The trash can of ideology #15, una columna de Ángel de León
Para los niños raros y las niñas raras
Io penso sempre a te, soltanto a te
E so che la città
Vuota mi sembrerà
Se non torni tu[1]
El amor comienza con el deseo de ir más allá de uno mismo. De la cárcel del mundo. De la cárcel de la epidermis. De las palabras de Bruno:
ALBERTO. – Ya veo lo que te pasa, tienes un Bruno en la cabeza… yo también lo escucho: Alberto, no hagas eso, Alberto, no puedes, Alberto, no te metas eso en la boca. ¡No escuches al tonto Bruno!
¡Silenzio, Bruno!, es la fórmula mágica que Alberto Scorfano enseña a Luca Paguro. Es la voz que, al principio de la película, hace a Luca callar sus fantasías sobre uno de sus pececillos que ha huido para explorar el mundo… no, no, lo más probable es que esté muerto, dice el monstruo marino, y la muerte acecha todo el tiempo a los relegados, “los que se visten raro o sudan demasiado”, cuando se exponen al mundo: cuando, en la copa Portorosso, la lluvia revela la identidad de Alberto y Luca como monstruos marinos, Ercole trata de asesinarlos.
Pero cuando Luca sale por primera vez del mar, la luz del sol no lo mata… le da otra forma: le revela otra posibilidad de su propio ser. Lo convierte en humano sin que haya tenido que darle su voz o su lengua a la bruja del mar. Así que Bruno estaba equivocado: la curiosidad puede matar al gato, pero también liberarlo. La afición de Bruno y Alberto por recolectar objetos del mundo de los humanos hace ecos de La sirenita; Luca comparte con Ariel el deseo de saber, ask them my questions and get some answers, pero en esta historia no depende de un beso para quedarse en el mundo de los humanos. No es quedarse para siempre con el ser amado el requisito para cumplir su sueño: al contrario, el inicio, y no el destino de su viaje, es el encuentro con el otro, cara a cara, cuando atraído por los cachivaches del mundo de los humanos, tropieza con Alberto. Es este encuentro el que convierte a Luca en humano, el que lo saca de la cárcel de sus pensamientos para atreverse a hacer cosas nuevas. El objetivo de los personajes no es construir una relación amorosa: el vínculo, sencillamente, se da entre ellos, y a partir de la fascinación mutua que sienten, construyen sueños en común, a la vez que descubren sueños personales que no son compartidas por el otro. Es entonces que se da el desencuentro: Alberto tiene celos de Giulia, que comparte con Luca el afán de conocimiento y lo instiga a estudiar en Génova, mientras que Luca padece porque Alberto no quiere ir con él a la escuela: ambos quieren que el otro ceda. El puerto de llegada de esta historia de amor no es el felices-juntos-para siempre: el gran acto de amor de Alberto es renunciar a la compañía de Luca, ayudarlo a cumplir su sueño, aunque para eso tengan que separarse.
La historia de los personajes comienza con un sueño que evoca el juntos para siempre: quieren comprarse una Vespa para viajar por el mundo y dormir juntos bajo las estrellas, cada noche en un sitio distinto. Pero el sueño no se cumple: la película termina con una despedida. La película abre la posibilidad-que ha alimentado las fantasías del público-, del desarrollo de la relación de Alberto y Luca en el futuro; durante los créditos, con una canción de amor de fondo[2], nos presenta imágenes de la vida de los personajes, con Luca en la escuela y Alberto con Massimo, en convivencia regular con los padres de Luca. Los vemos cartearse y hablar por teléfono: es claro que seguirán en la vida del otro. Pero no sabemos qué pasará, lo que sabemos es que su encuentro los ha transformado, y que en este encuentro el otro no aparece como meta y garantía de la felicidad eterna:
LUCA. – ¿Cómo sabré que estás bien?
ALBERTO. – Voy a estar bien: me sacaste de la isla
Con estas palabas, Alberto hace eco de las de Luca, que le dice, al principio de la película, porque gracias a él se atrevió a salir del mar, a conocer su forma humana, a caminar y a respirar. El amor aparece, pues, no como puerto de llegada, sino como aquello que anima la vida humana, que le revela el sentido en la experiencia de la apertura de un alma frente a otra, de un cuerpo frente a otro. A partir de este encuentro, ambos personajes pueden trascender su soledad, y al retornar consigo mismos, lejos uno del otro, son distintos a lo que eran antes: las palabras de Bruno suenan tenues, porque son más fuertes las que se dijeron uno al otro, y los recuerdos que construyeron juntos.
