Deconstruyendo la otredad #09, una columna de Beli Delgado
Las otredades son interesantes debido a que logramos distinguir el modelo vertebral de una supuesta normalidad impuesta, es ahí cuando las comparaciones y contrastes empiezan a armar marcos distinguibles de encasillamientos y reglas que la dibujan. Para este momento de la vida, pensar en la normalidad es un poco anticuado debido a que creer en normas rígidas cae en lo absurdo. La normalidad actúa de manera absolutista, tanto que, rara vez nos ponemos a meditar profundamente acerca de la misma.
Esta quincena recordé las narraciones: Normal People (2019) de Sally Rooney y La dependienta (2019) de Sayaka Murata. En la primera, se cuenta la apasionada relación entre un par de jóvenes —Marianne y Connell— que pasan por varios problemas —individuales y de pareja— formando un caleidoscopio de situaciones y actitudes nos lleva a reflexionar: ¿cuántas personas de nuestro círculo alguna vez se han sentido vulnerables o han sufrido una experiencia violenta o tóxica —familiar, de pareja o de amistades—, es decir, a qué tipo de personas normales conocemos, a quiénes y a qué nos referimos cuando decimos “es normal”?¿Y, qué tan constantes son estas situaciones o comportamientos hoy en día?¿La normalidad es siempre amable y “lo mejor”? Quizá cada que decimos “es normal”, debemos darle una vuelta de tuerca a nuestra mente heredera de conocimientos ancestrales, zarandearla fuerte y revisar otra vez, como si leyéramos en voz alta, para ver si suena feo, ingenuo o a disparate.
Bien, por otro lado, en La dependienta tenemos la historia de una mujer en la treintena que intenta — en cierto grado, en contra su naturaleza de razonamiento— insertarse en la normalidad de su sociedad, sin embargo, ésta es una que no comprende, aún así se esfuerza por seguir las reglas generales de: tener una pareja estable, un salario en un lugar aceptable e incluso se plantea la procreación, pese a que no le interesa. Ella simplemente quiere vivir sin que a su familia le preocupe su probable marginación total, por ello, tiene la claridad parcial de que debe evitar que las personas le hagan los mismos cuestionamientos—acerca de su situación sentimental y laboral— cada vez que la ven, comprende que si sigue así, gradualmente empezarán a considerarla un ente extraño, y será arrastrada a la periferia por “disfuncional”.
A final de cuentas, estos sentimientos densos y frustrantes de pérdida, confusión, inseguridad y miedo al fracaso o a la diferencia—debido a que el éxito está bien definido en nuestros sistema capitalista—, ¿qué tan recurrentes son en nuestros jóvenes y adultos jóvenes? ¿A qué normalidad apelamos y nos pesa mantener? Últimamente creo que esta normalidad es una ilusión que intentamos perpetuar —al menos en el anhelo— como objetivo de las generaciones, pero es una idea que no aporta cosas buenas ni estabilidad. Para este siglo, la normalidad es una camisa de fuerza muy sistematizada que lentamente se hace insostenible, hay que desconstruirnos con respeto para avanzar.
Las novelas anteriores nos hacen reconsiderar las nuevas normalidades en las que nos vemos inmersos hoy día, la ilusión de la normalidad que nuestros sistemas —políticos, familiares y culturales— han construido y que intentamos mantener, pese a que ya no son—si es que alguna vez lo fueron—, en esencia, la forma mayoritaria o normalizada de actuar o experimentar la vida.
No es que la normalidad sea un sinónimo de “lo bueno”, pero sí suele —o solía— ser una especie de concepto desde la centralidad, significando lo estable, esto la hacía deseable, en orden de su aceptabilidad y funcionalidad. Cuando hablamos de periferia y centralidad, lo que se aleja del centro se vuelve extraño debido al desconocimiento, por lo que es mayormente marcado y considerado como negativo, disfuncional, inservible o problemático.
Sin embargo, los comportamientos normalizados no deben ser siempre aceptables o centrales, desde la perspectiva de que lo masivo no es forzosamente “lo mejor”. Las excepciones a las reglas y el libre albedrío son inherentes a la humanidad, o al menos deberían serlo. Me refiero a que la normalidad no debe ser aceptada por las imposiciones de los sistemas, porque el amor no debe ser violento o posesivo, ni debemos hacer lo que esperan de nosotros porque sólo nosotros mismos sabemos, algunas veces, lo que queremos hacer. La normalidad que favorece a la solidez de los sistemas, progresivamente se va difuminando, este siglo desdibuja las firmes líneas para cumplir con las demandas de las diferentes personas de nuestras sociedades, para bien, para tomar en serio sus problemas, para reconocer sus derechos humanos, para respetarnos los unos a los otros. Veamos pues, cómo se mantiene la normalidad y repensémosla cada vez que podamos.
Referencias
- Rooney Sally. 2019. Gente Normal. Penguin Random House. Composición digital: La Nueva Edimac.
- Sayaka Murata. 2019. La dependienta. Duomo ediciones.
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