Tríada Primate

La plataforma DEFINITIVA de Humanidades

Wim Wenders le canta a la humanidad | Después de la pantalla #04

Después de la pantalla #04, una columna de Diego Maenza


Las alas del deseo o El cielo sobre Berlín

Desde la imponente altura del Siegessäule, los impasibles ángeles Damiel y Cassiel nos observan. Abajo, la ciudad se despedaza en pensamientos solitarios y terribles, en calamidades internas, en explosiones existenciales, en anhelos y nostalgias. Con sus miradas casi omnipresentes, los ángeles exploran el lado occidental de la ciudad dividida por el Gran Muro. Juntos visitan a seres desdichados y personas que tratan de sobrevivir a pesar de las contrariedades cotidianas. Niños que tienen anhelos sencillos (ellos pueden ver a los ángeles, aunque notan sus presencias como las de cualquier humano más), ancianos que han cumplido sus metas o que se dibujan con frustración porque sus objetivos de vida han quedado truncados, en fin, toda una pluralidad de desgraciados que tratan de llevar una vida menos opaca. Esta historia se cierne sobre el lado occidental de la Alemania de posguerra y recorre su periplo a través de una lectura coral de monólogos interiores que se suceden a medida que los ángeles visitan cada parque, calle, edificio o habitación.

El hasta ahora imperturbable Damiel queda repentinamente embelesado por una acróbata, quien con las artes de su oficio y con su alma esplendorosa y cándida conseguirá embelesar el deseo de ser del ángel. Arrastrado por este anhelo, Damiel sostendrá su ímpetu por llevar su existencia hacia el plano material. El deseo es tan intenso que se cumple, y abandona su espacio espiritual para materializarse en el bastardo mundo de los humanos. Damiel comienza a percibir, empieza a sentirse impactado por los olores, explora sus sentidos y explota su inocencia y capacidad de percepción de la naturaleza y del mundo. El ángel, ahora devenido en humano, guiará su destino hacia el camino de Marion, la joven acróbata que a su vez ha estado esperando un ser puro y luminoso con quien compartir su vida. Se encontrarán, en una constatación de sus destinos.

Notamos que Wenders trabaja bajo ciertas premisas: Los ángeles no pueden intervenir en la vida de las personas, simplemente custodian con abrazos metafísicos y compañías espirituales. No intervienen ni para bien ni para mal, y no porque no lo deseen. Por el contrario, sufren y demuestran manifestaciones de remordimiento cuando alguien se lastima o suicida. No obstante, por su capacidad inmaterial no pueden mantener un nivel de contacto más allá de lo que el plano metafísico les permite.

Con su presencia consolativa a un nivel espiritual tratan de entender la naturaleza humana a través de sus pensamientos. De este modo los ángeles sí llegan a notar el dolor, la alegría o incertidumbre, interpretados desde su plano angélico.

Los ángeles podrán saberlo todo, tener esa habilidad casi omnisciente de interpretar el lado humano, pero ciertas criaturas celestiales caídas han querido experimentar las pasiones que su dimensión les niega.

¿Wenders trata de mostrarnos que los espectadores somos los ángeles que miramos asombrados y en silencio el devenir de esos personajes atormentados y queremos interactuar junto a ellos, alegrar a la huérfana afligida, dar alivio al agónico, salvar al suicida? Como espectadores solo podemos manifestar nuestras impresiones y sentimientos, porque, al igual que Damiel y Cassiel, estamos en otro plano de la realidad.

La estructura de la película es muy pareja y se encuentra construida de tal manera que cada pensamiento y cada visita de los ángeles se va armando en un cuadro propio. Sus historias respiran, se centran en el detalle y amplifican los dramas particulares, mismos que sin tener conclusión ni origen se validan como una muestra importante de la vida de las personas.

Se cierra la película con una estructura episódica que va dando forma a una visión global y que torna interesante este gran círculo cinematográfico.

Wenders finaliza su historia con una conclusión muy optimista. No obstante, en contraste con su continuación, no prima la trama, sino las historias individuales que destacan como cautivadores destellos poéticos.


¡Tan lejos, tan cerca!

