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The Boys: La sociedad de la caricatura | Té de guion #34

AVISO: A partir de esta edición la columna "Versailles Anime" de Francisco Maldonado, adoptará el nombre de "Te de guion". Se respetará la numeración anterior.

Té de guion #34, una columna de Francisco Maldonado


The Boys es una serie de televisión web estadounidense de superhéroes desarrollada por Eric Kripke para Prime Video. Basada en el cómic del mismo nombre de Garth Ennis y Darick Robertson, sigue al equipo homónimo de justicieros en su lucha contra diversos individuos con superpoderes que abusan de sus habilidades. The Boys está ambientada en un universo en el que los individuos súper poderosos son reconocidos como héroes por el público en general y trabajan para la poderosa corporación Vought International, que los comercializa y monetiza. Fuera de sus personajes heroicos, la mayoría son arrogantes, egoístas y corruptos. La serie se centra principalmente en dos grupos: “Los Siete”, el principal equipo de superhéroes de Vought International, y The Boys (Los muchachos) como protagonistas, vigilantes que buscan derribar a Vought y a los superhéroes corruptos.

The Boys están liderados por Billy Butcher, que desprecia a todas las personas con superpoderes y en particular a “Los Siete”, los cuales están liderados por el narcisista y violento Homelander. A medida que se produce un conflicto entre los dos grupos, la serie también sigue a los nuevos miembros de cada equipo: Hughie Campbell de “The Boys”, que se une a los vigilantes después de que su novia sea asesinada accidentalmente por A-Train, un miembro velocista de “Los Siete”; y Annie January, cuyo nombre de superheroína es Starlight quien se une recientemente a “Los Siete” y es una joven esperanzada que se ve obligada a enfrentarse a la cruda verdad sobre los héroes que admira.

Allan Moore, el autor de algunos de los cómics más influyentes de toda la historia, dijo una vez con mucha seriedad, que los superhéroes eran la nueva mitología de nuestra sociedad, es decir, esas figuras e historias que guían tanto la moral como las creencias y ponen la meta a las que las personas promedio deberíamos aspirar. Seis años después de que Allan Moore dijera esto, en Europa del Este estalló una terrible guerra que conmocionó al mundo. En las redes sociales, donde entre muchas cosas, sucedió algo tan surreal como la misma serie de “The Boys”; nos encontramos con gente que vio y entendió este conflicto como si se tratara de una nueva película de “Avengers”, personas hablando con total convencimiento sobre cómo y de existir, los superhéroes cambiarían la situación y traerían justicia de verdad, y así, varios comentarios más que trataban a una crisis tan compleja y dolorosa, como si fuera otro blockbuster de Disney. Hoy, quiero revisar aquello sobre lo que habla “The Boys”, y vaya que lo hace muy bien, acerca de nuestra sociedad.

Esta producción, es una serie que podría haber contado con una gran primera temporada sin la necesidad de tener un mundo congruente y una ideología bien construida; la verdad, es que le bastaría con ser una parodia sobre los superhéroes basada en sangre, viseras y comedia, sin embargo, dos o tres temporadas le hubieran quedado demasiado grandes, ya que “The Boys”, no es una parodia, sino una sátira, si, justo como los dibujos y cartones políticos de campaña,  una caricaturización que exagera las características de algo o alguien, para que a través de la risa y el absurdo, podamos reflexionar y ver sus defectos y contradicciones. En la serie, el personaje más caricaturizado no es Superman a través de Homelander, la Mujer Maravilla o el Capitán América, más bien, el personaje más exagerado y caricaturizado es o, mejor dicho, somos nosotros, el espectador, las masas cautivas que miran redes sociales, series, películas y otros productos de entretenimiento en un mundo dominado por el poder mediático de mega corporaciones que, con solo ese entretenimiento, impactan e influencian en la cultura.

En el universo que la serie propone, “Vought” no es precisamente una noble institución benéfica en la que los superhéroes se juntan a hacer el bien. En realidad, es una empresa de medios, una que principalmente hace dinero con los superhéroes y los contenidos alrededor de ellos; una empresa que, para lograr ese cometido, tiene que satíricamente, y a pesar de tener un lado oscuro y solo buscar réditos económicos, actuar de cara al público como si no fuera así, sino más bien, aparentar que busca algo bueno para la sociedad al sumarse a todas las causas y a todos los discursos sociales. Porque, como pasa en la vida real, los compradores más que consumir productos, consumen historias, personalidades y narrativas que los hagan sentir bien. La empresa tiene que ser parte de una gran puesta en escena donde debe fingir que está apoyando un movimiento, que está buscando el bien de la sociedad o por lo menos, que está a favor del cuidado del medio ambiente.