La historia de Luca y Alberto no acaba. No hay felices para siempre, no hay certezas: ni siquiera acaban de convertirse en humanos o en monstruos marinos. Su condición es la de seres híbridos, que en el agua son monstruos marinos, y bajo la luz del sol, humanos. ¿Su identidad real es la de monstruos marinos? ¿Pero por qué entonces se angustia Luca tanto cuando se vuelve humano por primera vez? ¿No estaban Luca y su familia, también, negando una parte de sí mismos al negarse a conocer la superficie? A su pesar, cuando salen del agua, se transforman: se descubren otros. ¿No se parecen, en esto, a los seres humanos, “los monstruos de tierra”? ¿No guardamos todos un otro, o muchos otros, bajo la máscara ilusoria de la identidad? Hay hombres que no pueden contener la orina cuando escuchan una gaita, dice Shylock en El mercader de Venecia; Giulia no puede contener un sudor excesivo, ni puede evitar hablar de más cuando se emociona, y si una gota de agua roza la piel de Luca y Alberto, esa parte de su cuerpo cambia de color, y revela “su verdadera naturaleza”.
¿Pero no es nuestra verdadera naturaleza esta condición cambiante? ¿El que no podamos evitar una elección de amor o un deseo? ¿No tenemos todos-y no sólo la población LGBTQ+-, un equivalente, o muchos, al agua que nos transforma, dejando al descubierto lo que queremos ocultar? Los padres de Luca se perciben a sí mismos como monstruos cuando se vuelven humanos, pero esa forma humana es parte de ellos, aquella parte de su identidad a la que deciden no atender.
LUCA. – ¡No te tenemos miedo!
ERCOLE. – ¡Pero nosotros a ustedes sí! ¡Nos dan asco y horror! ¡Son monstruos!
¿Se reconocen, acaso, los habitantes de Portorosso, en los monstruos marinos? Cuando Massimo reconoce a esos seres ya no somo monstruos, sino como Luca y Alberto, los ganadores de la Copa Portorosso, y con él el resto de los habitantes del pueblo, es Ercole quien se convierte en monstruo, cae su máscara, y sus compinches se dan cuenta de quién es realmente: significativamente, lo avientan al agua. Se termina, dice Giulia, el imperio de injusticia: los personajes se han abierto a la experiencia de la diferencia, no solo en los otros sino en sí mismos; así, en los créditos de la película, vemos a Massimo visitar bajo el mar a los padres de Luca, y a estos, en forma humana, jugar fútbol con los niños de Portorosso.
DANIELA. – Lo que hizo hoy fue sorprendente, pero no podemos dejarlo quedarse en este mundo, ¿o sí?
ABUELA. – Algunas personas nunca lo aceptarán. Pero otras sí, y parece que ya sabe cómo encontrar a las buenas.
Siempre habrá Ercoles en el mundo, y queda la pregunta de qué hacer con ellos. Los amigos de Ercole y el resto del pueblo le dan la espalda, pero esta exclusión no tiene la violencia con la que Ercole perseguía a los excluidos: ni venganza ni punitivismo, sencillamente, los personajes han retirado el poder de ese sujeto, han dejado de ponerle atención. Él solo se excluye al persistir en el rechazo a los relegados, atrapado en su desconocimiento de sí mismo: no ve-no quiere ver-, que los otros le temen, no lo aman.
Luca, felizmente, apuesta por el amor. El amor, que se parece tanto al agua que convierte a los ragazzi en monstruos marinos, y a la luz del sol que convierte a los monstruos marinos en ragazzi. Así, en el encuentro con el otro, descubrimos cosas que no sabíamos de nosotros mismos y del mundo: Luca y Alberto descubren sus propios sueños cuando los comparten con el otro. Pero, aunque la relación entre Luca y Alberto es el centro de la película, el amor no se limita ésta: Luca y Alberto aman también a Giulia, y ella los ama a ellos, aunque de otra forma[3], y es a través de ella que Luca descubre la escuela; Alberto encuentra a un padre amoroso en Massimo, y Luca encuentra ese mismo amor en su familia, luego del desencuentro inicial; finalmente, tenemos el amor de la comunidad, el que inunda las calles de Portorosso tras la victoria de los relegados, que son acogidos con alegría por el pueblo. En todos estos casos, el amor se revela como reconocimiento y aceptación del otro, como apertura y generosidad frente a la diferencia y la singularidad.
