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Señas para aprender a ver a partir de Rilke y Merleau-Ponty | Fragmentos de líneas fantasmagóricas #07

tapas, especias y cosas

Fragmentos de líneas fantasmagóricas #07, una columna de Juan García Hernández 


En esta ocasión, nuestra principal meta descansa en abrir un camino a la reflexión fenomenológica en virtud de algunas indicaciones procedentes de la obra del filósofo francés Merleau-Ponty, en particular centraremos nuestra atención en la pregunta, ¿cómo podemos aprender a ver?, para enriquecer el rumbo de nuestras reflexiones nos serviremos de algunos fragmentos de la obra publicada en 1910 por Rainer María Rilke, que lleva por título; Los apuntes de Malte Laurids Brigge. Una vez, que hemos establecido nuestro material de trabajo para aproximarnos a la compleja pregunta; ¿cómo aprender a ver?, conviene delimitar el modo en que se construirá nuestro aporte. De entrada, señalaremos algunos ejemplos extraídos de la narrativa del poeta nacido en Praga, que a la postre nos permitirán esbozar una definición preliminar sobre las implicaciones que tiene este aprender a ver. Posteriormente, examinaremos brevemente una conferencia del pensador francés difundida en noviembre de 1948 vía radio, a partir de ella estudiaremos el modo en que se relacionan las cosas con nuestro cuerpo. Por último, nos esforzaremos en mostrar que es posible aprender a ver si asumimos la difícil tarea de leer poesía como el redescubrimiento del mundo de la percepción que tendemos a olvidar.

Al leer los Apuntes de Malte Laurids Brigge, nos sentimos ante una circunstancia donde realmente se nos abre la posibilidad de redescubrir nuestra relación con las cosas, las emociones, los recuerdos de infancia y también el modo en que nos relacionamos con las demás personas, probablemente esta misma sensación embargó de manera mucho más profunda a distintos estudiosos de la fenomenología entre ellos a Martin Heidegger[1].

Por ahora, no dedicaremos nuestro esfuerzo en delimitar el contexto creativo sobre la obra de Rilke, pues esta tarea podría llevarnos lejos de nuestro objetivo, basta con mencionar que los Apuntes, se publicaron en 1910, después de seis años de trabajo y es considerada una obra que mezcla varios géneros, esta diversidad de estilos, nos conduce a definir la obra como uno de los hitos de la literatura en la primera mitad del siglo XX, los temas que se tocan son amplísimos van desde recuerdos de infancia, descripción de ciudades, análisis de obras, reflexiones sobre la muerte y la escritura entre otros. Pero, en esta ocasión únicamente nos centraremos en un par de fragmentos, hemos de advertir que una de las bondades de la obra de Rilke es la oportunidad de leerla fragmentariamente, pues no sigue un hilo narrativo lineal.

Al adentrarnos en los apuntes de Malte, nos vemos impulsados por una sensación en donde tendemos a identificarnos con alguna descripción sobre los recuerdos del personaje o simplemente asistimos a la impresión de vivir lo que yace escrito, esta singular relación con la obra quizá se deba a que uno de los principales objetivos tanto de Malte como del propio Rilke es la necesidad de poner en marcha un proyecto ambicioso; el de aprender a ver, así lo demuestra el inicio del texto cuando expresa en reiteradas ocasiones: “Estoy aprendiendo a ver. No sé a que se debe, todo lo asumo cada vez con mayor profundidad y nada permanece en el lugar en donde solía almacenarlo. Tengo un interior del que no sabía nada. Todo se dirige ahora hacia allí. No sé qué es lo que allí ocurre […] ¿ya lo he dicho? Estoy aprendiendo a ver, sí estoy empezando, aún tengo dificultades […]”[2]. En función del último extracto podemos alcanzar a sospechar que, para el poeta nacido en 1875, aquella visión se erige como el brotar de un enigma, en el cual van a parar las cosas que previamente las asumíamos como lo más familiar y acostumbrado, este movimiento esencial emerge de nuestro interior, podemos titubear que dicho interior representa nuestra existencia. Aunque, claramente este tipo de visión no solo transforma nuestro modo de ser, sino de manera mucho más profunda advierte una nueva forma de aproximarnos a las cosas que nos circundan como si transitáramos días en que;

[…] todo lo que gira en torno a uno es diáfano, ligero, apenas indicado en el aire nítido y a pesar de ello visible. […] y lo que tiene relación con lo lejano, el río, los puentes, las interminables calles y las plazas que se difuminan […] todo está simplificado en una superficie cromática correcta y nada es menospreciable ni superfluo […] todo concuerda, sirve, participa y forma un todo en el que no falta nada[3]

