Meditación en el umbral #18, una columna de Fabi Bautista
Una pijama roja, vino y la terrible realización de que estará sola el resto de su vida mientras “All by myself” de Céline Dion suena en el fondo. Así inicia la trama de El diario de Bridget Jones, película protagonizada por la dos veces ganadora del Óscar Renée Zellweger y dirigida por la cineasta británica Sharon Maguire. A veinte años de su estreno, esta comedia romántica basada en la novela de Helen Fielding nos presentaría las preocupaciones de la soltería, o mejor dicho, del ser solterona a través de la mirada de una protagonista que se convertiría en ícono de la cultura popular.
Hagamos un pequeño ejercicio de reflexión, ¿qué viene a nuestra mente cuando escuchamos la palabra solterona? El sufijo añade un matiz aumentativo -casi dramático y exacerbado- al estado de soltería. ¿Por qué pesa tanto la idea de una mujer sola aún en la actualidad? Debo aclarar que escribo “sola” y no “independiente” porque esa es la imagen que social y culturalmente hemos reproducido; la mujer de “cierta edad” (recordemos que envejecer es peligroso) que no logra hallar pareja y, por tanto, está condenada a una existencia vacía y sin amor.
Los medios de comunicación, con su innegable impacto en el pensamiento de las masas, se han encargado de construir una imagen caricaturizada, estereotipada e incluso lastimosa de las mujeres que no tienen pareja. Si no eres la loca de los gatos como Eleanor Abernathy en Los Simpson, quizás eres una amargada como la maestra Finster en la serie Recreo o una aburrida workaholic como Miranda en Sex and The City. La idea gira en torno a cómo esta soltería se relaciona inherentemente con cualidades negativas o contrarias a lo que se espera de la feminidad.
¿Por qué pesa tanto la idea de una mujer sola aún en la actualidad? La periodista Kate Bolick ahonda en este tema en su obra Solterona: la construcción de una vida propia (2015) al explicar que “a pesar de no ser pocas, las solteras se consideran siempre una anomalía, una aberración con respecto al orden social” (p. 25). Ahora bien ¿a qué orden social refiere? En torno a la construcción política, social y cultural del amor, la antropóloga mexicana Marcela Lagarde ha expuesto cómo éste se ha impuesto como un mandato cultural para las mujeres, constituyéndolas entonces como “seres del amor […] seres para el amor” (2001, p. 21).
A partir del siglo XIX ocurre un cambio en el paradigma, la mujer ya no es percibida como una transgresora del orden social, epítome de los pecados y la lujuria. En su lugar, pasa “a ser conceptuada como un ser moralmente superior” (2008, p. 1) deviniendo esto en la creación del “ángel del hogar”. Así, este se consolida como un modelo para las mujeres basado en la tradición, donde se les otorga una capacidad casi inhumana de amar, perdonar y cuidar, justificándose en su naturaleza abnegada y entrega a los otros.
Es necesario comprender que la creación de esta figura no es fortuita, sino que servía a fines políticos a partir del devenir histórico puesto que se buscaba con urgencia unificar al Estado a partir de una identidad nacional. Así lo explica Isabel Cristina Bermúdez -profesora de la Universidad del Valle y especialista en Ciencias Sociales- en su artículo “El ángel del hogar: una aplicación de la semántica liberal a las mujeres en el siglo XIX andino”:
Las nuevas repúblicas adoptan a las mujeres como “bandera”, “estandarte” de su proyecto modernizador. Efectivamente, moralidad, virtud y deber republicanos venían a reemplazar las normas poco conseguidas de honor y castidad coloniales […] Cimentar nuevas identidades de tipo nacional era el fin político que miraba a la mujer como la(s) constructora(s) del alma y la conciencia nacional. (2008, p. 2)
Ahora bien, ¿cómo lograría la mujer ser estandarte para su país? El rol se cumpliría a través del ámbito doméstico y privado: “una tarea urgente para el Estado era impulsar ese ideal de familia como núcleo básico de la nación” (Bermúdez, 2008, p. 5). En este sentido, preocupa la mujer soltera porque ésta no está contribuyendo a su patria al ser eje ordenador, no le está brindando ciudadanos al Estado porque tampoco es madre y no está replicando la moral de la época mediante la educación y formación de su familia.
