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De la añoranza por lo natural en una vida artificial | Rozatl a través del tiempo #22

Rozatl a través del tiempo #22, una columna de Stefanía Gómez Angulo


La humanidad peleado una batalla desde siempre, sin importar época o lugar. Las inclemencias de la naturaleza han sido el depredador más grande del ser humano, desde su clima, hasta sus enfermedades. Sin embargo, nos hemos tratado de defender, construimos casas para resguardarnos del clima, inventamos medicinas para curar enfermedades, nos transportamos en vehículos para vencer las grandes distancias que nos separan, incluso, creamos armas de fuego para defendernos de otros animales, o, simplemente para cazarlos por diversión. A pesar de esto, no hemos alcanzado la inmortalidad, o siquiera el dominio completo sobre la Madre Tierra. Gente sigue muriendo a causa del clima, de enfermedades desconocidas y de ataques de animales tan grandes como un tigre, tan pequeños como un mosquito. Se podría pensar que la relación de la humanidad con la naturaleza es constantemente bélica; no obstante, es diferente en esta época. He notado una ambivalencia moderna en cuanto a lo natural.

En primer lugar, hay una nueva tendencia por vivir una vida más ecológica, que ayude a cuidar a la naturaleza. Pienso que este movimiento surgió a partir de estudios científicos que demostraron el daño que el hombre ha tenido sobre el planeta a través de los años; por ejemplo, el calentamiento global, extinciones de especies, destrucción de bosques, entre muchos más. Dado que estos eventos afectan al ser humano directamente, se ha intentado disminuir este impacto con las famosas 3 R, Reducir, Reutilizar y Reciclar, en miras a un futuro mejor para nuestra descendencia. Esto ayuda, pero definitivamente no resuelve el problema. Me parece prácticamente imposible que alguien en esta época no contamine o dañe el mundo de alguna manera. Hemos creado una sociedad que invariablemente destruye todo a su alrededor. Ya sea con nuestros aparatos electrónicos que contienen baterías y químicos nocivos, con las cantidades de basura que generamos, aunque ya se hayan reducido, o con nuestros medios de transporte que emiten gases tóxicos. Seguimos, y seguramente seguiremos, dejando una huella negra en la Tierra. Sin embargo, este movimiento verde también ha causado un regreso al pasado, de cierta manera.

La idea de que el hombre debe cuidar a la naturaleza ha provocado que el mercado venda una idea de “vida natural” a la que uno debe aspirar. Comer frutas y verduras que son cosechadas con amor y cuidado, “orgánicas”, andar en bicicleta o caminar de un lugar a otro, optar por productos más naturales, hechos artesanalmente, son algunos de los mensajes que grandes empresas han decidido vender para ganar mucho dinero, gracias a que está de moda ser verde, además de ayudar al planeta. Pero, ¿qué significaría vivir verdaderamente una vida natural? Tener una casa hecha con materiales naturales, en medio de un bosque o del desierto, cultivar nosotros las frutas y verduras que comeremos, criar a los animales que mataremos y consumiremos, sin electricidad, sin gas, sin Internet, sin drenaje, sin aparatos electrónicos. ¿Un ser moderno podría vivir así, felizmente?

Tal vez el cambio sea paulatino. Quizá el retorno a una vida natural pueda ser el escape a esta vida artificial, en la cual difícilmente vemos al cielo o escuchamos fluir un río. Aunque sea unos cuantos días, vivir la experiencia y regresar de alguna manera a cierto origen para reflexionar acerca de nuestras vidas. Asimismo, es cierto que debemos tratar a los demás y a nuestro entorno con más respeto, al intentar no contribuir a su destrucción con pequeñas acciones. La verdad no me preocupa mucho la naturaleza, pues ha demostrado infinidad de veces que, por más que uno la intente dominar, ella siempre saldrá adelante. Cuando la humanidad haya desaparecido, ella continuará su eternidad y nuestras grandes ciudades, nuestras culturas y avanzadas tecnologías serán un vago rumor en el viento.