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¿Seguirían desnudos los indios en el 2021 si les hubieran ganado a los españoles? | The trash can of ideology #10

The trash can of ideology #10, una columna de Ángel de León


Para Iván

¿Y si no nos hubieran conquistado los españoles?, me preguntaba de camino a casa luego de una clase de historia, de la mano de mi madre que siempre nos llevaba al parque después de la escuela. Escuela pública mexicana, libros de texto gratuitos, donde se explica con claridad quiénes eran los buenos y quiénes los malos: Porfirio Díaz era un dictador, por lo tanto era malo; Benito Juárez, mató a Maximiliano (un emperador extranjero que nos vino a gobernar), por lo tanto era bueno (a pesar de que compartían rasgos autoritarios y un marcado desdén por ciertos estratos de la población, en beneficio de la que acabó por ser la clase dominante. A mi me agrada Juárez por quitarle poder y dinero a las Iglesias, pero mi libro no decía que ese dinero se lo dio a los ricos para hacerlos todavía más ricos); la cosa se pone más rara con la Revolución, donde los buenos se mataban y traicionaban entre ellos. Quizás por eso nuestro sistema educativo pone tanto empeño (porque nada es casualidad) en que esa materia resulte tan aburrida, para que nadie les preste demasiada atención a esas contradicciones y que, en todo caso, el efecto de ridículo que producen contribuya al descrédito de una disciplina con un objeto de estudio que es a todas luces tan idiota, inútil y complicado.

Para que no nos salváramos del adoctrinamiento ni siquiera los nerds que, interesados por la materia, nos poníamos a hojear el libro en nuestros ratos libres, los libros de texto tenían una virtud. Mediante fórmulas sencillas, lapidarias (como las elegantes condenas de Dante a los réprobos del Inferno o los estados que se hacen virales en Facebook), dividía, no sólo a las personas, sino a las ideologías, en buenas y malas, como en aquel memorable párrafo sobre la Guerra Fría donde mi libro de historia describía las ventajas del liberalismo económico sobre el socialismo: el liberalismo permitía libertad de comercio y, lo más importante, movilidad social, algo bien diferente a las bárbaras sociedades de castas del pasado, o al régimen medieval, o incluso al mundo prehispánico, donde nada podía salvarte de ser sacrificado si te tocaba nacer en un pueblo conquistado por los mexicas… en el capitalismo, decía, uno puede escalar en la pirámide social, lo que para la imaginación de un niño clasemediero que veía telenovelas, series y películas protagonizadas por gente blanca y adinerada, significaba que algún día podría ser uno de ellos: podría ser famoso, rico, vivir en una casa con alberca, producir películas y viajar por el mundo.

La historia puede ser muy aburrida, pero ese inocente librito y esas inútiles clases cumplieron, indudablemente, su cometido: ofrecían una explicación de por qué las cosas tenían que suceder así, a pesar de las desgracias necesarias para ello (como la caída de la civilización mexica, que los libros describían como algo muy triste donde los españoles, desde luego, eran los malos, y los indígenas los buenos), porque, a final de cuentas, como en aquellas películas con las que crecimos, al final las cosas siempre salen bien y todos viven felices para siempre.

¡No hay mal que por bien no venga, todo pasa por algo, el Universo conspira a nuestro favor, la astucia de la razón conduce al triunfo del Espíritu Absoluto, los buenos siempre ganan y vivimos en el mejor de los mundos posibles!

Desde esta ideología, aunque me daba tristeza la caída del Señorío Mexica, le respondía a mis fantasías, para consolarme: pero, después de todo, nuestros pueblos no tenían tanta tecnología como los europeos, sus ciudades eran muy raras, andaban casi desnudos… y eran caníbales, además, y hacían sacrificios humanos… eso a mí no me hubiera gustado.

