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Anotaciones sobre la novela “The hellbound heart” de Clive Barker (1986) | Por una senda oscura y solitaria #01

Por una senda oscura y solitaria #01, una columna de Ernesto Moreno

La novela seleccionada en esta ocasión trata muchos temas interesantes, pero sobre todo aborda el de la “nueva carne”, el del dolor y el goce, el de mundos invisibles para nosotros, pero reales en su espanto. Y es que el tema del cuerpo y el sufrimiento/placer es sin duda el predominante en esta obra. Sin embargo, es muy otro el que quiero analizar aquí, aquel de los artefactos arcanos, de los mecanismos sacrílegos, de los portales a lo indecible, de los vasos comunicantes para extender el horror.

            La novela cuenta la historia de un hombre vil, que al estar cansado de toda forma de placer y perversión que la humanidad pueda ofrecerle, abre una caja extraña y antigua, y libera a una serie de entidades de otra dimensión, que prometen darle placeres nunca conocidos. Lo que no sabía el protagonista, es que estos seres no entienden el placer como nosotros, para ellos, todo es dolor y sufrimiento.

            El escritor de horror Clive Barker utiliza logradas herramientas literarias para dar sustento a esta obra, una de ellas, es la desarrollada para dar vida a la llamada “caja de Lemarchand”. Este rompecabezas tridimensional fue creado por un famoso juguetero francés -fabricante de pájaros cantores- en el siglo XVIII, por encargo del Duque De L´isle (un nigromante que pretendía esclavizar a un demonio), según nos lo presenta Barker en su película de 1996, “Hellraiser IV: Bloodline”. Dicho artefacto execrable abre una puerta dimensional hacia un lugar de horrores carnales sin límite, el alma desesperada -por la mundanidad de la vida- que logra descifrarla por medio de “… una fortuita yuxtaposición de pulgares, dedos medios y meñiques…” (Barker, 1986:2), es arrancada del mundo por los cenobitas (hierofantes de la Orden de la Incisión, culto sagrado de sayones con un solo objetivo: aquel de la sevicia).

            Kircher tenía razón, los diarios subversivos y crípticos de Bolingbroke y Gilles de Rais eran la clave para encontrar el portal, que lleva a un oscuro lugar en donde se infringen sensaciones que tienen que ver con parámetros éticos, morales, sociales y físicos que no son de este mundo. Dos respuestas representan la brutal claridad de los cenobitas en cuanto a este contrato inexorable, la primera, cuando se indaga sobre la promesa de placeres inimaginables: “No como tú lo entiendes”, la segunda, sobre la única certidumbre posible: “No hay retorno. ¿Comprendes eso?”. (Barker, 1986:6).

            Barker nos habla en Hellbound heart, de otras puertas. Estas “rutas para llegar al paraíso” están constituidas por mecanismos tan distintos como los pueden ser mapas perdidos en las criptas del Vaticano, ejercicios de origami (uno le pertenecía al Marqués de Sade, se desconoce su paradero actual), y otros. Todos ellos son umbrales. La “caja de Lemarchand” como herramienta para acceder a ese lugar que existe pero que es impenetrable, es una idea que Barker retomó de otros autores, y que genial y originalmente reelaboró para darle sustento a su relato.

            La idea de encontrar formas que nos permitan acceder a otras realidades se encuentra en todas las mitologías humanas, no es algo extraño. En la literatura de horror, vale la pena mencionar al gran Arthur Machen y su desarrollo de lo que él llamo “El Gran Dios Pan”, de 1894, que es una metáfora para aludir a esa realidad incomprensible que es invisible para la limitada capacidad de percepción humana. En su relato, Machen nos describe como el Dr. Raymond, un médico trascendentalista (lo que demonios quiera decir eso), ejecuta una operación al cerebro de una joven mujer, con el objetivo de lograr que ella pueda vislumbrar esa realidad, misma escena que nos representa Barker en su película de 1988 “Hellbound: Hellraiser II”; es decir, la herida producida por la cirugía abrirá el ominoso umbral.

           También el maestro Borges, en su relato-homenaje al prisionero de Providence “There are more things” de 1975, aborda el tema a través de los “tratados de Hinton”, los cuales intentan “… demostrar la realidad de una cuarta dimensión del espacio, que el lector puede intuir mediante complicados ejercicios con cubos de colores” (Borges, 1975). El artefacto descrito por Hinton es el llamado “Teseracto”, que es una figura geométrica formada por ocho cubos tridimensionales que se ubican en el lugar ocupado por un cuarto eje dimensional, así, este artefacto del demonio tiene cuatro dimensiones espaciales, y esto lo convierte en una posible “puerta”.

           Pero es H.P. Lovecraft quien -me parece- otorgó la idea principal a Clive Barker sobre los mecanismos umbrales al “otro lado”. En el relato de 1935, “The haunter of the dark”, Lovecraft nos presenta su magistral creación: el Trapezoedro resplandeciente. Este objeto alienígena -que después retomó Robert Bloch en su “The shadow from the steeple” de 1950, es una especie de caja con relieves monstruosos, una puerta hacia conocimientos insospechados, que -al igual que la caja de Lemarchand- exige sacrificios terribles. En su relato, Lovecraft describe que esta puerta permite entrar en nuestro mundo a un ser malévolo -al parecer, se trata de Nyarlathotep-, el cual, al igual que el Hellraiser, le teme a la luz.

           Como podemos ver, Barker logró tomar ideas de los grandes, las presentó en su propio sentido y las dotó de originalidad, ahí reside en gran parte, el éxito de este artefacto propuesto por él. Por mi parte, ya comencé a practicar con un cubo de Rubik y con un cubo laberinto. Debemos prepararnos para cuando caiga en nuestras manos, la caja de Lemarchand.