Meditación en el umbral #10, una columna de Fabi Bautista
“Nos quieren como musas porque nos temen como artistas” se lee en uno de los tantos carteles que han acompañado las marchas feministas a lo largo de los años. Si la habitación propia de Virginia Woolf puso sobre la mesa las dificultades a las que se enfrentan las mujeres al incidir en el ámbito literario —mayoritariamente dominado por hombres—, así como la necesidad de un espacio para desarrollar la escritura, “Envidia del pene” de Erica Jong plantea la idea de feminidad a la par que expone las contrariedades y obstáculos que se anteponen a las mujeres como artistas y como madres. Es inevitable cuestionarse ¿es posible lograr ambas? El poema esboza una idea, no como un cuestionamiento a la capacidad de las mujeres, sino como una crítica a las exigencias e imposiciones de la sociedad en torno a lo femenino. De esta manera, nos encontramos con los siguientes versos:
Pero ya que soy mujer,
debo no sólo inspirar el poema
sino también escribirlo a máquina,
La figura de la mujer no ha sido ajena al arte, sin embargo, cabe preguntarse cómo se ha configurado su presencia dentro de estas manifestaciones ¿es la mujer sujeto activo y, por tanto, creador, o un objeto de inspiración que a lo sumo existe para ser contemplado? Como se expone en el artículo “La mujer como musa y creadora”: “la representación de la mujer a lo largo de la historia va de la mano con su valor dentro de la sociedad, con los papeles que ha desempeñado, y con la visión del género masculino sobre el género femenino” (Mexicana, s.f., párr. 5). Por tanto, no es coincidencia que —bajo la visión masculina— la mujer en el arte sea la musa, fuente de deseo e inspiración; pero no la creadora, la artista.
“Ellas son las grandes protagonistas de las salas” (García, 2016, párr. 3) ya sea a través de múltiples esculturas, retratos y desnudos; pero ¿dónde está su autoría? “Do women have to be naked to get into the Met Museum? Less than 5% of the artists in the Modern Art sections are women, but 85% of the nudes are female” se lee en un cartel de las Guerrilla Girls, grupo feminista anónimo dedicado a exhibir el racismo y sexismo en el mundo de las artes. El mensaje es contundente no sólo porque vislumbramos que el denominado canon no está al margen de ejes como el machismo, la misoginia y la discriminación; sino también porque comprendemos que, para muchos, la imagen de la mujer creadora resulta aún insostenible en tanto su lugar está en ser un objeto.
no sólo concebir al niño
sino también darlo a luz,
no sólo dar a luz al niño
sino también bañarlo,
no sólo bañar al niño
sino también alimentarlo,
no sólo alimentar al niño
sino también llevarlo
a todas partes, a todas partes…
mientras que los hombres escriben poemas
sobre los misterios de la maternidad.
Como menciona la periodista española Esther Vivas en su ensayo “Mamá desobediente: una mirada feminista a la maternidad”, producto de los modelos impuestos por el patriarcado y el capitalismo “la maternidad carga con una pesada mochila de abnegación, dependencia y culpa” (2019, p. 11). El eterno femenino, sumado a la idealización de la maternidad, impone a la mujer una serie de estándares y exigencias inalcanzables no sólo porque toda la labor de crianza recae sobre una sola persona, sino porque se espera que sea excepcional en ella —bajo la visión patriarcal, claro— a la par que abandona sus propios deseos y ambiciones personales a fin de no ser tachada de mala madre o egoísta:
Hay una especie de imposibilidad entre la realización personal vs la realización laboral, pues se espera que sean la una o la otra; no ambas, pero si deciden elegir ambas, entonces se les castiga con jornadas dobles o hasta triples de trabajo. (Reporte Indigo, 2020, párr. 2).