A raíz del último pasaje podemos traducir aquella descripción como una ilustración alrededor de la diafanidad de las cosas, la cual se descubre en un todo que se hace visible, sin embargo, este nuevo reino de lo visible donde las cosas adquieren su ser, no se deja apresar en el ritmo acelerado y monótono que caracteriza nuestra vida contemporánea, más bien se arriba a este reino cuando nos ocupamos de las cosas a partir de un plexo de relaciones en las que somos principiantes de nuestras propias circunstancias. Dicho carácter de inexperto es probablemente una de las condiciones para que se instaure en el despliegue de nuestra vida un acontecimiento “alegremente imprevisto” en donde; “a partir de millones de pequeños e irreprimibles movimientos se compone el mosaico de una existencia de lo más convincente; las cosas oscilan dentro de sí, entre sí y fuera de sí […] ahí no hay nada que sea primordial; todo está por todas partes, y habría que estar en todo para no perderse nada”[4]

Esta totalidad en donde las cosas se reúnen armónicamente entre sí y componen el mosaico de nuestro existir presupone la vía de acceso a ellas, en esa medida debemos imaginar a las cosas ya no como un mero objeto sino establecer una suerte de vitalidad en las cosas, pero ¿cómo?, el mismo Rilke podrá responder esta cuestión si escuchamos atentamente el siguiente extracto;

“Así pues, es esta tapadera de lata donde he puesto mis miras…La tapa de una lata, de una lata en buenas condiciones, cuyo borde no esté más arqueado de lo que le corresponda, una tapa de estas características no debería conocer más deseo que el de reecontrarse con su lata; esto debería ser, a lo sumo lo más extremo que fuera capaz de imaginar […] También hay precisamente algo de ideal en estar paciente y suavemente enroscado en el pequeño bocel opuesto, en el descansar uno con el otro en igualdad de condiciones y sentir en carne propia cómo agarra el borde, elástico y al mismo tiempo tan incisivo como cuando uno mismo se siente al límite cuando está postrado y sin compañía. ¡Ay qué pocas tapaderas quedan ya que sepan valorarlo! Aquí se muestra con claridad cuán desconcertante es el efecto que ha producido la relación de los seres humanos para con los objetos. […] Los objetos ya hace siglos que presencian este espectáculo. No es de extrañar que hayan perdido el gusto a causa de su natural y silencioso destino […] hacen intentos por alejarse del uso que les es propio, se tornan aburridos y negligentes […] Pero allá donde haya alguno que se sobreponga, por ejemplo, un solitario, que con justicia quisiera depender solo de sí mismo, día y noche, entonces tendrá que desafiar de inmediato la contrariedad, el odio de los objetos degenerados, que en su mala conciencia, no pueden seguir soportando que algo se mantenga y, en cierto sentido se sienta atraído por el sentido que le es propio”[5]

Después de leer este fragmento podemos asentir que, así como Malte, “estamos aprendiendo a ver”, de cierta forma se nos ha mostrado algo que todos podemos comprobar en la medida que nuestra existencia se comprende a sí misma primariamente a partir de las cosas, pero no solo nos estamos refiriendo a la descripción animada de aquellas tapas sino más bien al modo en que nosotros mismos podemos comprendernos en virtud de dichas tapas, relación que nos circunda cuando estamos efectivamente usando las tapas, sin embargo, los objetos nos juegan mal tal como escuchamos; “hacen intentos por alejarse del uso que les es propio, se tornan aburridos y negligentes” en tal enigmática circunstancia, emerge un solitario, que da cuenta de esta situación, y decide confrontarlos, este confrontar es lo que podríamos denominar como el ver al mundo originario porque en este tipo de visión, retornamos a las cosas mismas. Para ensanchar lo dicho, subrayemos que aquel solitario puede ser el poeta que logra verbalizarlo y nos lo muestra en su decir como Rilke, o puede ser el solitario que calla cuando piensa en este acontecimiento, este último podría ser el filósofo o pensador, por eso veamos lo que nos podría sugerir la obra de Merleau-Ponty.

