F es de Fantástico #19, una columna de J. R. Spinoza
La primera vez que leí a Samanta Schweblin fue en el taller del maestro Hiram Ruvalcaba. Nos presentó un texto titulado: Un hombre sin suerte.
La historia es sobre una niña que cumple ocho años y se siente relegada por su hermanita de tres. Esperando cualquier cosa menos tener que pasar su onomástica en el hospital debido a que su hermanita tomó una taza de lavandina. Por si fuera poco, sus padres (camino al hospital) le piden algo que para ella es inaudito: entregarles su calzón.
“Miré a mamá y entonces ella gritó:
—¡Sacate la puta bombacha!
Y yo me la saqué. Papá me la quitó de las manos. Bajó la ventanilla, volvió a tocar bocina y sacó afuera mi bombacha. La levantó bien alto mientras gritaba y tocaba bocina, y toda la avenida se dio vuelta para mirarla. La bombacha era chica, pero también era muy blanca. Una cuadra más atrás, una ambulancia encendió las sirenas, nos alcanzó rápidamente y nos escoltó, pero papá siguió sacudiendo la bombacha hasta que llegamos al hospital”.
Es obligada a permanecer en la Sala de espera y en la preocupación sus padres olvidaron devolverle la bombacha. Es ahí donde conoce al hombre sin suerte, que le propone ir a buscar una nueva.
Schweblin construye en la niña un gran personaje y durante el cuento juega con la perspectiva, porque para la historia los antagonistas son la familia, sin embargo, para el lector pudiese ser este hombre sin suerte. Por el peligro que corre la niña (al irse con un hombre adulto a buscar un nuevo calzón), el cuento está lleno de tensión. Es sin duda uno de las mejores historias que he leído este año.
La pueden leer gratis en el siguiente enlace:
El segundo cuento que recomendaré es: Perdiendo velocidad.
En el que un hombre asegura estar perdiendo velocidad, lo que lo mantiene preocupado.
“—¿No viste lo que tardo en atender el teléfono? En atender la puerta, en tomar un vaso de agua, en cepillarme los dientes… Es un calvario”.
La historia nos hace reflexionar sobre que al carecer de propósito, nos apagamos y perdemos el deseo de vivir. Estar haciendo cosas por rutina o actividades que no nos gustan, nos deprime, nos apaga. Luego la muerte llega, como si el hastío fuese una invitación. Me gustó mucho el detalle del final del cuento. Sobre los cerillos. No lo explicaré, sería echar a perder una buena metáfora, prefiero que lo lean en el siguiente enlace: https://narrativabreve.com/2013/07/cuento-samantha-schweblin-perdiendo-velocidad.html
Me dispondré a leer “Siete casas vacías” con el que Schweblin se hizo con el Premio de Narrativa Breve Ribera del Duero. Les estaré contando en una próxima columna.
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