Asimismo, y paradójicamente, nos encontramos ante una sociedad que idolatra la figura de la madre, pero que, a su vez, denigra a la mujer, la invisibiliza, la aniquila. ¿Por qué? ¿Será acaso porque esta supuesta veneración reproduce la idea de la mujer como objeto, pero nunca como par del hombre? ¿Será porque sólo es digna de ser reconocida aquella que califique como mujer dentro de los modelos y estándares que se nos han impuesto? ¿O quizá porque esta idealización impide ver sujetos reales con experiencias personales para, en su lugar, coartar la libertad y todo indicio de diferencia? Tanto la musa como la madre sirven al sistema porque continuamos siendo un objeto. Un objeto que “inspira” y “desata” las más bellas emociones, claro, pero a fin de cuentas un objeto; una entidad inerte que sirve para propósitos ajenos, nunca un sujeto para sí misma, para sus sueños, deseos, anhelos y aspiraciones propias.
Lo anterior no pretende ser una crítica al deseo de la maternidad, sino una invitación a repensarla —en palabras de Rosario Castellanos— “no como proceso biológico, sino como experiencia humana” (1965, párr. 10). Entender la maternidad como un constructo social, y no como una función natural hallada en “una especie de código biológico que se traduciría en capacidades, habilidades y saberes, producto de un instinto inscrito en la naturaleza femenina” (Sánchez, 2016, p.922) nos hace entender que ninguna es más o menos mujer por ser madre. Dar otros ojos a la maternidad es reconocer que quien decide serlo no debe, de ninguna manera, responder a los absurdos ideales de “madre perfecta” o “virgen santa” que sobre ella pesan a fin de moldearla a lo que el sistema patriarcal dicta que debería ser. Entender la maternidad como una parte de la vida de algunas mujeres y no como la totalidad es vislumbrarlas y vislumbrarnos como seres reales, sujetos activos y no meros instrumentos de reproducción.
En un mundo ya lo suficientemente hostil, que exige de nosotras estándares inalcanzables porque ello implica el ser mujer; reflexionar, criticar y cuestionar estos ideales no es mera búsqueda de independencia y estabilidad propia, sino un acto político. Ya no basta con inspirar el poema, sino tomar la pluma y escribirlo; para denunciar, para transgredir, para decir al mundo que la feminidad se vive de variadas y múltiples maneras, que ser mujer ya no es más sinónimo de sumisión y abnegación. Es hora de dejar atrás la imagen de la virgen y la prostituta, de la mujer-madre y la mujer objeto de deseo para (re)entendernos como seres complejos, con ideales, deseos y anhelos. En fin, para decir que está en nosotras y no en lo que se nos ha impuesto el ser mujer.
Envidio a los hombres que pueden anhelar
con infinita vaciedad.
Esta es la última entrega del análisis a un fragmento de “Envidia del pene”, puedes leer la columna anterior aquí:
Clic aquí para leer el poema completo:
Bibliografía
- Castellanos, R. (1965). “Y las madres, ¿qué opinan?”. Ensayistas. https://ensayistas.org/curso3030/textos/ensayo/madres.htm
- García, A. (2016). ¿No hay mujeres en el arte? Le Miau Noir. https://www.lemiaunoir.com/mujeres-mundo-del-arte/
- Mexicana. (s.f.). La mujer como musa y creadora. Mexicana. https://mexicana.cultura.gob.mx/es/repositorio/x2acnp2f9p—7
- Reporte Indigo. (2020). Rosario Castellanos y Elena Garro; otra manera de ser mujer y vivir la maternidad. Reporte Indigo. https://www.reporteindigo.com/piensa/rosario-castellanos-y-elena-garro-otra-manera-de-ser-mujer-y-maternidad/
- Sánchez Rivera, M. (2016). Construcción social de la maternidad: el papel de las mujeres en la sociedad. Opción, 32(13),921-953.
- Vivas, E. (2019). Mamá desobediente: una mirada feminista a la maternidad. Ediciones Godot.
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