Rozatl a través del tiempo #20, una columna de Stefanía Gómez Angulo
Una de las características más distintivas del ser humano es su rostro. Se dice que no hay dos iguales. La cara es lo primero que vemos de una persona al conocerla, y, gracias a ella podemos saber qué siente el otro, si se siente feliz, triste, enojado, frustrado con su vida o con nosotros, nostálgico, borracho, dormido, soñando, y otros miles de estados. Es por esto que varias de las historias clásicas de terror involucran a gente sin rostro o asesinos que pueden ocultar su maldad detrás de una expresión impasible. De igual manera, los casos médicos que más me impresionan son aquellos en los que el paciente pierde parte de su faz o nace sin ella. Un rostro es único, y si se llega a alterar con cirugías estéticas o por algún accidente, es imposible regresarlo a como era antes. Considero que esto puede provocar problemas de identidad; tener que ver a ese extraño que nos mira del otro lado y aceptar que ese es nuestro nuevo aspecto. No obstante, en esta época, nuestra cara puede ser vista y examinada por muchas más personas, pero, ¿para qué?
He notado que la realidad actual está plagada de cámaras; en la calle, en los celulares, en las computadoras, dentro de edificios, incluso se pueden tener dentro del hogar. Este nivel de vigilancia ha traído muchos beneficios, sobre todo al momento de investigar un crimen o alguna desaparición, aunque hay criminales astutos o suertudos que esquivan esos eternos ojos vigilantes. Asimismo, uno de los sistemas de seguridad más eficaces es aquel que activa el celular, abre la caja fuerte, o incluso los programas digitales, reconociendo la cara de su dueño. Este tipo de artilugios observan, analizan con cuidado cada detalle de la faz, cada mancha, cada color, cada relieve, y todo esto lo transforman en un conjunto de símbolos, el cual resguardan para que, al momento de querer abrir o entrar, se compare esta información abstracta con la persona real.
Los analistas de caras pueden cambiar un semblante para que se adecúe a los estándares de belleza del momento o de una región específica. Algunos borran líneas de expresión, aclaran la piel, eliminan cicatrices, difuminan ojeras, agrandan ojos y labios, disminuyen el tamaño de las narices o mentones; todo para tener un aspecto que siga el canon de belleza dominante. Esto me parece un poco arriesgado, porque ¿qué pasa si la persona se acostumbra o le gusta más su cara irreal? ¿No caería en una crisis existencial? Pienso que ese tipo de rostros modificados electrónicamente nunca podrán ser recreados en la realidad, entonces ¿para que obsesionarse y pasar horas modificando fotografías si eso no cambiará la realidad? Sin embargo, hay otra artimaña que puede llegar a engañar hasta a los más observadores.
El reconocimiento y manipulación del rostro se limitaba a las fotografías, pero ha surgido un nuevo tipo de programa que puede transformar el semblante en videos, alisarlo, aclararlo, afinarlo, siempre y cuando no haya mucho movimiento; porque la verdad quedará descubierta, aunque los trucos de las máquinas evolucionan rápidamente. En estos tiempos, no sólo se puede alterar el rostro propio, sino que se puede crear una máscara fidedigna de otra persona. Para poder crear este disfraz, los magos digitales necesitan recopilar miles de minutos grabados del sujeto en cuestión, para así poder recrear su fisionomía, sus expresiones, movimientos, incluso imperfecciones; pocos podrán notar la diferencia entre nuestro video y uno del modelo. Y ¿qué tiene de malo esto? A mi parecer, el problema reside en el tipo de uso que se le dé a estos trucos.
El séptimo arte es el que más se ha beneficiado del rostro falso, pues con esta nueva tecnología se puede rejuvenecer rostros seniles o revivir a los muertos. Aparte de su uso artístico, se dice que este tipo de espejismos han sido empleados también en la televisión, para hacer que figuras públicas digan cosas que normalmente no dirían, con el objetivo de manipular a la opinión de los espectadores. Incluso, se podría llegar a humillar o acabar con la carrera de alguien gracias a estos videos adulterados.
Estos tiempos están llenos de falsedad: fotos demasiado buenas como para ser ciertas, paparruchas, vidas prefabricadas, productos que no sirven, y ahora, videos que juegan con la realidad de una cara. ¿En quién podemos confiar? Antes, era impensable cuestionar una grabación, pues se tenía entendido que era una copia fiel de la realidad, y si se llegaba a tener algún efecto que distorsionara las leyes de la física, solía distinguirse de lo demás. Uno podía ver dónde habían puesto los llamados “efectos especiales” en películas y programas de televisión. Poco a poco, esta línea entre realidad y efecto, se ha querido borrar en el mundo del cine, y en el de las noticias y otros programas cuyo objetivo es informar los sucesos del mundo real. Ahora, hay que desconfiar de todo y de todos. No me sorprende que haya tanta paranoia, ansiedad y estrés. Tal vez, es tiempo de comenzar a ver a todo el mundo virtual como una ficción, y empezar a sentir al mundo que nos rodea. Vivir es experimentar con nuestros cuerpos, sufrir dolor, sentir la lluvia o el viento; quizás así las máquinas no nos puedan engañar. Si no conocemos bien la realidad, será fácil dejarnos llevar por simples ilusiones.
Más historias
La Risa: Desmitificando el Poder y Aligerando las Cargas Sociales | F es de Fantástico #33
La filosofía detrás de Full Metal Alchemist: Brotherhood | Té de guion #37
Europa como pesadilla | Después de la pantalla #09