Nos encontramos en una Alemania nueva, no desunida por la Gran Muralla de la Historia, sino reunificada en sus contrastes y contradicciones. En este Berlín moderno bullen las mafias, los falsificadores, y toda gama de corruptos que se pasean por las avenidas de un país que empieza a recomponerse y que pretende dejar atrás un pasado de guerra y sufrimiento, de incomprensión y odio, de malestar y fatalidad. Aquí en esta sociedad devastada, donde hombres y mujeres pretenden sacar adelante sus vidas con nuevas miradas, es Cassiel el ángel impertérrito que visita, junto a su nueva compañera Raphaella, a toda suerte de desesperados. El escenario cambia debido al peso de la Historia, así como los tiempos. Nos situamos muchos años después de haber frecuentado el drama de Damiel, y nos volvemos a encontrar con él, y notamos que lleva una vida terrenal a plenitud. Administra una pizzería de su propiedad y ha formado una hermosa familia: ha engendrado una niña que sigue los pasos acrobáticos de su madre en el oficio.

Cuando Cassiel se convierte en ser humano debido a un error inesperado, acude a la ayuda de Damiel. El nuevo ángel caído ha sido despojado de sus pocos bienes materiales, ha sido maltratado, ha sido apresado en una confusión debido a unos estafadores de juegos de azar. Damiel acude a su ayuda y trata de encaminarlo en el conocimiento de este nuevo mundo de sabores y colores intensos. No obstante, Cassiel tomará su propio camino, tratando de encontrar una pasión humana que lo llene. Desdichado por todos sus infortunios (cada actuación de Cassiel está condicionada por la fatalidad) tocará fondo y ahogará sus penas en el alcohol. Comprenderá que el ser humano también está dotado de un lado oscuro. Si Damiel logró encontrar el lado positivo del ser humano, de felicidad, calma y plenitud, a Cassiel, por esas arbitrariedades del destino, le tocó convivir con el lado pérfido y hórrido del ser humano.

Wenders introduce a un personaje determinante, interpretado por Willem Dafoe. Sabemos que no es un ángel, pero tampoco un humano. Este enigmático ser puede alternar su corporalidad entre el plano angélico y el plano terrenal. Tiene esa capacidad de desdoblarse entre estas dimensiones. Intuimos que es un Señor del Tiempo, y hace trastabillar a Cassiel en cada situación, con la finalidad de constatar su filosofía egocéntrica de que los ángeles no están capacitados para acceder a una vida mundana y terrible. Atendamos uno de sus parlamentos:

Déjame explicarte una cosa. El tiempo es corto, eso es lo primero. Para el soplón el tiempo vuela. Para el héroe el tiempo es heroico. Para la prostituta el tiempo es solo otro cliente. Si tienes prisa el tiempo vuela. El tiempo es un sirviente si tú eres su amo. El tiempo es tu dios si tú eres su perro. Nosotros somos los creadores del tiempo, las víctimas del tiempo y los asesinos del tiempo. Ahora lo segundo: el tiempo es infinito. Tú eres el reloj, Cassiel.

Por más que lo intenta, Cassiel se ve abocado a una serie de episodios muy negativos. Aún conducido por esta corriente de maldad, intentará librarse del vicio y el abandono. Ya recuperado y un poco más sobrio espiritualmente, reflexiona y decide condenar a quienes procuran el mal a los demás. Comprende que su misión en la tierra no es la misma que la de Damiel: enamorarse y tener una familia feliz; entiende, y así lo asume, que su cometido será proteger la vida de una niña y tratará de hacerlo aún a costa de su propia nueva vida.

Wim Wenders hace acopio de las mismas técnicas narrativas de El cielo sobre Berlín, pero las domina de forma más precisa y las explota de mejor manera, a la vez que las adosa a una historia de mayor profundidad, que va hilando una trama compleja a través de la película.

Si El cielo sobre Berlín trabaja bajo una premisa de claridad en tiempos oscuros, ¡Tan lejos, tan cerca!, nos transporta en un viaje pavoroso hacia los predios de la desesperanza, por esos sombríos valles sociales de mafias, estafas y suicidios.

Entre las convulsas relaciones de la sociedad berlinesa, el ángel Cassiel agoniza. Cumplió su deseo de ser. Accedió a su anhelo ontológico. Padeció los suplicios a los que estamos condenados los seres humanos. Cerca de las sucias calles de paredes con grafitis del Berlín unificado, el ángel Cassiel desaparece.