4 poemas de JOSÉ MANUEL GONZÁLEZ. #Poesía México
PR1MERA LÍNEA: Catálogo Curado de Poesía Internacional
Amor o fuga
I
Volviste al igual que un pájaro regresa después de la locura, hablabas otro idioma, uno cercano a la grieta, tan frío como la mano de un cirujano,
me decías en voz baja que debíamos lamer los espejos para comprender las heridas del agua, aquella que tomábamos para sentir la claridad de los nidos neobarrocos. Saliste hacia el patio y quemaste tus cabellos como si fueran un ramo de rosas negras, el fuego que goteaba, daba de beber a las mariposas y al instante se convertían en las fotos de niños ahogados.
Anhelabas probar el pan de la misericordia, pero apenas alcanzaste a comer la oscuridad de tu hogar.
Al dirigirte a la ventana, las paredes desempolvaban los retratos de tus padres, sus rostros difusos encadenaban los primeros rayos del sol.
Caminabas con tus audífonos, escuchabas el vaivén de la música como si se tratara de una playa ciega, repetías en murmullos sus letras en ruinas,
quizás era la canción de un sueño o la niebla de otro mundo. Las visitas entraban con la indolencia del cielo marchito y uno que otro vendedor ambulante te ofrecía el mar.
El amor era tu delirio, Dios amó tu enloquecimiento y al final también se arrancó los labios.
Esa noche besaste a la muerte, era más dulce que tu corazón. Aprendiste su canto.
¡Mil flautas, mil guitarras, sonaron, pero nada pudo igualar tu voz!
Tu cama, era la frontera donde nacían todos los éxodos, antes de dormir anotaste en mi cuaderno unos poemas con tinta azul como la sangre de los suicidas. Nos acostamos, soñé que tus palabras eran mis novias y me regalaban la inocencia de las lluvias iniciales.
Juntos escribimos una biblia de besos.
II
Desperté, desayuné frijoles, atún, jugo, corrí por encima de tu carne (que era un río). Me ahogué. Pescadoras arrojaron sus redes, rescataron mi cuerpo, me llenaron de peces y esparcieron vino sobre mí. Pude revivir, recordé tu pubis santo como una media luna. Y, mientras me recuperaba, un ángel bordaba mantas blancas para los manicomios. Pasaron meses, acercaste tu mano, un lobo sorbió miel, profecías añejas, alucinación de alondras.
En un abrir y sello de ojos, saliste de la ciudad a conocer caballos de lumbre y galopaste las praderas ensangrentadas de mi pecho.
III
He oído los sonidos del cielo bajando a la tierra,
sabía que era tu boca abriéndose para desatar una balada de bríos o tus manos cuando arrancan flores y las arrojan al horizonte como si fueran un montón de estrellas. Sobre el techo descendía el mar o la autopsia de los ángeles, la casa estaba abierta para que entrara la luz como una hija y la melodía de las alturas irrumpía en los cuartos al igual que los pájaros idiotizados por tus ojos,
ellos, avanzaban por los pasillos, teñían las puertas con el zumo de las mandarinas, los vecinos los escuchaban y rezaban, mientras tú como una pastora de la noche caminabas en las habitaciones con lujo de lujuria, abrazada al réquiem de los relámpagos, a la elegía de los gatos, alcanzabas un vaso de violetas y bebías el ron del tiempo,
anegada por sus olas, cazabas linces con tus dedos a la par que tus besos aprendían a leer la luna analfabeta. Con la violencia de un meteoro atravesabas los resquicios y tus pisadas pintaban el suelo con óleos y aloe, eras una cruz de plata semejante a los huesos de María Magdalena y gemías la dulce gelidez de los murciélagos, de esta forma, tu andar de mecedora por la cama, con tu vals de válium, con tus rompientes de mirtazapina, con tus columpios de fuego, liberaban un apocalipsis de labios, eras una brújula de brujas que se estremecía al igual que miles de pétalos cuyos movimientos trepidatorios propagaban un Tao de tactos. Mujer tímpano, mujer agua, mujer música, Debussy pensó en tu boca al tocar por primera vez el piano, mi mujer paloma, mi mujer amapola, abre tus alas lilas y vuela por mis sueños.
IV
Qué bella eres, mi gacela de mazapán, mi fuego funerario, mi playa de muertos. De ti zarpan los barcos cargados de tigres, los zarpazos del sol,
bella como el último poema de Vallejo, como un valle repleto de llaves, abres las milpas del sueño,
te quiero (guiño de Galatea), qué delicia es abrazarte, marioneta del mar, ángel de guiñol, te quiero, risueña y quemante, cantando cielos, oh ruiseñor poseído por los astros.
Me hablas y suena el gong Gongorino, yo te escucho y pongo en tus manos la sangre de Van Gogh para que pintes la boca de los locos, para que te enamores de sus caras llenas de tierra santa.
Me quieres y tus besos de loba son toda una manada de labios esteparios, aullando a mis lunares.