Es debido a esto que, más que un Superman malvado o perverso, somos nosotros la principal caricatura en “The Boys”; aquel público que puede estar más obsesionado con el nuevo noviazgo o la nueva pelea entre dos celebridades, que con el hecho de que el ejército admita en sus filas a seres súper poderosos no entrenados y controlados por una corporación privada fundada por nazis. Porque para la serie, lo que más pone en peligro al mundo, no es una amenaza externa como un alienígena con poderes divinos que podría iniciar una guerra contra la humanidad, sino una que nosotros mismos permitiríamos que fuese creada, misma que luego avalaríamos y hasta aplaudiríamos que creciera más y más, gracias al culto a la personalidad que vemos a diario, en el que “celebridades” o hasta políticos, terminan convertidos a través de las pantallas, el marketing, la propaganda y el espectáculo, en algo más que humano, devienen en objetos de adoración de un público que los considera esenciales e importantes, ya no solo  para el mundo, sino también para su vida.

En otras ocasiones, las personas miran a estos tótems humanos, como seres perfectos, y, en algunas oportunidades, puede llegar a verlos como salvadores con la capacidad para resolver todas las dudas que deambulan por del mundo. ¿A qué vida debería aspirar? ¿Cómo debería opinar frente a los demás? ¿A quién debería imitar? ¿Qué tratamiento o cosa me hará más saludable y exitoso? Y sí, la gente se comporta como si las celebridades, políticos y otros más en el mundo del espectáculo fueran superhéroes, o como si los superhéroes de la ficción, fuesen los nuevos mitos de nuestra sociedad.

Alguna vez, el teatro griego con sus puestas en escena, o el arte sacro con sus grandes pinturas, fueron los medios que difundían e inflamaban las creencias del pueblo; hoy, todas esas cosas, y hasta cierto punto, ya no son estrictamente necesarias, porque en la televisión y el internet, se puede ver desde la misa y programas de tinte religioso, hasta telenovelas, pasando por youtubers, influencers, celebridades, programas de chismes y películas. Todo esto es algo que hoy nos resulta la cosa más normal del mundo, pero que en realidad, es un fenómeno muy extraño. Si hacemos el ejercicio de traducir este fenómeno a cómo sería si se hubiera dado en tiempos pasados, obtendríamos algo como que, en los teatros griegos, después de terminar una obra sobre el mito de un héroe, un tipo se pare en el escenario a enseñarle y narrarle al público cómo fue su desayuno. O que, inmediatamente después de una misa, el bufón del pueblo hiciera una rutina cómica, todo esto, sin que nadie en el público hiciera alguna pregunta o se confundiera, como si fuese algo habitual dentro de la dinámica de dichas actividades.

A esto se lo puede definir como el fenómeno de la desacralización de la imagen. Una consecuencia nacida de que aquello tan serio, sagrado y artístico, ya no está conservado o difundido en un medio o lugar especial y oficial, sino que hoy, mientras usamos el baño, tenemos acceso a ver en la misma pantalla y plataforma, tanto una investidura presidencial, como vídeos chistosos de gatos o noticias sobre el anuncio de una guerra. Los significados y la esencia de las cosas, terminan mezcladas en un flujo banal e infinito de imágenes, las cuales provocan que, mientras la gente habla de una guerra que acaba de estallar, de repente, la ignore por completo para emocionarse por una película que acaba de estrenarse, y que luego, ignoren la película, para discutir acerca de los problemas y la vida de las celebridades que actuarán en dicho estreno. Al final, lo que más perdura en el discurso público, seguramente no será una gran comprensión sobre la guerra, la película o la vida de las celebridades, sino solamente memes y algún que otro comentario suelto.

Debido a esta híper-realidad, donde lo irreal se mezcla con lo real, hasta un punto en el que ya no sabes qué es real y qué no lo es, la política ya no intenta parecerse al espectáculo para aprovechar su gran poder, sino que la política se hace parte del espectáculo. En consecuencia, no es difícil ver a políticos actuando como si estuvieran una película, o comportándose como influencers. Debemos notar que en el momento histórico que vivimos, hay actores que se han vuelto presidentes del país más poderoso del mundo; en otras palabras, si en el mundo real hasta los más poderosos han sido devorados por la sociedad espectáculo, no sería extraño que lo mismo pasara en un mundo de superhéroes.

