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Poesía y Humanidades

“Te amé media hora, no me pidas más”, desmitificando el amor romántico | Meditación en el umbral #16

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Meditación en el umbral #16, una columna de Fabi Bautista


“El amor ha sido el opio de las mujeres como la religión de las masas.
Mientras nosotras amábamos, ellos gobernaban.”
Kate Millet

“Érase una vez” abre el telón a una historia sobre la cual ya podemos predecir el final: idílicos cuentos de princesas dormidas y valientes caballeros quienes —contra todo obstáculo— logran el tan esperado y vivieron felices por siempre, ideal que muchos anhelábamos a lo largo que crecíamos. ¿Acaso había otra alternativa? El amor es entrega, abnegación, locura, es encontrar a la mitad que llenará con desbordante pasión el resto de nuestros días ¿cuántas veces éste no ha sido el mensaje que subyace a los discursos con los que hemos sido bombardeados desde niños?

“En nuestra cultura se dice que el amor es el motor de la vida y el sentido de la existencia” expone Marcela Lagarde en sus memorias Claves feministas para la negociación en el amor (2001) y es sobre esta premisa que vale la pena cuestionar su universalidad. Si es que todos amamos, no lo hacemos de la misma forma, sobre nuestra construcción simbólica de lo que implica amar se atraviesan elementos como el género, la clase social, cultura, edad y demás. A partir de lo anterior podemos cuestionar cómo es que —política, social y culturalmente— el amor se ha impuesto como un mandato para las mujeres.

“¿Qué debemos ser las mujeres? Debemos ser seres del amor […] seres para el amor” continúa Lagarde para exponer cómo, dentro de la sociedad patriarcal, “hemos sido construidas por una cultura que coloca el amor en el centro de nuestra identidad” (2001, p. 12) resultando en una existencia al servicio y deseo de los otros, no en ser para nosotras mismas. Así, el pretexto de explorar esta imposición surge a raíz de la poética de Alfonsina Storni donde, a través de “Hombre pequeñito”, incluido en su obra Irremediablemente (1918) exige libertad ante quien la aprisiona en una jaula.

Hombre pequeñito, hombre pequeñito,
Suelta a tu canario que quiere volar…
Yo soy el canario, hombre pequeñito,
déjame saltar.

Emplear la imagen del ave no es fortuita si consideramos que en diversas culturas su figura enmarca un vínculo entre lo celestial y lo terrenal, derivando —de manera más específica— en la representación simbólica del alma, ser y principio del humano. Si en primera instancia este recurso entreteje una idea del enunciador, es posible identificarlo abiertamente en el segundo verso cuando declara sin tapujos “yo soy el canario, hombre pequeñito” revelando así tanto al enunciador como al enunciatario del poema.

En cuatro versos hallamos un acto de denuncia implícito, mismo que pone en manifiesto no sólo la condición social de la mujer, quien está a la merced de quien la aprisiona, sino también su deseo e ímpetu de libertad al dirigirse a ese “hombre pequeñito” que se rehúsa a soltarla. Dos preguntas saltan a la vista: en primera, vale la pena indagar cuál es el mecanismo que Storni expone como nuestra prisión. En segundo lugar, habría que cuestionar también por qué el hombre no “la deja saltar”. Esbozamos una respuesta a esta última cuestión en la siguiente estrofa, donde la escritora argentina manifiesta lo siguiente:

Estuve en tu jaula, hombre pequeñito,
hombre pequeñito que jaula me das.
Digo pequeñito porque no me entiendes,
ni me entenderás.

Personalmente, hallo dos lecturas a estos versos. Es posible interpretar la incapacidad del hombre por soltarla en su propia ignorancia, misma que —por ejemplo— se refleja en cómo reproducimos conductas machistas, sexistas y misóginas dentro de nuestras relaciones por interiorizarlas al grado en que las hemos naturalizado. Lo anterior resulta peligroso en tanto las conceptualizamos como inherentes a nuestra condición de hombre o mujer y, por tanto, inamovibles.

Ahora bien, por supuesto que resulta complicado e incluso agotador el cuestionar las formas con las que crecimos. Las ideas, creencias y mitos con los cuales se nos educó —directa e indirectamente— se hallan tan arraigadas en nosotros que reconocerlas es una tarea de constante reflexión y confrontamiento. Habiendo dicho esto, creo que una segunda lectura a denominar al hombre como “pequeñito” no reside en su incapacidad de ver el problema, sino en reconocerlo y aún así ignorarlo. “No me entiendes, ni me entenderás” ¿será que no puedes hacerlo o que no quieres hacerlo? ¿qué es lo que realmente lo hace pequeñito?

Tampoco te entiendo, pero mientras tanto
ábreme la jaula que quiero escapar;
hombre pequeñito, te amé media hora,
no me pidas más.

Es en las últimas líneas donde se nos revela que la jaula funciona como una alegoría para el amor del hombre, mismo que la oprime y aprisiona. Tal como lo refleja Storni en su poesía, Lagarde plantea que, si bien la creencia de la universalidad del amor se ha consolidado como una “vía privilegiada a la felicidad”, éste “encierra recovecos de dominio que generan desigualdad, lazos de dependencia y propiedad, así como privilegios e inequidad que generan frustración, sufrimiento e incluso daño” (2001, p. 9).  Me atrevo incluso a decir que la crítica reside particularmente en el constructo del amor romántico, pero ¿qué entendemos por ello?

