Por una senda oscura y solitaria # 05, una columna de Ernesto Moreno
En su ensayo El horror sobrenatural en la literatura, de 1927, el escritor Howard Phillips Lovecraft, nos expone una variedad de ideas que tienen que ver con su visión sobre cómo se había ido conformando la literatura de horror, fantástica, extraña o weird. Uno de los temas que toca, tiene que ver con la conformación del imaginario sobrenatural en la humanidad, que data de la prehistoria, y que a partir de la invención de la escritura, sería una de las bases sobre las que se construyeron los mitos que le dieron forma a las culturas, y posteriormente, a una parte importante de la literatura universal.
Nuestros temores primitivos, se originaron en el miedo a lo desconocido. Imaginemos por un momento, el pánico que seguramente provocaban los incendios, los terremotos, los relámpagos, las inundaciones y todo tipo de fenómenos naturales que ponían en peligro la vida de los seres humanos que deambulaban por el mundo hace más de 10 000 años, en donde “Lo desconocido, al igual que lo impredecible, se convirtió para nuestros primitivos antecesores en una fuente ominosa y omnipotente de castigos y de favores que se dispensaban a la humanidad por motivos tan inescrutables como absolutamente extraterrenales, y pertenecientes a unas esferas de cuya existencia nada se sabía y en la que los humanos no tenían parte alguna” (Lovecraft, 1927).
Fue así, como seguramente las primeras tribus nómadas comenzaron a rendir culto ante cavernas, lagos, montañas y bosques lúgubres, que a su entendimiento, resguardaban esas entidades que dominaban su entorno. La tradición grecolatina nos menciona cómo Prometeo, un titán benevolente, enseñó a la primera humanidad a elaborar holocaustos que agradaran a los dioses, y para que, a través de ese pacto, la raza humana no pereciera. También se señala cómo les ayudó a engañar a los olímpicos, ya que tomaban la carne de las ofrendas para alimentar a esa humanidad frágil y temerosa, y dejaban solo los huesos para los dioses.
Así dieron comienzo las primeras “ceremonias”. Esta palabra proviene del latín clásico “Caerimonia”, que se refiere en sus inicios, a las supersticiones y adoraciones de la ciudad etrusca Caere Vetus, que se encontraba en la costa del mar tirreno, en donde según el historiador romano del siglo I d.C. Valerio Máximo, se rendía culto a los muertos. Tenemos entonces, que ya desde el paleolítico, la humanidad percibió que existían fuerzas incontrolables capaces de destruirles, y que debían ser tratadas con respeto y con temor.
Gracias a los primeros grupos sedentarios, tenemos registro de algunos de estos pactos ominosos, en donde se sacrificaban animales y personas, para calmar a esas entidades sobrenaturales que controlaban no sólo los fenómenos del clima, sino la fertilidad de la tierra, de los rebaños y de la misma humanidad. Contratos onerosos fueron suscritos en épocas que se pierden en la noche de los tiempos, para poder existir, para poder desarrollarse y para poder tener un lugar en un mundo, que ya estaba ocupado desde hacía mucho antes que llegara la humanidad.
En el Irak septentrional, a 200 kilómetros del río Tigris, tenemos una de las poblaciones más antiguas que han sido descubiertas por la arqueología, de casi nueve mil años. Entre sus ruinas sepultadas, se encontró un incipiente templo, que seguramente fue la base para que siglos después, se levantaran por toda sumeria, los enigmáticos Zigurats. Fue allí tal vez, en donde la festividad realizada para conmemorar el pacto con los dioses, comenzó a convertirse en un ritual cada vez más abstracto. La humanidad se embarcaría poco a poco, en un viaje de progreso que culminaría con el dominio sobre el planeta entero.
Ahora se sigue rindiendo culto a los dioses antiguos y nuevos, pero la mayoría de la gente ya no cree realmente en ellos. Las ceremonias han perdido su peso terrible, el miedo a lo que no se entiende se ha difuminado y los ritos son solamente hábitos sociales, convenciones. Al menos, en su mayoría. La humanidad, antropocéntrica y ciega ante lo que no puede explicar, vive creyendo que es el centro de todo, el principio y el fin.
Pero, ¿será como lo escribió Robert Graves?, que “… conocer el nombre de una deidad en cualquier lugar o período es mucho menos importante que conocer la naturaleza de los sacrificios que luego se le ofrecían” (Graves, 2019:43), es decir, que lo realmente importante es lo que tenemos que ofrecer, lo que tenemos que perder, para apaciguar a esas fuerzas que tal vez, siguen ahí, escondidas, burlándose de nuestra racionalidad y de la falsa seguridad que nos da nuestra ciencia y nuestra soberbia, en creer que realmente somos los que dominamos el mundo.
Citas:
- Ilustración: Dios de Sefar, pintura rupestre en el Sahara.
- Lovecraft, H.P. Supernatural horror in literature, ensayo y crítica literaria, varias ediciones, primera en (1927).
- Graves, Robert, La diosa blanca, Alianza Editorial, 2019, España.
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