La historia de un Superman malvado no sería tan aterradora, surreal y perturbadora, si no fuera porque toda esa historia ocurre en un mundo que, por todo lo que les acabo de mencionar, se siente realista. Homelander no es como es porque tenga un objetivo salido del mundo de los cómics, es decir, no intenta dominar el mundo o destruirlo, no, Homelander es tal cual como lo describe el propio Stan Edgar, un producto defectuoso. Y esto, es algo que puede parecer insignificante, pero realmente es muy importante para el mundo de “The Boys”. Homelander no es el producto defectuoso de un experimento, porque el experimento salió bien; en realidad, Homelander, es el producto defectuoso de un negocio. Homelander sería simplemente otra historia de otro niño al que empujaron a un mundo de espectáculo y de poder. Una tabla rasa obligada por sus padres, que en este caso son también sus creadores, a convertirse en un producto de entretenimiento, con el único fin de generar fama y riqueza.

Esto resulta ser algo muy parecido a la historia de varios niños actores de Hollywood, y es por esto, que Homelander es un ser narcisista, manipulador y completamente desapegado de cualquier humanidad que hubiera podido tener; alguien capaz de lo que sea con tal de cumplir el objetivo que en primer lugar fue el que lo deshumanizó y lo condenó en su infancia, ese objetivo de ser amado y venerado por el público, hasta el punto en que deje de ser considerado y tratado como un ser humano. El filósofo francés Guy Debord llamó a todos estos fenómenos: la sociedad del espectáculo. Una sociedad en la que las imágenes del espectáculo se transforman en la guía de las personas para entender su propia realidad. Esto, trae como consecuencia, que la imagen por más irreal que resulte ser, sea tratada como la verdad, lo que al final, lleva a la sociedad y a sus individuos, no sólo a ser influenciados, sino guiados por las imágenes de las películas que consumen, por las vidas de celebridades e influencers a quienes siguen, o por los memes y vídeos en tendencia de internet.

Hablamos de un mundo donde los medios de comunicación han obtenido el poder suficiente para crear y deformar nuestra realidad, es por esto que “The Boys” no sólo es una serie sobre los superhéroes, sino también, una serie sobre nosotros y sobre el mundo tan frívolo y oscuro que nace del espectáculo y el poder. Sobre las expectativas e ideas que nos hemos hecho de los superhéroes, y la muestra de que, si fueran reales, probablemente no serían esos individuos humildes y apegados a la realidad que muchas veces nos imaginamos, sino más bien, seres que tan pronto se coloquen el traje, serían perseguidos por las masas sin importar que se estuvieran poniendo en peligro, todo con tal de poder sacarse una foto con ellos. Seres que muy probablemente la tendrían muy difícil para tener una identidad secreta, porque la admiración de la gente haría que investigasen hasta el más mínimo detalle acerca de ellos para poder encontrarlos. Personajes que no podrían escapar del espectáculo, porque existirían interminables podcast, vídeos y entrevistas sobre ellos o con ellos, donde a la par que les preguntan sobre temas tan delicados como Dios o las guerras, también les preguntarían sobre temas tan banales como cuál es la mejor hamburguesa o su película favorita. Y en algún punto, tarde o temprano, se les odiaría por algún cambio en su traje, por alguna opinión, o por estar o no en una catástrofe; básicamente, por no ser omnipotentes u omnipresentes.

Simplemente, como ya ocurre con muchas cosas en el mundo real, para que estos superhéroes pudieran ser considerados héroes reales, primero tendrían que ser parte de la irrealidad del espectáculo y de las puestas en escena que vemos todos los días en pantalla. ¿Acaso no es esto lo que ya pasa con los políticos? ¿No pasa esto con aquellas personas que, en el mundo real, son muchos los que esperan que se conviertan en salvadores? De este modo, y siguiendo esta lógica, no todos, pero quizá muchos de estos héroes, terminarían siendo algo bastante parecido a las celebridades en el estilo más “hollywoodense” posible.

Para concluir, creo que los superhéroes como Spiderman, Batman o Superman, no pertenecen a nuestra realidad, pertenecen a las ideas, a los mitos, a aquellas historias que existen para inspirarnos a ser mejores y hacernos reflexionar sobre nuestro mundo, porque como nos muestra “The Boys”, si de verdad fueran reales, haríamos lo imposible para hacerlos irreales, para formarlos a imagen y semejanza de nuestras pantallas.