Le Cinéma Sauvage #06, una columna de Cristian «Lítost» Gutiérrez
Piensa en algún suceso de tu pasado, trata de crear una escena clara en tu mente; entre menos efímera, mejor. Intenta recordar todo el paisaje que rodea ese recuerdo, intenta definir los colores de esa habitación, las ropas que vestías, el grosor de tus brazos. Intenta recordar el tono de tu voz, piensa y reproduce con exactitud el sonido de tu entorno, las palabras de aquella persona que amas. Intenta recordar, pero no de cualquier forma: recuerda como si escribieses con fuego el pasado que viviste, como si aquel fuera el guion de tu propia vida.
Mirar al pasado es siempre echar un vistazo a algo que se ha perdido parcialmente. Por mucho que lo intentemos, por más que añoremos reproducir esa escena, el pasar del tiempo provoca siempre que nuestra mirada se apague, que las imágenes pasadas se empañen como si fuesen cristales en la lluvia. Wong Kar Wai, director de cine hongkonés, conoce bien la sensación de mirar hacia el ayer.
Nacido en China, Wong rápidamente se mudó junto a su madre a Hong Kong. Desconociendo la lengua y la cultura a la que se trasladaba, el hongkonés vivió su infancia y adolescencia entre películas, canciones que no comprendía e imágenes de mil formas: neones resplandecientes, edificios abismales y rincones recónditos; estando aún muy joven, Wong Kar Wai entendió que existía un lenguaje universal, el de las imágenes, descubrimiento que se expondría claramente en su obra cinematográfica más adelante.
La nostalgia y la añoranza por el pasado se manifiestan en toda su obra, sin embargo, la película en la que más claramente se percibe la frustración y, en última estancia, la belleza de no poder recordar nítidamente, es In The Mood For Love. En esta se nos presenta a Chow Mo-wan y Su Li-zhen, dos vecinos que con sus respectivas parejas se mudan a una casa compartida en Hong Kong. Entre los dos personajes principales la química es inmediata, y esta se agudiza cuando ambos descubren que sus parejas les son infieles. Así, ellos comienzan un juego de seducción en el que asumen el papel de sus infieles acompañantes, intentando con ello desentrañar las razones que les llevaron a cometer la infidelidad. Como es común en este director, la trama no es una caja de sorpresas y las acciones no tienen demasiada repercusión, se trata muchas veces más de lo que no está presente, o de los elementos pequeños e inteligibles que rodean cada escena y crean un ambiente borroso en el que todo se percibe como un recuerdo.
Desde el comienzo de la película las escenas se perciben borrosas, la cámara se posiciona detrás de objetos, convirtiendo al espectador en un intruso, o mejor aún, en un soñador que presencia escenas brumosas y difíciles de discernir. A medida que la trama avanza las escenas se hacen repetitivas, al son de la misma música atrapante vemos cómo una y otra vez los personajes desarrollan las mismas acciones, somos presentes de una rutina aparentemente inmutable. Su Li-zhen y Chow Mo-wan frecuentan los mismos lugares, comparten los mismos hábitos, pero apenas y se dirigen una mirada, apenas y se rozan con sus extravagantes atuendos. Es como si estuviéramos asistiendo a los febriles recuerdos de otra persona, como si estuviéramos metidos en la mente de aquel que consumido por la nostalgia, trata de recordar una y otra vez los mismos momentos, las mismas miradas, las mismas acciones, intentando adivinar cada elemento dentro de la imagen, vanamente, pues la neblina del pasado acaba con todo, o al menos con casi todo.
La película nos atrapa, hace partícipe al espectador de un sueño del que nuestros débiles y semi-apagados ojos no pueden escapar. El baile de la seducción y la nostalgia entre nuestros protagonistas continua, hasta que consumidos por el miedo de que su juego se convierta en realidad y terminen siendo atrapados por el amor, terminan separándose irremediablemente. Apenas sucede esto, la pantalla se satura de imágenes reales, aquel gentío que vemos documentado en la pantalla no es más que la película sacudiéndonos del sueño, regresándonos a la realidad.
Chow Mo-wan habla en una parte de la película acerca de una antigua tradición: escarbar un hoyo en un árbol, contar un secreto en él y taparlo con lodo, de ese modo, el secreto estaría bien guardado y jamás sería descubierto. Al final de la película, vemos a nuestro protagonista en unas ruinas asiáticas, contando su secreto en una de las grietas tapadas con tierra que allí aparecen. El secreto de Chow está a salvo para todos, menos para él, que reproducirá constantemente el recuerdo de ese amor borroso que nunca pudo darse, aquel pasado que él presencia como si fuese el reflejo de un espejo, o como si echase un vistazo a través de un vidrio empañado. Cuando recordamos, no tenemos imágenes claras ni hechos objetivos, en nosotros solo hay un esfuerzo por reconstruir escenas más o menos coherentes que extrañamos e intentamos traer de vuelta. Es como mirar a través de una ventana cubierta de polvo; el pasado es algo que podemos recordar pero no tocar, y todo lo que se recuerda es borroso y vago.
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