Es momento de tocarte con un piano de rompope, con un coral de caricias porque he tomado tus huesos y tus sedantes, los he mezclado con alcohol, la migraña ha tejido en mi cabeza telarañas y migraciones, como si se tratara de la elegía de un gallo que picotea las llagas del mundo.
Eres tan hermosa que mañana tomaré tu seno y lo convertiré en el alba.
V
Una pluma blanca cae en nuestra cama, es la luna, vino a encender en nuestros pechos un Corán de corazones. La noche murmura sus frutas en nuestras manos, son el vuelo de las garzas más jóvenes, probamos sus alas, nuestras lenguas son océanos errantes, sus aguas cantan mapas deshabitados, los boleros hostiles de nuestros recuerdos, que, a su vez, son un residuo de nuestra memoria que teje el llano repleto del orgasmo de las orquídeas que allanan los ángeles.
VI
De pronto, ebrios de roces, celebramos nuestra fuga del mundo con un mariachi de estrellas, acompañados por el fuego, por el resplandor de tu carne, escuchamos a los árboles que palpitan a lo lejos, oímos cómo estallan en hermosos serafines y vienen sólo para afinar nuestras manos, para cosechar las flautas verdes que suenan en nuestros cuerpos.
VII
La tierra sueña nuestras pieles, y, por un instante, nuestras caricias abren los ojos de los muertos.
Vidas pasadas
Sólo fuimos aves
cantábamos el primer amanecer
nuestras alas rozaron el futuro
donde dabas sonido a una guitarra
y yo era el sueño del mar
salían olas de tus cuerdas
y mi ser arrojaba los arpegios del agua
el sol nos desnudaba hasta alumbrar nuestras reencarnaciones
en unos años
después de tanto conoceremos el beso atemporal
probaremos los labios donde anidan como hermanas
la muerte y la belleza
nuestras manos alcanzarán la trinidad total
los días y las noches se transformarán en ángeles
que vuelan para bordar nuestras vidas pasadas
los ecos de todos los corazones
las grafías del fuego
cuya soledad asciende para dividir el cielo
en astros que dibujan nuestros nombres
Todo pasará
y en el último día del mundo
al fin te amaré
seremos la memoria carnal del infinito
el abrazo absoluto
que nos espera desde hace siglos
Recuerdo perdido o de cómo Evan Treborn duda si comerse o no una mariposa
A los diez años,
Evan, vio por primera vez
una mariposa negra en la pared de su casa,
no la toques, es una carta de la muerte —le advirtió su amiga.
Cuando ella se fue,
Evan acercó una silla, se subió, tomó al insecto entre sus manos,
y…
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Final 1: lo comió.
Luz fría. ¿Ángel roto?
¿La difunta niña?
A su corta edad, logró leer el amargo mensaje de los muertos.
Al llamar a su amiga, una mariposa roja salió de sus labios.
Era otoño.
Ella jamás regresó.
Final 2: la miró y la dejó ir…
Al otro lado del mundo,
un tifón devastaba ciudades europeas.
Al cabo de un rato, su amiga volvió,
platicaron un poco,
hasta que Evan la miró a los ojos.
Pareces una mariposa — le dijo—,
y se besaron.
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De cualquier manera, ese día,
Evan aprendió el idioma de la muerte.
Volveré por ti
(EVAN TREBORN, El efecto mariposa)
Vi en tu mano las alas rotas del mar
y una brisa de guitarras que cruzaba las orillas
para volar hacia la nostalgia del sol;
aquel que bordaba tu ombligo y hacía brotar la yerba.
Los peces, los nidos, el estero, las naranjas,
diez ángeles y veintisiete flores,
viajaban a la velocidad de los niños,
a través de los sueños,
luna a luna,
entre jaibas,
entre el fulgor de frágiles gaviotas y tenues bejuquillas,
entre los mangos que relumbraban como bestias autumnales.
Mil estrellas en las constelaciones
que pastan el cielo como la primera ola acariciando las playas.
Mil estrellas en las constelaciones
tejidas con los hilos de nuestra piel
antes del primer fuego,
antes de que el primer pájaro bebiera la música del alba
y cantara nuestro tacto.
Vi florecer el resplandor de tus rosas,
cuando sus pétalos eran más hermosos que un coro de niñas,
y oí en los ríos, en la lluvia, en el oleaje,
en las cascadas que bajan de las montañas,
el rocío, el agua, la vida,
y fue como el primer beso de una muchacha,
y tuve sed.
José Manuel González Martínez
José Manuel González Martínez nació en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, México, el 19 de marzo de 1989. Es Licenciado en Lengua y Literatura Hispanoamericanas por la Universidad Autónoma de Chiapas, fue integrante del Taller de Poesía de Óscar Oliva. Completó con éxito los cursos Poesía Necesaria con la poeta Raquel Lanseros y Corregir un poema con el poeta Fernando Salazar Torres. Tiene publicado el libro Sonata por Pinos Alados Ediciones. Actualmente trabaja como docente de literatura en el Colegio de Bachilleres de Chiapas y es miembro del taller de poesía del escritor Dolan Mor.
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