Hasta ahora lo que hemos aprendido en virtud de las aproximaciones a la obra de Rainer María Rilke es que los objetos y las cosas no pueden ser comprendidas a partir de una simple suma de cualidades, en esa medida las tapas no solo son un objeto que sirve para cerrar la parte superior de un recipiente, sino que de manera mucho más profunda las tapas poseen una suerte de características “humanas” como el deseo, la paciencia, el descanso o incluso el destino, al respecto el filósofo francés nos advierte;

las cosas no son simples objetos neutros que contemplamos, cada una de ellas simboliza para nosotros cierta conducta, nos la evoca, provoca por nuestra parte reacciones favorables o desfavorables, y por eso los gustos de un hombre, su carácter, la actitud que adoptó respecto del mundo, se leen en los objetos que escogió para rodearse, en los colores que prefiere, en los paseos que hace[6]

Si relacionamos lo dicho por Merleau-Ponty con el fragmento de las tapaderas de Rilke, vaya que podemos abrir una larga discusión sobre el modo que interpretamos afectivamente el mundo en función de nuestra relación con las tapas, cuando preferimos no usar tapas para cubrir nuestros recipientes por lo molesto que puede llegar a ser cerrarlas o abrirlas, o cuando cambiamos las tapas de un recipiente porque su color no satisface nuestra mirada, entre otros múltiples casos que se levantan en la cotidianidad ignorada. Bajo esta óptica, podemos intuir que nuestra relación con las cosas no es tan lejana como en apariencia se nos muestra, pues cada cosa a nuestro alrededor de algún modo; nos habla a nuestro cuerpo y le respondemos mediante él. Para confirmar esta observación, el co-fundador de la revista, Les Temps Modernes, anota; “El hombre está investido en las cosas y éstas están investidas en él. Es lo quería decir Cézanne cuando hablaba de cierto halo de las cosas que hay que traducir en la pintura”[7] Con lo anterior, nos aproximamos a valorar el vínculo entre cosas y hombres ya no desde la posición soberana de la razón, asumiéndola como la facultad que domina y define el ser de las cosas, más bien nos enfrentamos a un camino enigmático en donde las cosas adquieren su ser solo en la medida en que las encarnamos.

Para ir concluyendo con nuestro texto, vamos a retomar la pregunta que inicialmente emprendimos, ¿cómo podemos aprender a ver?, al lidiar con esta interrogante debemos tomar en cuenta que si queremos ver el mundo tal como es, no debemos asumir una actitud de distancia respecto a lo que vayamos a fijar en afinidad a nuestra mirada, es decir que es poco factible separar las cosas y la manera en que se manifiestan respecto a nuestro propio cuerpo, se trata como repasamos con Rilke de hacer que la totalidad gire y se haga visible en torno a uno como si nos fundáramos en aquel enigma, y permaneciendo en semejante enigma descubrimos la vitalidad de las cosas, o sea “ser principiantes de nuestras circunstancias”. Esto en palabras de Merleau-Ponty, implica deteneros en la escuela de la percepción, en la que; “me veo dispuesto a comprender la obra de arte, porque también ella es una totalidad carnal donde la significación no es libre, sino ligada de todos los detalles que me la manifiestan, de manera que, como la cosa percibida la obra de arte se ve, […] y ningún análisis podría reemplazar la experiencia perceptiva y directa que hago de ella”[8]

Por último, cabe distinguir que nuestros esfuerzos a lo largo del presente texto no fueron otros más que intentar adentrarnos en aquella filosofía de la percepción y que a modo de introducción hemos tratado de ensanchar nuestro horizonte, rehabilitando un modo de contemplar y aproximarnos a las cosas en su riqueza original en virtud de la poesía, en suma, apenas hemos rasguñado señales para poner en marcha un aprender a ver.


Referencias

  • Heidegger, M. (2000). Los problemas fundamentales de la fenomenología. Madrid: Trotta.
  • Merleau-Ponty, M. (2020). Exploración del mundo percibido: Las cosas sensibles en, El mundo de la percepción. Siete conferencias. Buenos Aires: FCE.
  • Rilke, R. M. (2016). Los apuntes de Malte Laurids Brigge. Madrid: Cátedra.

[1] “La poesía no es sino el elemental venir a la palabra, es decir, el llegar a descubrir la existencia como ser en el mundo. Con lo que se dice a otros, que antes estaban ciegos, el mundo se hace visible. Como prueba de ello oigamos un pasaje de Rainer Rilke…” (Heidegger, 2000, pág. 215)
[2] (Rilke, 2016, pág. 259). Las cursivas son nuestras.
[3] Ibidem, pp. 271-272.
[4] Ibidem, p. 428.
[5] Ibidem, p.410.
[6] (Merleau-Ponty, 2020, pág. 35)
[7] Ibidem, p.36
[8] Ibidem, p.67.