Deconstruyendo la otredad #15, una columna de Beli Delgado
Los humanos somos parte de este mundo, como todos los demás seres vivos y no vivos, contribuimos a que todo esté en orden para el “beneficio del planeta” —últimamente el planeta sólo importa en la medida en que podamos habitarlo—. Sin embargo, las circunstancias actuales en este modelo capitalista, han cambiado drásticamente el orden de las cosas, generando perjuicios a la vida en general.
Los humanos nos auto identificamos como la especie más inteligente y por ello nos volvemos la más dominante, por otro lado, cada vez demostramos ser bastante crueles, aunque en otras ocasiones, el amor es nuestra bandera. Es complejo hablar de las caras de la humanidad. Sin embargo, ese no es el tema primordial en este momento. Este texto no debería tener como centro a la humanidad, aunque sea ésta la que genera daños a otras especies, a las que vulnera y somete.
Hace un par de semanas se hizo viral el cortometraje de Save Ralph (2021), donde se apela a la sensibilidad y a la superioridad ética para lograr la empatía con respecto a las pruebas de seguridad en animales, a fin de evitar el consumo de productos que se valen de esta práctica para garantizar sus productos.
El gran punto, considero, es que siempre debemos recordar que los animales están vivos y tienen, muchas veces, más terminaciones nerviosas que los humanos, y no obstante, por ser vulnerables —en cierto grado—, se abusa de ellos, y se les trata como si fueran insensibles. Son presentados y hasta demonizados, temidos, juzgados y cazados —como grandes ejemplos tenemos a los tlacuaches, las ratas de campo, los tiburones, las víboras, alacranes y arañas—, olvidando que tienen un importante papel en el equilibrio del ecosistema y que por supuesto, no sólo por eso, merecen un trato digno.
En principio, por mero derecho natural, deben tener un espacio libre, seguro y salubre para que todos, colaborando como iguales huéspedes de este planeta, lo mantengamos saludable. En segundo lugar, deben ser reconocidos como seres vivos y respetados como tales, con sensibilidades físicas y emocionales o mentales. Son cuestiones que muchas veces se nos olvidan —consciente o inconscientemente, ya que si somos plenamente conocedores de ello, la acción es indispensable y ello supondría un gran cambio en nuestro estilo de vida—.
El mes pasado, vi el documental Seaspiracy (2021) en Netflix, en el se expone la vulnerabilidad y el sufrimiento de los animales, mediante el rastreo de los métodos de pesca y los movimientos alrededor de la supuesta pesca sustentable, también se presta atención a su lugar en la economía del mundo, que supone a su vez, la forma de alimentación de la población. En Seaspiracy se exponen desde cuestiones gubernamentales hasta el actuar individual de todos nosotros como consumidores o trabajadores dentro de la industria.
Lo que a mí me llama la atención —más allá de los aspectos económicos y de nuestra falta de información e interés para salvaguardar la vida de los otros—, es la imagen que hemos logrado hacer de los animales, porque sólo al tratarlos como una otredad, creo yo, somos capaces de intervenirlos y abusarlos al grado en que lo hacemos. Porque se parte de ignorar su dolor —al elegir un pescado y permitir que en un estanque lo asesinen delante de sus compareños—, su libertad —los salmones de Escocia se quedan en un estanque llenos de piojos rojos, en vez de emprender su travesía alrededor del mundo—, y de anteponer nuestra conveniencia antes que sus vidas.
Es que parece que la vida sólo es importante si es humana, es evidente que como especie, claramente demeritamos a los animales, suponemos que están ahí para nuestro beneficio, cuando definitivamente, cualquiera tiene el derecho de disfrutar la vida con la que cuenta.
Desde tiempos antiguos, las diferentes especies han sido vistas en servicio de nosotros, y por si no fuera demasiado, el dolor que se les causa es sumamente desconsiderado. Todo se complejiza cuando se comienza a rumorear que no sienten o que son malos, en orden de justificar la terrible manera en que son tratados.
Es muy difícil cambiar el estilo de vida y más aún, saber qué tanto realmente aportan estos cambios, por ejemplo, quienes tomamos leche de almendras o comemos peces de supuesta pesca sustentable, estamos causando el mismo daño que los demás, pero no lo sabemos, debido a los distintos artilugios que se esconden —por parte de los gobiernos y organizaciones comerciales, de los métodos supuestamente más amables con el ecosistema— y también debido, debemos decirlo, a nuestra carencia de responsabilidad y falta de exigencias para las instituciones responsables de velar por las ideas que muestran, ofrecen y supuestamente defienden.
Hay veces en que el panorama no es muy positivo, no obstante, no deberíamos olvidar que las pequeñas acciones siempre cuentan y que uno es mejor que ninguno, que por algo/ alguien se empieza. Por otro lado, adeudamos concientizarnos y valorar a los animales y a sus vidas —de días, meses o años—, porque valen tanto como las nuestras, todos sentimos dolor y el viento en el rostro, la pasamos mal unos días, y en otros somos sumamente felices.
Debemos recordar a qué reino pertenecemos y reconocer que no somos el todo, sólo somos un engranaje más. Nadie nos pertenece —aunque siempre queramos ser igual de tóxicos con actitud de conquistadores—.
- Susser Spender. The Human Society of the United States. (2021). Save Ralph – A short film with Taika Waititi. (Video).
- Tabrizi Ali. Netlifx. Seaspiracy. La pesca insostenible (2021).
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