El concepto de ideal romántico, por lo tanto, gira en torno a una construcción social que se encarga de idealizar, con la finalidad de que las mujeres sueñen con la figura del príncipe azul, proyectan a una mujer potenciada por el amor, con una entrega incondicional, sumamente dependiente de la figura del hombre, necesitada de su protección y afecto. (Flores, 2019, p. 287)

El poema de Storni es reivindicador porque —en una sociedad tradicional, patriarcal y machista— rompe con la concepción de la mujer que se arroja al amor en una entrega abnegada e incondicional, desprendiéndose del yo y negándose a sí misma para el ser amado. Su idea del amor es, por tanto, revelador y coyuntural ante una educación que dicta que toda nuestra identidad debe transfigurarse al amor (seres del amor, seres para el amor).

Y es en esa misma formación que aprendemos el “sentido del amor”, es decir: “necesidades amorosas, deberes, prohibiciones y límites del amor” (2001, p. 13), de manera que, las creencias sobre la supuesta naturaleza del amor son en realidad una serie de constructos sociales donde subyacen “mitos románticos […] ficticios, absurdos, engañosos e irracionales” (Flores, 2019, p. 288).  Así, por ejemplo, podemos hallar el mito de la media naranja, cuya creencia se basa en:

[…] las almas gemelas, personas con las que se guarda una química íntima, especial y única, concepto cultivado a lo largo de la historia como súmmum absoluto del amor romántico y rediseñado en la actualidad con el lugar común de la otra mitad de tu propia personalidad. (Cruz y Zurbano ctd. en Flores, 2019, p. 287).

Lo anterior refuerza la idea del individuo como un ser incompleto que está en eterna búsqueda de otro que lo completará y llenará el resto de sus días. De igual manera, otras creencias que se han reproducido y naturalizado en nombre del amor son las siguientes:

  • Mito del emparejamiento: creencia de que la heterosexualidad, la monogamia y las dinámicas en pareja son las únicas formas de relación naturales y universales.
  • Mito de la exclusividad: dicta que no se puede estar enamorada/o de dos (o más) personas a la vez.
  • Mito de los celos: donde éstos son reflejo del amor que la pareja nos tiene: “entre más te cela, más te ama”, “si no te cela, no te ama”.
  • Mito de la omnipotencia: se resume en que el amor, por sí solo, todo lo puede, similar al “y vivieron felices por siempre” sin mayor explicación del que hablábamos al principio de este texto.
  • Mito del matrimonio: pensar que toda relación romántica-pasional debe conllevar “a la unión estable de la pareja y constituirse en la única base de la convivencia de la pareja, representada por la institución del matrimonio” (Flores, 2019, p. 287).

Es fácil suponer que, en una época donde se ha buscado analizar con mirada crítica las creencias que han configurado el mundo, el amor romántico ha sido superado. No obstante, Marcela Lagarde lo expone de forma clara “seguimos queriendo amar y que nos amen según los mitos tradicionales, universales y eternos que han alimentado nuestras fantasías” (2001, p. 36). Así, ante una serie de mitos, imposiciones y mandatos en torno a cómo deberíamos amar ¿qué nos queda por hacer?

Pareciera ser éste un problema de índole personal, donde el cambio debe establecerse entre nosotras y nuestra pareja ¿no? Desde el feminismo se ha argumentado que lo personal es político, y bajo esa consigna debemos comprender que, para cambiar las dinámicas en las relaciones amorosas y desmitificar el amor romántico, la crítica y reflexión debe apuntar hacia el sistema patriarcal:

El cine, la literatura, el teatro, las telenovelas, toda cultura seguirá ahí, reproduciendo a hombres que se relacionan a partir de poderes desiguales y a mujeres acomodadas a una cultura de dominación bajo el velo del amor. (Lagarde, 2001, p. 38).

Mujeres modernas con mitos tradicionales, ancladas a ideales que —lejos de satisfacernos— nos encierran en la jaula sobre la que escribía Alfonsina Storni cien años atrás. No pretendo, de ninguna manera, declarar que las mujeres (y los hombres) renunciemos a amar, creo que el acto por sí mismo tiene la capacidad de ser revolucionario, más en una época donde imperan el egoísmo, la violencia y la insaciable ambición.

No obstante, propongo que nos replanteemos las formas en que hemos establecido dinámicas y relaciones sexoafectivas, que cuestionemos hasta qué punto hemos idealizado el amor basándonos en creencias que alimentan al patriarcado. Asimismo, hemos colocado el amor en un pedestal que nos es inalcanzable, generando un sentimiento de insatisfacción permanente. Si el príncipe azul no aparece… ¿realmente tendré mi feliz por siempre? Por supuesto, porque la invitación es a que construyamos formas de amor más sanas, más diversas y, en definitiva, más libres.

Tal vez no se trate de que el amor en sí sea malo, sino de la manera en que se empleó para engatusar a la mujer y hacerla dependiente, en todos los sentidos. Entre seres libres es otra cosa.

Kate Millet

Referencias bibliográficas