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La otra | Deconstruyendo la otredad #21

Deconstruyendo la otredad #21, una columna de Beli Delgado


“And every parent’s divorced or divorcing
I’ll stay awkward, you stay awesome
Discount museum tickets, your prescription meds
These are the ways that we show our love
Stay high
You know tomorrow is a lie
And maybe so are you and I”.

Como canta el vocalista de Spector en “Stay high”, las historias de los padres son asuntos que nos atraviesan, puntualmente no deberían interesarnos, pero sí lo hacen porque nosotros somos —así es como me gusta verlo— pseudofenómenos de su matrimonio; y si después de una separación hay problemas con la manutención o con la convivencia — tal vez, uno no podrá tenerlos en su graduación en el mismo salón—, bueno, definitivamente todos los hijos diremos que sí nos incumbe, en ciertos momentos.

La mayoría de mis amigos de Letras tienen padres separados o padrastros y madrastras. Mis padres llevan alrededor de 24 años divorciados. Hubo adulterio, muchos golpes, neurosis intensa. Sé que muchas rupturas son peores y hay algunas más que lo sobrellevan mejor. El divorcio es un tema un tanto normalizado, pero no nos cansamos de repetir: la paz y la estabilidad emocional son lo más importante. No podemos olvidarlo y podemos aconsejarlo.

El adulterio en México es muy común, incluso en los noviazgos. Culturalmente, ello nos llena de inseguridades. Hace tiempo, James —un amigo británico que salía con una chica de Querétaro— me platicaba que su novia tenía muchas inseguridades. Yo lo notaba cada vez más cansado con el asunto, él decía que no merecía tal desconfianza, se entristecía a ratos. Pero, me comentaba que lo entendía, porque en UK el adulterio no es tan común como aquí, en ese momento me di cuenta de que en otros países si bien existe, no se presenta tanto o de manera tan cruda.

En la separación de mis papás hubo adulterio, no sé si esa fue la razón —única, de más peso o última— por la que se divorciaron, y sinceramente tampoco creo que debe interesarme. Sin embargo, uno existe a lado de esos fantasmas. Mi papá sigue viviendo con las persona con la que engañó a mi mamá. Cuando la nombra, nunca usa su nombre, en susurros dice ella, cuando conjuga los verbos hace casi inaudible la flexión verbal: fuimos y comimos con tu abuelita, me cuenta.

Esa persona intenta ser borrada por mi red de relaciones, nadie pregunta por ella cuando estoy en casa de mi abuelita; en el pasado, en mi casa, no hay forma de presentarla. Mi papá mastica su nombre lentamente, desaparece en algún punto de su traquea, no logro escucharlo.

“¡Ay, qué tristeza. Es porque es la otra, ya no se va a casar con ella!”, decían las amigas de mi mamá cuando yo era pequeña.

La otra en México es la persona subalterna, y no hay manera de decir adúltera/o, algunas veces se utiliza la palabra amante, pero mayormente se les dice la otra, el otro. Para denotar despectivamente que no son oficiales, que no hacen las cosas bien, que son la segunda pero bien latente, opción. En ese contexto, la palabra se vuelve pesada, escondida, sumamente negativa, porque lastima.

“Ha de estar con la otra”; “es el otro, qué descaro”, dice todo el mundo.

Pero, yo me pregunto, ¿es ella la otra? O ¿mi mamá será la otra —que no vive con él—?, ¿nosotras seremos las otras que no formamos parte de su vida? Y ésta, nuestra otredad de abandono, ¿es también negativa, corrosiva, culpable?

Las otredades sirven amablemente para distinguir, no obstante, algunas veces esto crea distancias, en el espacio se comienzan a formar centros y periferias, empiezan las jerarquías. Todo se vuelve un problema articulado en polos buenos y malos, sin embargo, hay que tener presente que la diferencia solo debería distinguir y no ser calificada de maneras tajantes.

Jhumpa Lahiri ganó el Pulitzer —en el año 2000— con su obra “Interpreter of Maladies”, una antología de cuentos en la que, desde mi perspectiva, la reconstrucción de recuerdos es uno de los grandes méritos narrativos, son toda una experiencia. En el quinto título:“Sexy”, Miranda, la protagonista, conoce a un joven casado con quien comienza una relación. Sin embargo, tiempo después conoce a la prima de una amiga que está en plena crisis, porque su marido ha decidido no regresar y quedarse con la mujer que conoció en el vuelo de su viaje de negocios. Miranda vive un extraño golpe de realidad a través del hijo de la esposa abandonada: un niño que le dice que es sexy.

La palabra sexy actúa como un mortífero y sublime detonador, es la cúspide brillante y sumamente hiriente del cuento. La otredad en el adulterio es una cuestión que podría parecer muy desvalida, sin embargo, tampoco es ingenuo que se utilice la otredad para designar nociones dolientes y conceptuadas como negativas, me parece que debemos prestar atención a nuestras maneras de nombrar y componer los sentidos alrededor de ello.

Mi consejo: amigxs, no sean adúlterxs, terminen y hablen las cosas, lastimemos lo menos posible pero, siempre confiemos. No todos somos las mismas personas hirientes del pasado, no dejemos que las sombras nos contaminen nuevos vínculos afectivos. Y bien, también hay que dar saltos de fe pensados, y como dijo Hemingway “La mejor forma de averiguar si puedes confiar en alguien, es confiar en él”.

¡Ánimo!


  • Lahiri, Jhumpa. El intérprete del dolor. Ediciones Salamandra: Formato Kindle, 2016.