Ojos abiertos #08, una columna de María del Rosario Acevedo Carrasco
Después de una espera casi eterna, por fin llega la segunda entrega con las otras dos obras de Taboada, cuyo punto de encuentro son las mujeres jóvenes y los fantasmas vengativos: Hasta el viento tiene miedo y Más negro que la noche.
Hasta el viento tiene miedo relata la historia de Claudia, alumna de un internado para señoritas que un día empieza a tener sueños de alguien llamándola desde la torre del colegio. La voz trasciende a los sueños y Claudia, junto con sus amigas, encuentran la puerta abierta y deciden entrar, ganándose así un castigo ejemplar de la directora Bernarda: Quedarse todas las vacaciones en el colegio.
La soledad compartida y el escrutinio constante de Bernarda acercan al grupo y, eventualmente, esta cercanía las hace a todas testigos de los sueños de Claudia que ya no son solo eso, pues la voz adquiere un rostro al que todas pueden ver. Entre el temor y la curiosidad, la señorita Lucía, la maestra buena del cuento, les cuenta la historia de Andrea, una alumna que años antes se había suicidado en la torre.
Las visiones de Claudia escalan al punto en que una noche sube a la torre y cae desde lo alto, haciendo que la den por muerta. Su fortuito regreso a la vida, acompañado de conductas cada vez más extrañas y un odio profundo a Bernarda, distorsionan las barreras entre ella y Andrea, el pasado y el presente y entre la vida y la muerte, culminando con un final que, de la manera más irónica y cruel posible, resulta feliz.
Más negro que la noche nos muestra la historia de Ofelia, Pilar, Aurora y Marta, cuatro amigas que viven juntas en el auge de la modernidad de la década de los 70’s. Un día, Ofelia hereda una mansión de su tía Susana, con la única condición de que se haga cargo de su gato Bécquer. Con cierta resistencia a la mascota, las cuatro amigas se mudan a la casa, un hogar solemne y casi sagrado que conserva la esencia de su dueña en cada rincón.
La vida transcurre tranquila hasta que Bécquer desaparece y, poco después, aparece su cadáver. La muerte parece desencadenar una serie de fenómenos extraños en la casa, que van desde lamentos y sombras hasta cosas tangibles que hacen sentir la presencia de la tía Susana, deseosa de atormentar a las habitantes de la casa sin motivo aparente.
Solo cuando la verdad sale a la luz, Ofelia comprende el origen de la ira incontrolable de su tía, sin embargo, es demasiado tarde, pues el acoso llega a puntos inimaginables de los que, aunque tengo mis dudas, no hay retorno.
Estas dos películas, contrario a Veneno para las hadas y El libro de piedra, no intentan suavizar las emociones ni ocultarlas bajo la inocencia, nos muestran la ira y el dolor de la manera más cruda posible, resaltando lo visceral y cruel del ser humano. Entendemos también que esas emociones pueden llegar al punto que trascienden la vida y siguen en nuestro plano aún después de la muerte, quizás en forma de un lamento que eriza la piel o del viento incontrolable que parece aullar por las noches, pero permanecen, como la esencia que dejamos al partir.
En estos filmes, el choque entre lo sobrenatural y la juventud se hace presente, vemos la ira de un espíritu encontrarse con la insolencia, el desenfreno y una despreocupación tan pura que pareciera rayar en el escepticismo. Sin embargo, la intuición y la confianza en lo que se percibe, ya sea con los sentidos o con el instinto, derivan en una disposición mayor a creer en aquello que no siempre se ve.
Otra peculiaridad de estas películas es que ambas tienen un sentido retorcido de justicia divina, pues quien mal obra recibe su castigo, con la misma malicia y crueldad con la que actuó, y aquellos que fueron inocentes resultan bien librados.
Al final, hay infinitas cosas que podemos destacar de la filmografía de Taboada, como su manera de hacer magia con presupuestos limitados y actores de renombre en papeles completamente opuestos de una película a otra, sus finales que dejan una paz inquietante o la manera tan solemne de colar los nombres de las películas en los momentos clave de estas. Pero de todo lo dicho, y lo que no, hay una verdad casi absoluta: Carlos Enrique Taboada fue un genio del terror que aún hoy, décadas más tarde, logra sumergirnos en historias atemporales que nos hacen temer a las brujas, adorar a los gatos negros, alejarnos de las estatuas y saber que cuando el viento aúlla, es porque tiene miedo.
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