuestro cuerpo y su vivencia fundamental.
[1] Manuel Fernández de Santa Cruz, obispo de Puebla en 1690, bajo el pseudónimo de Sor Filotea, escribió el prólogo de Carta Antenagórica y allí, el obisporecriminó la “desobediencia” de Sor Juana Inés en el uso de su tiempo en cuestiones de teología y filosofía. Tras este escrito, Sor Juana padeció ataques y trabas para su desarrollo intelectual.
[2] Un caso conocido en la actualidad es el de Elena Garro y Octavio Paz. El premio nobel mexicano, ha sido criticado, incluso cancelado por muchas debido a las agresiones psicológicas hacia Garro, quien, siendo una gran escritora, fue obligada a silenciar su voz, por manipulaciones, chantajes de Octavio Paz hacia ella.
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