Tríada Primate

La plataforma DEFINITIVA de Humanidades

La leyenda de la planchada. Y el despecho en el folclor mexicano | Ojos abiertos #30

Ojos abiertos #30, una columna de María del Rosario Acevedo Carrasco


Nuestra historia comienza en el Hospital Juárez de México, cuando aún se llamaba Hospital San Pablo. Cuenta la leyenda que en aquel tiempo, seguramente a finales del siglo XIX, trabajaba ahí una enfermera llamada Eulalia, una mujer joven y servicial que atendía con amor y dedicación a todos sus pacientes. Un día llegó al hospital Joaquín, un médico del que Eulalia se enamoró perdidamente y que, le hizo creer, correspondía su amor. El principio del fin fue cuando Joaquín desapareció sin previo aviso, a su enamorada le contaron que había huido para casarse, dejándola como Penélope en espera eterna de su Ulises.

A partir de aquí las versiones varían, algunos dicen que Eulalia cayó enferma de inmediato, otros aseguran que estaba sana, pero se volvió malhumorada y negligente. En lo que todas coinciden es en que, cegada por el desamor, la enfermera descuidó a sus pacientes hasta el día de su muerte, pues a partir de entonces mora por los pasillos del hospital y, por las noches entra a los cuartos de los pacientes en estado crítico para revisarlos, administrarles medicamento o simplemente darles palabras de apoyo.

El nombre de “La planchada” surge de la apariencia del espectro, pues quienes se han encontrado con Eulalia la describen como una enfermera joven, amable y muy bien vestida, con un uniforme impecable y perfectamente almidonado. Y aunque la leyenda original surgió en el Hospital Juárez, en muchos otros nosocomios se cuentan historias similares: Un enfermo es visitado por una enfermera a altas horas de la noche, pregunta por ella a la mañana siguiente y, al describirla, resulta que no hay nadie en el hospital que cumpla con su descripción. Al menos no en este plano.

Esta leyenda resulta interesante por varios motivos, pero el que analizaremos ahora es la similitud con otras historias del folclore mexicano, pues comparte más de un elemento común en nuestra narrativa: La protagonista es una mujer, es joven, bella y cumple diligentemente con lo que le corresponde. Entonces aparece un hombre que la cautiva de inmediato, él le corresponde por un tiempo, pero eventualmente termina por abandonarla, rompiéndola tanto que, en nombre del despecho, se convierte en una versión distorsionada de lo que fue antes, consumida por la tristeza hasta la muerte o capaz de cometer actos atroces. La última estocada es una muerte trágica, por suicidio o enfermedad, acompañada de la condena de permanecer en este mundo a modo de castigo por haber dejado que el dolor fuera más grande.

¿Suena familiar? La llorona, hablando de la versión colonial, la planchada, la loca del muelle de San Blas y un sinfín de espectros tienen una historia más o menos similar, en que el abandono de un hombre terminó con sus vidas mucho antes del momento de su muerte y las condenó a vagar por la eternidad, pagando por el pecado de sentir.

El despecho, según la RAE, es una “malquerencia nacida en el ánimo por desengaños sufridos en la consecución de los deseos o en los empeños de la vanidad”, y aunque la definición suene rimbombante, en realidad es bastante sencilla: el despecho no es más que el dolor que surge cuando nos desencantamos de un deseo, usualmente relacionado al amor. Pero este dolor es profundo, llega hasta la médula y es capaz de consumirnos poco a poco y sin notarlo hasta que es tarde para hacer algo.

Este dolor es tan poderoso que es capaz de hacer que una madre mate a sus hijos, que una enfermera descuide a sus pacientes o que una mujer pase una vida frente al mar esperando el regreso de su amado; sentirlo es tan malo que se paga enfermando, quitándose la vida o dejándola pasar; es tan largo que no se cura después de la muerte, al contrario, es tan intenso que puede mantener un alma en pena por la eternidad. Y es tan fuerte que es capaz de sostener el folclor de una cultura en sus hombros, de dar explicación a lo inexplicable y, aunque pareciera sorprendente, provocarnos más miedo que el que nos hacen sentir los espectros de aquellas que sucumbieron a él.