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Las pérdidas: El terror como reflejo del duelo | Ojos abiertos #18

Ojos abiertos #18, una columna de María del Rosario Acevedo Carrasco


No es un secreto que el terror es un género transgresor, y no solo por los temas que toca o los recursos que utiliza para generar miedo, sino porque toma lo peor del ser humano, aquello que usualmente ignoramos y nos obliga a mirarlo de frente con una naturalidad que resulta escalofriante. La crueldad, la ira e incluso la tristeza son elementos comunes, aunque no siempre evidentes, en las historias de terror; a diferencia de otros géneros, este apela a las emociones “negativas” para lograr una conexión que pueda sumergirnos en la trama.

Si vamos más allá de los monstruos, los fantasmas y las casas embrujadas, podremos ver que la verdadera base de muchos libros y películas no es en realidad el miedo, sino otra emoción subyacente que el artista canaliza y adereza con elementos arquetípicos del género para darnos una historia, irónicamente, más digerible.

Cuando hablamos de duelo pensamos más en películas de drama, en muertes trágicas, rupturas amorosas o enfermedades terminales. A simple vista difícilmente relacionamos esto con el terror, pero las pérdidas son un elemento fundamental del género y este muchas veces es un reflejo de la manera en que se vive.

El duelo se define como el proceso interno que se genera a raíz de una pérdida, independientemente de la naturaleza de esta; es más común escuchar el término en referencia a la muerte de una persona, pero podemos experimentarlo ante una ruptura amorosa, la pérdida de un objeto de valor e incluso antes de la muerte propia. Partiendo de esta definición, podemos empezar a pensar en algunas historias cuyo inicio es una muerte, Midsommar por ejemplo, pero lo que refleja el duelo en el género no es la muerte per se, si no la percepción que se tiene de ella y el sentido de pérdida.

No obastante, el término “proceso interno” es sumamente limitado para describir el duelo, tradicionalmente se mencionan cinco etapas: Negación, ira, negociación, depresión y aceptación; cuando el duelo es fisiológico, se atraviesan estas etapas en orden, pero cuando es patológico todo puede ocurrir y aquí es donde encontramos al verdadero horror.

Sexto sentido, Detrás de las paredes, Premonición y una infinidad de películas más basan su trama y sus personajes en un duelo patológico que permanece oculto y, como en la vida real, el clímax del miedo es cuando se revela la verdad, cuando los protagonistas se quitan la venda de lo sobrenatural y miran de frente por primera vez a algo mucho más aterrador: Su propio dolor. Entonces la realidad dentro de la ficción se muestra tan crudamente que logra conmocionarnos y dejarnos una sensación de desasosiego, un miedo, sí, pero distinto del que nos causan los elementos que no son visibles en nuestra realidad, uno con el que podemos identificarnos, uno al que tememos genuinamente porque sabemos que no se queda en la pantalla.

El mejor terror es aquel que, al provenir de una emoción genuina, al ser la catarsis de algo tan doloroso que no puede ser descrito más que con arte, genera en el espectador la misma emoción que le dio origen; es aquel que llega a nuestro miedo al dolor, a la tristeza o a la muerte más que a nuestro miedo a los fantasmas. El verdadero terror es aquel que sentimos cuando tenemos que enfrentarnos a nuestras emociones y reconocerlas como reales, reconocernos a nosotros mismos como reales, como humanos. Pero las películas y los libros no nos muestran esto tan claramente, eligen hacernos creer que tememos a lo sobrenatural y a lo barbárico, cuando nuestro único miedo somos nosotros mismos.

Quizás es por eso que el horror es un género que a algunos nos gusta tanto y que otros no toleran, porque en el fondo no es más que un reflejo de aquello que, consciente o inconscientemente, queremos reprimir, de aquello que tememos ver y sentir, de la humanidad que nos negamos a reconocer, de lo que nos enseñaron que es negativo y es mejor mantener oculto. Pero al final, el terror no reside en las páginas de un libro o detrás de una pantalla, el verdadero terror se oculta en cada uno de nosotros, acechando, esperando el momento para salir.