Tríada Primate

La plataforma DEFINITIVA de Humanidades

Una apuesta por la felicidad: sobre la dificultad que hallamos los escritores para vivir de nuestro arte | The trash can of ideology #30

The trash can of ideology #30, una columna de Ángel de León


Cuando a William Faulkner le preguntaron si la seguridad económica era importante para el escritor, dijo que ese tipo de cosas son importantes para su paz y su contento, pero que el arte no tiene nada que ver con la paz y el contento.

Algo de razón tenía el novelista. El marqués de Sade escribía en la cárcel con su excremento. Han escrito aristócratas, como Tolstoi, y campesinas, como Gabriela Mistral. Han muerto escritores en la miseria. Pero aun la escritura más desolada, tiene que ver con la felicidad: la del creador que encuentra en la página su razón de existir, y la de los lectores que encuentran consuelo en sus letras.

En la soledad de mi adolescencia, mis amigos eran Ana Karenina, don Quijote y Jorge Ibargüengoitia. He respondido a cada pérdida con un ensayo, un poema, o una obra de teatro. En la pandemia encontré un refugio en la poesía griega y los ensayos de Wilde y de Sigmund Freud.

La literatura nos ayuda a afrontar los traumas colectivos. El dolor de estar vivo y aquello que nos permite afrontarlo y, pese a todo, gozar de la existencia, animan la escritura desde su origen: cuenta Hesíodo que los cantos de las Musas alivian el malestar del corazón. Aun cuando, a menudo, ha sido utilizado por los poderes como herramienta de control y legitimación –pues todo documento cultural, decía Benjamín es, al mismo tiempo, un documento de barbarie–, me gusta pensar en el arte como un hilo de Ariadna que nos ayuda a habitar nuestros laberintos. La Ilíada puede interpretarse como la piedra angular del imperialismo ateniense –no en vano fueron los tiranos hijos de Pisístrato quienes tanto fomentaron su conservación–, puede leerse de otro modo: Aquiles, frente al cadáver de Patroclo, se rebela, por un momento, contra la ideología bélica que lo ha llevado a preferir la gloria a la felicidad, lo que, implícitamente, para algún lector atento –como fue el Eurípides de Las troyanas, donde los aqueos se presentan, sin tapujos, como asesinos y violadores–, puede ser un alegato contra la guerra. ¿A cuántos les habrán ayudado los versos de Aquiles a poner en palabras su duelo? Pienso en los ensayos, los cuentos, los dramas y los poemas como estrategias para afrontar la vida, como lo son el arte, la filosofía, el psicoanálisis y la amistad.

El ser humano necesita seguridad económica. Los escritores, a pesar de nuestras rarezas, entramos en esa categoría. Con o sin apoyos económicos, el escritor escribe: eso es lo que lo hace escritor. Hay algo perverso en la insistencia de vincular toda actividad humana con la prosperidad económica, como si no hubiera existido un Spinoza, que vivía de tallar lentes y no de escribir filosofía: de todos modos la escribió. Lo fundamental de la escritura, pienso, es rescatar su dimensión colectiva: escribir en comunidad, rodeado de otros seres que han encontrado la felicidad en la escritura. Proyecto utópico en un mundo que se sostiene en la competencia, donde en vez de colegas somos enemigos que se pelean por la beca y el espacio. En medio del laberinto al que nos metimos, con la crisis económica y el desprecio de gran parte de la sociedad por nuestro trabajo, necesitamos hilos de Ariadna que cobijen nuestra apuesta vital. Espacios que surjan no sólo desde la academia, sino desde la periferia: editoriales independientes, plataformas en el mundo digital, entra otras estrategias que, acaso, queden por descubrir.

En cualquier caso, la seguridad económica, la paz y el contento son fundamentales para tener una vida digna. Creo que la apuesta de Faulkner podemos leerla desde el esfuerzo por mantener la creación literaria a resguardo del afán de lucro. Creo que ser felices es uno de los deberes principales de la existencia, aunado al deber de contribuir a la felicidad de los otros. Estoy convencido de que la literatura tiene la potencia de contribuir no sólo a la felicidad de quienes la practicamos, sino a la de los lectores del futuro, para la creación de nuevos hilos de Ariadna para construir una sociedad mejor.