Meditación en el umbral #09, una columna de Fabi Bautista
“Show her it’s a man’s world” puede leerse en la publicidad de la compañía norteamericana Van Hausen en los años 50. El cartel, publicitado en torno a la venta de corbatas, deja ver a un hombre recostado en la cama mientras una rubia —presuntamente su esposa— se arrodilla ante él sosteniendo una bandeja de comida entre manos, además de la característica sonrisa en el rostro. La línea entre lo servicial y la sumisión se desdibuja, pasa a segundo plano; atender al marido es prioridad. ¿Qué lugar tenemos, entonces, las mujeres en este mundo eminentemente masculino? ¿Existe acaso un sitio para nuestros deseos? La poesía, consagrada como espacio de resistencia, explora esta idea a través de “Envidia del pene”, donde Jong no duda en declarar lo siguiente:
Si yo fuera hombre,
condenado a esa infinita vaciedad,
y no teniendo alternativa,
encontraría, como los otros, sin duda,
una mujer
para bautizarla Vientre de Luna,
Históricamente, han existido dos constantes en torno a la construcción social de la feminidad, es decir, de lo que nos han enseñado que implica el ser mujer. Así, en línea con el psicoanálisis, nos encontramos ante la mujer-madre y la mujer objeto de deseo. ¿Qué diferencia a una de la otra? Martínez-Herrera apunta que, en esencia, la feminidad reposa “en la maternidad, que se convierte en el núcleo duro de la identidad femenina y en el ideal social de mujer” (2007, p. 90). De manera que, quien opte por no ser madre, o no lo haga bajo los parámetros que la sociedad considera idóneos, atenta contra lo “natural”, aquel deseo impregnado en nuestros corazones desde el momento en que nacemos ¿o no es que toda niña sueña con ser mamá?
En estos versos hallamos entonces a la mujer-madre, quien —vientre de luna— se “ubica al servicio de una ética de cuidados, encargada de dar, preservar, proteger y reproducir la vida” (Lagarde ctd en Martínez-Herrera, 2007, p. 79). La sexualidad, reducida a la reproducción, no deja sitio para el placer. Es más, parece incluso ser borrada, tanto así que nos es inconcebible percibir a las madres como individuos con deseos sexuales. Por eso es que la mujer-madre no puede ser, al mismo tiempo y —paradójicamente— mujer-sexual. El ginecobstetra y sexólogo Mauro Fernández lo profundiza de la siguiente manera:
No hay ninguna mamá en la Historia que no lo sea a través de la sexualidad… ¡Sólo la Virgen María! Así, lo más sublime de la cultura es la madre, pero lo más bajo, es el sexo… ¡Y tenemos que lo más sublime existe gracias a lo más bajo y degradado! Por eso fue que en nuestra cultura occidental se inventaron los mitos de la cigüeña y el repollo que viene de París, para no tener que manchar la figura ‘santa’ de la madre, con lo bajo y rupestre que representa la sexualidad.
De manera que, el hecho de ver a las madres como individuos carentes de deseo reproduce la idea de que el sexo más allá de la maternidad atenta contra nuestra propia naturaleza dulce y abnegada. Más aun, el ejercicio libre de la sexualidad —bajo la mirada masculina— demerita nuestro valor. ¿Quiénes son las mujeres que desean tener sexo? Las putas, y un hombre “decente” jamás se casaría con una de ellas, ni mucho menos pensaría en hacerla madre de sus hijos.
Lo anterior, en conjunto con la imposición de preceptos —en su mayoría morales y religiosos— constituyen un instrumento ideológico patriarcal y sexista que nos impide ejercer nuestra sexualidad por miedo al rechazo y enjuiciamiento social, por temor a no ser amadas. Ahora bien, hasta este punto hemos establecido la construcción de la feminidad en torno a la mujer-madre; sin embargo, ¿quién ocupa la otra vertiente a la cual ha quedado relegada la mujer en la Historia? El poema nos los hace saber:
Madona, Diosa del Cabello de Oro
Como hemos observado con anterioridad, las imágenes creadas a través de “Envidia del pene” pueden ser entendidas a partir del psicoanálisis, particularmente desde una crítica al falocentrismo. No es coincidencia, entonces, que la estrofa juegue con las imágenes contempladas en el complejo Madonna-Whore, dicotomía propuesta por Sigmund Freud a raíz del universal edípico y la idea de la mujer castrada.
Derivado del italiano mia donna; mi señora o mi dama, la palabra madona ha sido atribuida a la imagen de la Virgen María. Las madonnas son, entonces, aquellas mujeres buenas y castas, cuya pureza les otorga el respeto de los hombres. Su contraparte es, en cambio, la mujer promiscua y seductora por la cual el hombre sí puede sentir deseo, pero no admiración.
Para el sociólogo francés Pierre Bourdieu (2000), el cuerpo de la mujer se constituye como “capital simbólico, en tanto objeto de apropiación y deseo, como cuerpo para el otro” (ctd en Martínez-Herrera, 2007, p.89). De forma que, como se mencionaba en el número anterior a esta columna, la mujer no tiene condición de sujeto. En su lugar, queda relegada a ser objeto:
y hacerla tienda de mi deseo,
paracaídas de seda de mi lujuria,
icono ojiazul de mi sagrada comezón sexual,
madre de mi hambre.
La crítica feminista ya lo ha puesto sobre la mesa: la denominada pasividad femenina no es una cualidad inherente a lo femenino, sino una imposición cultural producto de la sociedad falocéntrica. Aunado a esto, podemos ver cómo el poema juega con el ideal de belleza eurocéntrico herencia del colonialismo. En otras palabras, para que la mujer objeto de deseo se constituya como tal, ésta debe cumplir con ciertos parámetros a los cuales subyacen no sólo ideas machistas y sexistas, sino que se le articulan categorías ideológicas como la raza. La belleza, reducida al atractivo sexual bajo la mirada masculina, no se halla entonces en la mujer indígena o la mujer negra, sino en el “icono ojiazul”.
¿Es que acaso nuestro destino es sólo el de madonnas para ser “veneradas” a través de una idealización que nos priva de la libertad y el deseo, o bien, prostitutas cuyo cuerpo no es más que un vil objeto para ser penetrado hasta saciar a un hombre que no nos respeta? “Show her it’s a man’s world… and make her so happy it is” ya no es (y nunca lo fue) una realidad que debemos aceptar. En una sociedad que constantemente nos señala, critica y rechaza, uno de los mayores actos de resistencia —y quizás de amor propio— reside en ser para sí, ser mujer para ti.
Bibliografía:
- Dorlin, E. (2009). Sexo, género y sexualidades. Introducción a la teoría feminista. Nueva Visión
- Martínez-Herrera, M. (2007). La construcción de la feminidad: la mujer como sujeto de la historia y como sujeto de deseo. Actualidades en psicología, 21(108), 79-95.
- Rueda, A. (s.f.). Mamá también es sexo. Amelia Rueda. https://especiales.ameliarueda.com//madre/
Esta entrega constituye la segunda parte del análisis a un fragmento de “Envidia del pene”, puedes leer la columna anterior aquí:
Clic aquí para leer el poema completo:https://circulodepoesia.com/2018/10/poema-para-leer-un-viernes-por-la-tarde-envidia-del-pene-erica-jong/?fbclid=IwAR08ZLVUpK637_UY_uTskDpdI0kNgp_-9dGfs0o802ybsmjnVHUMZWeHvq4
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