Luca sonríe al ver a Alberto a lo lejos mientras el tren avanza: cuando deja de verlo, las lágrimas inundan sus ojos, y se vuelve a convertir, bajo la lluvia, en monstruo marino. Entonces, dirige la vista al sol, y el amor aparece, también, en esta apertura al mundo, que hace a Luca salir del mar, el entorno seguro donde se mantiene siempre idéntico así mismo, sin riesgo de convertirse en algo más. Al final de la película, no solo Luca y Alberto, sino también el resto de los personajes, se han abierto a la posibilidad de vivir expuestos, libres de la máscara de la identidad, del ser inmutable que siempre es lo que es, para enfrentarse, con gozo, al riesgo vital de transformarse en otro a cada paso, aun frente a la mirada de los otros.
Ya no tienen que ocultar una parte de su ser, aunque saben que el peligro está siempre latente: hay Ercoles en el mundo. Pero en el fondo, también hay en los Ercoles un renegado, y Luca y Alberto vivirán más libres que él, sin preocupare por el peligro de que, de pronto, sin quererlo, vayan a cambiar de forma, temor del que nunca se libera el que, como Ercole, finge todo el tiempo una pose. Luca aprende a vivir en el umbral: cuando saca su cabeza del tren se convierte en monstruo marino, y en el momento que entre, será humano. Queda expuesto a la otredad, la suya propia y la de los demás. Expuesto al agua, al sol, al cuerpo y al amor, que hacen circular el deseo, que se dice de tantas formas: la escuela, la Vespa, la copa Portorosso, la familia, la amistad… Luca y Alberto. No son el puerto de llegada, pero mantienen viva la llama del deseo, que, aunque a veces adopta una forma melancólica, como en el anhelo de los dos chicos por reencontrarse cada verano, no consume su vida en la miseria: la vida sigue y la disfrutan, abiertos incluso a la posibilidad del adiós definitivo, pues siempre estarán juntos en el recuerdo, en lo que se dejaron uno al otro, aunque no se volvieran a ver. Los imagino sonrientes al oír, un día, por casualidad, la canción con la que cierra la película:
Torna da me, amor
E non sarà
Più vuota la città[4]
Después de todo, aunque sea bonito cantarlo, la ciudad no está vacía: Luca es feliz en la escuela y Alberto en Portorosso. El amor es condición de apertura a la maravilla perpetua de la vida, siempre por descubrir. Y la de Luca y Alberto es, contra lo mucho que nos cuesta decir esa palabra, una historia de amor.
[1] “Yo pienso siempre en ti, tan solo en ti/y sé que la ciudad/vacía parecerá/si no regresas”. Cita vuotá, Mina Mazzini.
[2] Cita vuota, que en italiano dice: ¿cómo puedes seguir solo, sin mí? ¿No sientes que nuestro amor no ha terminado?
[3] Es clara la diferencia en la expresión corporal y la relación proxémica de los personajes: Giulia y Luca no se miran como lo hacen Luca y Alberto, ni su relación tiene una carga tan fuerte de contacto físico, a pesar de que los tres son francos y espontáneos en sus demostraciones de afecto. La singularidad de la relación entre Luca y Alberto queda reforzada por el paralelismo de la relación con Giulia. En ambos casos, podemos hablar de intensas relaciones de amistad, pero sólo la amistad de Luca y Alberto es pasional, intensamente erotizada, aunque, felizmente, no sexualizada, lo que me parece un acierto: el amor y el deseo existen en las infancias, somos seres sexuados desde que nacemos, y es importante reconocerlo, pero hay muchas representaciones culturales que propician un despertar sexual precoz, al trasladar a estas relaciones las expectativas y fantasías de los adultos. Algunas personas se han quejado de que Luca no presente la relación entre Luca y Alberto como abiertamente romántica, cosa que sí sucede con relaciones parecidas de personajes heterosexuales en el cine (donde son habituales, por ejemplo, los besos), y que acaso han contribuido a la obsesión con el sexo y la búsqueda de pareja que nos caracteriza a los jóvenes. La representación del primer amor entre dos chicos en Luca me parece una ganancia: al no imponer una definición a la relación entre los personajes, libera la imaginación del público infantil de la coerción de narrativas románticas sexualizadas, a la vez que reivindica la validez de una experiencia que, como Luca y Alberto, ha tenido que esconderse durante tanto tiempo.
[4] “Vuelve conmigo amor/y ya no estará/vacía la ciudad”
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