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Vindicación de lo trágico contra una época que detesto | The trash can of ideology #25

The trash can of ideology #25, una columna de Ángel de León


1.

Deambulo por las ruinas de mi alma, destruida por los dioses que mi época me ha impuesto. Escucho el eco de los oráculos que me habitan: “no te quedes con las ganas de nada”, “nunca te rindas, el que persevera alcanza”, “reinvéntate, no te detengas, experimenta”, “no nos etiquetemos, fluyamos”.

Me rebelo contra la tentación de servir a los dioses en soledad. Vivimos una época de religiones solitarias: cada quien puede elegir lo que le plazca, o puede no elegir, no importa. Nos encerramos así, más y más, en la cárcel de la epidermis, y si un mundo de posibilidades múltiples se abre frente a nosotros, no es otra cosa que el delirio que se despliega frente a Narciso en el lago en que se refleja.

Edificamos utopías para nosotros solos. Para los que consienten servirnos de espejo. Frente al otro, el verdaderamente otro-al que es muy difícil tenerle empatía, la virtud de moda-, no sabemos que hacer sino pedir a nuestros dioses que lo aniquilen.

En el politeísmo griego la tragedia estallaba por la tentación monoteísta, cuando el héroe les daba la espalda a los dioses por su obsesión con uno de ellos. En nuestro mundo cristiano, nos destruye la tentación politeísta: la ética millenial, si tal cosa existe, nos prohíbe elegir una sola cosa, pues, ¿cómo vamos a privarnos de las mil experiencias que nos ofrece la vida? ¿De los cuerpos ávidos de ser consumidos, como los antiguos dioses de recibir sacrificios? No hay forma de superar esta contradicción entre lo uno y lo múltiple. Si se pudiera, entonces se cumpliría la promesa de que podemos tenerlo todo, de que no hay que renunciar a nada. De que podemos hacer la revolución desde casa de nuestros padres y sin que nos reprueben en la escuela; dormir ocho horas, hacer ejercicio, comer saludable, tener vida social, pareja y éxito laboral o académico (como si alguna obra maestra se hubiera hecho alguna vez sin desvelos); ser monógamos y promiscuos a la vez, disfrutar al mismo tiempo de la estabilidad de una relación y de la apertura de estar solteros, tener compromisos sin tenerlos. En este caos se malogran nuestros esfuerzos, nos llenamos de frustración y, aunque uno de nuestros mantras es nunca estresarnos, nos generamos estrés, depresión y ansiedad.

Si en la tragedia moderna los esfuerzos del personaje se ahogan en un mundo que no permite los grandes gestos, en la tragedia posmoderna, para tomar la frase de Marx, todo lo sólido se desvanece en el aire: una cierta tibieza existencial no nos deja llevar nada hasta sus últimas consecuencias, con el miedo que nos da estresarnos y hacer sacrificios, que es, precisamente, lo que hacen los héroes trágicos. Nuestra tragedia es sólo ser personajes, y no héroes trágicos.

“Respeta mi proceso, yo tengo mi ritmo”, es uno de los gritos de batalla de nuestra época, frente a los excesos de la pedagogía del terror. El problema con esta proclama, por lo demás legítima, es que tiende a olvidar que los seres humanos no somos mónadas herméticas frente al mundo, por mucho que lo deseemos: hay ritmos colectivos, ritmos cósmicos, no sólo ritmo individual. Este problema es particularmente espinoso en el desarrollo de un arte colectivo como el teatro; los estudiantes de actuación posmodernos no sólo defienden su proceso: están obsesionados con él, y lo ponen por encima del de todos los demás. No hay poder en la tierra que pueda interferir con su ritmo, como si alguien se quejara de que lloviera justo en su cumpleaños, porque eso no puede ser. Si los ocho miembros del elenco se empecinan en hacer de su ritmo la ley soberana, nunca se logrará el ritmo colectivo que exige una puesta en escena. A su vez este ritmo se construye a partir de los ritmos individuales, donde por fin, en la utopía de una comunidad que posibilita el teatro (mientras dure la función, y luego, en la memoria de los que la vieron), lo sólido no se desvanezca en el aire.

El héroe trágico de la juventud, a diferencia de los anteriores, tendrá que ser colectivo: afrontar el estrés, la renuncia, el caos para no sólo deprimirse sino transformar el mundo.

2.