The trash can of ideology #08, una columna de Ángel de León
El dueño de una empresa dedicada a proveer de actores a las personas para cumplir sus fantasías (por ejemplo: un padre postizo para la boda de la hija, porque el real es un alcohólico), se enfrenta, al final de la película, a la pregunta: ¿y si mi familia son sólo actores interpretando un papel? Este hombre no llega a esta pregunta por una intuición metafísica, sino porque sabe, de cierto, que existen personas en esta situación: él finge ser el padre de la hija de su cliente, a la que la madre quiere hacer creer que su padre, que en realidad está muerto, la había abandonado y finalmente regresó. Puestas así las cosas, esta pregunta solo puede hacérsela alguien con dinero, ¿pues quién pagaría, en todo caso, por esa simulación? Como sucede en otras ficciones distópicas, como Black mirror, la de Family Romance se refiere a problemas y perspectivas futuristas para las clases altas. Mientras los privilegiados tienen crisis existenciales con los robots y las computadoras, la clase trabajadora, fuera de cámara, sostiene su despilfarro y sus extravagancias desde su opresión; y aunque sin duda experimentaremos ante los robots una angustia metafísica, ésta sería secundaria frente al conflicto que surgirá cuando usurpen puestos de trabajo.
Sin embargo, no sólo la mujer rica que le paga a un actor para suplantar a su marido muerto recurre a una médium para obtener noticias del más allá; en una vecindad pobre de la Ciudad de México podemos encontrar personajes similares, a los que acuden personas humildes (y no tan humildes) en busca de respuestas. El conflicto que se expone en esta película atraviesa al ser humano sin importar su clase social, la empresa Family Romance responde a la necesidad ancestral de los seres humanos por encontrar sortilegios que modifiquen la realidad, que la hagan más soportable, a través de ilusiones encarnadas en las más variadas formas: billetes de lotería, ouijas, horóscopos, rituales de Santería… Family Romance es, simplemente, la forma que adopta(rá?) esta tan humana tradición en el capitalismo tardío (para las clases altas), en la sociedad del espectáculo que Baudrillard describe como una gran simulación.
La médium posmoderna, poseída por el fantasma del marido de su clienta, como un actor que dijera “disculpen” al público y se detuviera un momento para ajustarse el micrófono, se detiene un momento para apagar su celular. La clienta, que es también la clienta de Yuichi Ishii, el director de Family Romance, sabe con certeza que éste es un actor que simula ser el padre de su hija, pero cree (o juega a creer) que la médium realmente habla con la voz de su esposo. ¿Importa la diferencia? ¿No acaba por decirle a Ishii, a pesar de todo, que pueden ser una familia de verdad, llevar la simulación hasta las últimas consecuencias, es decir, hasta el acuerdo mutuo de fingir no sólo que no es una simulación, sino que no saben que lo es? Se supone que en la posmodernidad ya no creemos en nada, que nos limitamos a simular. Family romance señala que, en el fondo, no importa la diferencia, quizás no sea importante distinguir si realmente creemos o no, lo importante es que necesitamos creer, y en la medida de nuestras posibilidades, los humanos estaremos siempre dispuestos a pagar por ello.
Más historias
La Risa: Desmitificando el Poder y Aligerando las Cargas Sociales | F es de Fantástico #33
La filosofía detrás de Full Metal Alchemist: Brotherhood | Té de guion #37
Europa como pesadilla | Después de la pantalla #09