Hasta ahora, entonces, hemos observado que la mujer soltera es criticada por ser percibida, nuevamente, como una transgresora del orden social establecido y hasta este punto se lo podemos adjudicar a dos vertientes. La primera se ha mencionado con anterioridad, donde no es que la solterona pese por estar sola, es que pesa porque de estarlo no es útil a los fines que la nación ha impuesto a la mujer, no está cumpliendo con el deber cívico y moral de aportar a la unión del Estado.
“Una mujer sola siempre ha sido sospechosa. Se ha construido la idea de que las mujeres no deben tener un proyecto de vida propio sino enfocado a los demás. Si lo desafían, se les acusa de haber traicionado su rol de género”
Juana Gallego Ayala, Directora del Observatorio para la Igualdad y codirectora del Máster Género y Comunicación de la Universidad Autónoma de Barcelona en una entrevista realizada por Álvaro Llorca para El País.
La segunda retoma lo propuesto por Marcela Lagarde, donde las mujeres son seres del y para el amor. Y es que la soltería -que implica el no ser esposa y, por tanto, no ser madre- pareciera ser un rechazo a la naturaleza amorosa de la mujer. En este sentido, si no respondes a las cualidades que por ser mujer “naturalmente” te corresponden: docilidad, entrega abnegada, dulzura y encanto, se te asigna ser el opuesto exacerbado al que la sociedad debe temerle: la bruja, la loca de los gatos, la amargada y desalmada que pasará el resto de su vida en oscuro silencio. La escritora Rosario Castellanos crítica en su poesía “Jornada de la soltera” este pensar e imaginario que se ha construido alrededor de la mujer sola:
De noche la soltera
se tiende sobre el lecho de agonía.
Brota un sudor de angustia a humedecer las sábanas
y el vacío se puebla
de diálogos y hombres inventados.
Y la soltera aguarda, aguarda, aguarda.
Para mí, la verdadera tragedia de Bridget Jones no es que no encontrara pareja, sino que nos hayan vendido la idea de que una mujer sola en sus 30 años, con departamento propio, trabajo estable y un grupo de amigos íntimo era algo que debíamos aborrecer. Nos la presentan como una mujer torpe e incompleta, destinada a estar sola para siempre aunque sea joven y haya logrado numerosas metas personales y profesionales, mismas que pasan a segundo plano ante la trágica realidad de la soltería. Habría que preguntarnos si el ser soltera pesa a nosotras o a la sociedad y las expectativas que ésta ha impuesto sobre nosotras.
Puede que para muchos una comedia romántica no sea el parteaguas de un ejercicio de reflexión, pero es en estos mismos productos culturales que encontramos lo que como sociedad hemos construido, reflejado y reproducido para servir al orden establecido. En este sentido, la invitación no es a cancelar series, películas o demás, sino a mirarlas con otros ojos y escudriñar bajo qué ideas hemos construido el estereotipo de la mujer solterona como un individuo amargado, incompleto e incluso perverso y cómo este imaginario no responde sólo a nosotros, sino a una serie de órdenes y estructuras que se cimentan bajo el sistema patriarcal y machista.
Es hora de cambiar el paradigma y reconstruir una narrativa donde la mujer soltera (y no solterona) es una mujer realizada, completa y cómoda con su propio estatus sin que este implique que sea un ser sin amor o desalmado. Pensemos más en mujeres que están solas porque así deciden estarlo y no porque esas fueron las condiciones a las que fueron orilladas por poseer cualidades que no resultan atractivas a los hombres o a la sociedad. Pensemos más en la libertad, con o sin pareja, en vivir fuera de la caricatura que han dibujado para nosotras y ser mujeres independientes aún ante el escrutinio público. Pensemos más en ser mujeres para nosotras y no para los otros.
También es precisa la soledad para dudar. Y como modernas, o dudamos… o dudamos. Si no, estaremos atrapadas en las garras de la fe, de la creencia absoluta, de la idealización. Necesitamos tiempo para dudar. […] Dudar de mi vida, dudar del mundo, dudar de lo que creo, de lo que creí, de lo que ya no puedo seguir creyendo. Y lo necesito para poder descolocarme de lo que me atrapa, de lo que me hace daño, de lo que no me permite ser.
Marcela Lagarde
Referencias bibliográficas
Bermúdez, I. (2008). El ángel del hogar: Una aplicación de la semántica liberal a las mujeres en el siglo XIX andino. Historia y espacio, 4(30), 1-23. https://core.ac.uk/download/pdf/11860948.pdf
Bolick, K. (2015). Solterona: la construcción de una vida propia. Malpaso Ediciones.
Lagarde, M. (2001).Claves feministas para la negociación en el amor. Puntos de Encuentro.
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