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Poesía y Humanidades

El reflejo convexo de la identidad en la obra de Guadalupe Nettel. Segunda parte | El espejo enterrado #32

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El espejo enterrado #32, una columna de Daniel Luna


La entrega anterior se centró en exponer la relación metafórica entre el ser humano y los animales dentro de los cuentos de Guadalupe Nettel. Un aspecto importante de la identidad asociada a los factores externos alrededor del individuo. No obstante, para cerrar este análisis es necesario considerar las desconstrucciones internas, las cuales con frecuencia pasan desapercibidas por encontrarse en un proceso constante e invisible.

Dicho momento, no resulta únicamente en la identificación conductual, sino que va más allá de las habilidades, creencias e historia del individuo formando una imagen consistente de sí mismo. Esta búsqueda se focaliza durante la adolescencia, por lo años de mayores cambios intelectuales y físicos. Varios estudios alrededor de este fenómeno defienden la idea de que la identidad es una variable dependiente del periodo histórico, pero en ocasiones las corrientes culturales delimitan en mayor medida las resignificaciones desconocidas.

Desde un marco filosófico, existen tres definiciones fundamentales. El primero, de pensamiento aristotélico, considera la identidad como unidad de sustancia. La segunda acepción según Leibniz apunta a la igualdad por analogía, y la última parte de la idea identidad como una convencionalidad de cualquier criterio. Un ejemplo, del punto de encuentro de las tres explicaciones es la novela El huésped donde conocemos la historia de una niña atormentada por la “cosa” que habita en su interior.

La naturaleza de la “cosa” se mantiene ignota, pero su presencia en la vida de la protagonista potencia las situaciones en las que se ve inmersa, dotando de un significado más profundo y diferente a las tragedias cotidianas. La muerte, la perdida y el dolor recrudecen su impacto en la mente infantil de quien crece con el temor de dejar de ser quien es. Lo que sea que eso signifique.

Sin embargo, aunque la sustancia sea desconocida, en el segundo de nivel de igualdad es posible encontrar una relación entre la ceguera y la forma de interactuar del parasito con el mundo. Esta conexión al interior de Ana detona un interés muy particular por las personas invidentes lo cual hace dudar, incluso al lector, de la capacidad de los sentidos para absorber el exterior.

 Gracias a la interacción del personaje principal con el resto de actores narrativos con esta característica, es posible entender la función de los sentidos en la formación de la identidad de un ser humano pues la información que se recibe de ellos es el motivo de la posición elegida para afrontar la realidad. En la portadora de la “cosa” este descubrimiento la conduce a reflexiones personales sobre la pertenencia de sus sentidos y la forma autentica en cómo debería ser utilizados.

Finalmente, la convencionalidad de la historia ayuda a entender el carácter de su inquilino y su influencia en la vida de su arrendataria. La moraleja de la obra recae en la idea de lo poco que conocemos de nuestro interior por miedo o ignorancia. Una búsqueda peligrosa que, por lo menos para la protagonista de la novela de Guadalupe Nettel, termina en el abandono de todo lo que conocía para abrazar una vida que no es la suya, pero en la cual se siente ella misma.

Un dilema extenso el cual es posible entender o mitigar gracias a la lectura y el ejercicio de experimentación remota que otorga la buena literatura. En ella quizá algún día se encuentre una respuesta clara de los elementos que podemos considerar como propios formulados desde la reflexión personal y colectiva de la cultura en común.