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Vampirismo. De muerte, enfermedad y superstición | Ojos abiertos #24

Ojos abiertos #24, una columna de María del Rosario Acevedo Carrasco


La palabra vampiro viene del eslavo que significa chupasangre o sanguijuela, y ha sido tradicionalmente utilizada para describir a seres que vuelven de la tumba para beber la sangre de los vivos. Los primeros casos de vampirismo se reportaron alrededor del siglo XVIII en países de Europa del este, sin embargo, las historias de entidades similares existían desde siglos atrás.

Los sumerios creían en Ekimmus, demonios que succionaban la sangre de las personas en los desiertos. En Babilonia y Jerusalén estaba Lilith, un demonio femenino que bebía la sangre de los recién nacidos, similar a las Striges griegas. En la categoría de los que vuelven de la tumba encontramos a los Jiang Shi de China, cadáveres que vagan por los campos y los Burculacam de los griegos ortodoxos, cuyo camino llevaba muerte y enfermedad.

Ya en Europa y a partir de las grandes epidemias, se popularizaron historias sobre cuerpos que días después de la muerte no presentaban signos evidentes de descomposición y que, en algunos casos, tenían alrededor de los labios un fluido similar a la sangre. En países como Ucrania se optó por decapitar e incinerar a los cadáveres que en la exhumación mostraran estos signos sospechosos. Eventualmente a estos seres se les empezaron a atribuir muertes de otras personas, naciendo el mito de que bebían sangre hasta matar.

La primera publicación en un periódico sobre vampirismo ocurrió en 1732, y fue seguida por una ola de historias a lo largo de toda Europa. El fenómeno llegó a tal grado que académicos de la época e incluso el clero intentaron dar una explicación que desmintiera los supuestos testimonios, pero ninguna de sus teorías fue aceptada por la población.

No pasó mucho tiempo antes de que el vampiro trascendiera al arte, el primer antecedente es el relato “The vampyre” publicado en 1810, que narra la historia de un hombre que succiona la sangre de otro hasta matarlo, es atravesado con una lanza y al exhumar su cuerpo se encuentra intacto. Nueve años más tarde un relato con el mismo nombre añade elementos al arquetipo: Aristócrata, con la habilidad de hipnotizar, que deja huella de sus colmillos en el cuello de las víctimas y, no menos importante, destaca por su galantería. Después aparece la vida exclusivamente nocturna e incluso relatos de vampiresas como Carmilla de Joseph Sheridan Le Fanu.

Pero la cúspide del vampiro en la literatura llega hasta 1879 con Drácula de Bram Stoker, erróneamente relacionado con Vlad Tepes. El autor retoma elementos literarios y de los reportes sobre vampirismo, creando a un protagonista con fuerza y habilidades sobrehumanas y retomando la muerte clavando una estaca, en esta novela se asocia por primera vez la figura del vampiro con los murciélagos.

Después de Drácula se siguió la misma fórmula durante algunos años, es hasta la segunda mitad del siglo XX que surgen nuevas variantes del arquetipo de vampiro, esta ocasión no solo en la literatura, si no también en el cine y la televisión. Así, historias como Entrevista con el vampiro, Crónicas vampíricas, El alma del vampiro e incluso Crepúsculo, rompieron los dogmas y los adaptaron para emplear al vampiro como un reflejo de la era moderna, dándoles nuevas habilidades como la de sentir amor, tener ideales políticos, ser superhéroes de los humanos y, como en el caso de las historias de Poppy Z. Brite, tomar lo peor del hombre para hacerlo suyo.

Si nos remontamos a los inicios del vampiro podríamos asumir que surgió para intentar dar explicación a fenómenos que no se conocían, por ejemplo, la muerte súbita del lactante o el proceso de descomposición cadavérica con sus variantes. Hoy en día sigue siendo parte del folclor, especialmente en Europa del este, pero ha perdido su carácter sobrenatural; esta racionalización ha permitido que el arquetipo del vampiro deje de ser una figura exclusiva del género de horror.

Esta evolución es controvertida, pues estos nuevos vampiros no son aceptados por los amantes de los clásicos. Sin embargo, es ilógico pensar que el arquetipo puede permanecer estático, el mundo natural no es el mismo que hace 300 años y por consecuencia el sobrenatural tampoco lo es. Los vampiros siguen teniendo presencia en el arte, pero llegado este punto, esta va mucho más allá del temor que nos genera encontrarnos con uno.