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En Perú crear poesía nikkei es caminar en un territorio pantanoso | Hola! Ciudad-Ano #04

Hola! Ciudad-Ano #04, una columna de José Natsuhara


En Perú crear poesía nikkei es caminar en un territorio pantanoso, allí pocos superan el ser enterrados junto a sus caballos y los bríos de sus propias expectativas identitarias. Ha existido una lírica original y limpia en autores como José Watanabe («Laredo en Llamas», diríamos, si no fuésemos críticos literarios y no perdiéramos aún la habilidad inventiva), o el misterioso Hiroshi M. en unas plaquetas que heredé de un coleccionista en Ica, o el mismísimo Luis Terao Hara y el «Huaylarsh Nisei» que es ante todo grabaciones de poemas y chicha de jora. Ellos lograron un ritmo purísimo en su maquinaria, y yo me inclino a pensar que fue precisamente porque no tenían nada que ver con esta época del marketing como excusa o garante de la calidad poética.

Hoy el poeta nikkei lo tiene complicado. Está flanqueado a diestra y siniestra por el facilismo de inscribirse en un exotismo aparentemente intocable. Así, tenemos que muchos artistas creen que basta con poseer sangre japonesa y peruana. Que ello les brinda la sensibilidad y el temperamento suficiente, como si fuésemos animales pasando improntas instintivas de generación en generación. Mucho me temo, que la poesía nikkei puede decantar en el mismo vacío de lo que hoy llamamos «poesía feminista» o «poesía decolonial» o «poesía trans» o «poesía alt-right» o «poesía glitch». Independientemente de lo que pensemos de su trasfondo político, es claro que son hashtags.En este afán por pulir la producción a gusto de todo público, el creador no solo cae en la huachafada sino también en la caricatura. Si se aleja demasiado de las fuentes clásicas orientales (o desconoce su propia historia peruano-japonesa), termina por escribir como un millennial nacido en un Starbucks. Si, por el contrario, se aleja de su propio contexto tercermundista, tecnológico y acelerado; corre el riesgo de virar con demasiada fuerza y usar tópicos «japoneses» como si se tratase de un cosplayer perdido en alguna convención de la vida misma (una suerte de «haikuismo» carente de profundidad, sonido, color, tiempo).

E incluso aún si el poeta nikkei logra solventar estas dos taras, se encontrará con el boss final de la cultura. Un castroso séquito de jurados y especialistas que no son ni nikkeis, ni jurados, ni mucho menos especialistas. Viejos literatos que amparándose en los galardones obtenidos en concursos carentes de toda ética comprometida con la sociedad y el medio ambiente, como lo es el premio Copé de poesía; parasitan también las iniciativas y concursos más nobles de esta comunidad. Es un espectáculo desagradable ver cómo reparten beneficios, sin prisa ni pudor, a antiguos estudiantes de la Universidad Mayor de San Marcos, de la Pontificie Universidad Católica del Perú, o a textos que se acoplan a las políticas y costumbres de moda. Mientras ellos persistan en su labor descerebrada, solo tienen posibilidades de éxito los ex-alumnos de sus talleres de creación literaria, sus alcahuetes en redes sociales, o aquella joven que ha demostrado ser una ingeniosa activista post-marxista leninista acelerada.

Ahora suena a través de mis auriculares «Mukashi No Koi» con la voz de la “Princesita de Yungay”, Angélica Harada; y me pregunto si aún es posible un futuro limpio de cuchillo rasgando el cielo. Sueño desde mi inocencia que quizá ese cuchillo honesto y brillante sea el mío. El de todos nosotros. Y que quizá el poeta nikkei aún esté libre y bendecido si camina, solo y valiente, en este país.