Felizmente ese niño que se cuestiona, si prestamos la suficiente atención, sigue ahí: a veces, cuando el silencio es suficientemente intenso, podemos escuchar todavía sus preguntas; lo podemos sentir despertar, sobre todo, cuando nosotros, frente a los sobresaltos del mundo, nos quedamos dormidos. Trato de recoger aquí un fragmento de su monólogo interminable, cuando se vuelve a cuestionar, años después, por esa antigua fantasía apaciguada por las promesas de la modernidad (como se verá este niño era, y sigue siendo, un nerd incorregible):

Bueno sí, pero los mayas y los mexicas tenían matemáticas avanzadas, tenían un imperio, lo suficientemente avanzado no sólo para hacer construcciones arquitectónicas sino incluso para oprimir a otros pueblos. Pero de todos modos como que da la impresión de que algo faltaba, de que era raro que, aunque tenían la misma cantidad de años sobre este mundo no hubieran llegado a lo que los europeos… ¡se seguían comportando como los pueblos míticos, a los que Europa volteaba como a un pasado perdido!

Sacrificios humanos, vestimentas extrañas, cacao en lugar de moneda, filosofía que no se separa del mito, literatura que no se separa de la oralidad, esclavitud generalizada, mucha selva, mucha agua, mucha Naturaleza…

Pero bueno, quizás si los europeos no hubieran llegado-o si les hubiéramos ganado-, nosotros también, eventualmente, hubiéramos evolucionado: hubiéramos cubierto nuestra desnudez, abandonado el culto a las energías naturales, a los animales, a la tierra… hubiéramos inventado el dinero, nos hubiéramos hecho un pueblo escrito, racional, instrumental… y ya no viviríamos entre árboles y ríos… nos hubiéramos hecho civilizados.

¡Pero es que sí éramos raros, tan diferentes a lo que es la civilización! Aunque, ahora que lo pienso… éramos raros para ellos, no para nosotros mismos… para nosotros eso era normal, para nosotros eso era cultura (o como eso se diga en náhuatl)… lo mismo que para aquellos era cultura cubrir la desnudez del cuerpo y era cultura la Santa Inquisición y la Conquista de los pueblos no cristianos… lo mismo que para ellos era cultura el saqueo de los recursos naturales y la orgullosa racionalidad del que se cree separado de la tierra… lo mismo que para ellos era cultura el fetichismo de la mercancía dinero, mientas que era muy rara la idolatría de los indios por una piedra o por un árbol…

¿Por qué nos juzgamos raros frente a la normalidad de los demás? ¡Qué estúpida palabra normalidad! ¡Qué estúpida palabra civilización! ¡Qué estúpidas palabras progreso y universal! Tal vez si no hubieran ganado los europeos judeocristianos grecorromanos ilustrados sino algún otro pueblo (aunque quizás ellos ganaron, precisamente, en vista de que creían en la necesidad de la victoria), tal vez nunca se hubiera llegado a la conclusión de que había que vestirnos, y que había que vivir en ciudades lejos de los árboles y el agua, ni mucho menos a la idea que la escritura era superior a la oralidad!

Pero no cabe duda, eso sí, de que nuestros pueblos tampoco eran buenos del todo, como decía mi libro de historia… a fin de cuentas, lo mismo que el Imperio Español, el Señorío Mexica había conquistado a otros pueblos… pueblos que los odiaban, con justa razón, pues les pedían tributos y los mataban en las Guerras Floridas para que hubiera cosechas… ¿pero era esto realmente más malo que lo que hacían los europeos? ¿Era esto más malo que lo que hacemos ahora en el capitalismo, donde se sacrifican tantas vidas por la economía? ¿Dónde las vidas de comunidades enteras se inmolan no en la Pirámide del Sol sino en Wall Street, no en honor de la divinidad sino de los Empresarios que, por otro lado, se consideran los defensores de la civilización, frente a la barbarie sin empresas, sin dinero y sin razón?

¿Qué puedo responderle a ese niño? Él es muy diferente a como soy yo mismo y mi generación: no se queda contento con las aseveraciones de Facebook, con las respuestas virales y las polémicas… él no atacaría, probablemente, a alguien que en Facebook expone su opinión sobre algo, sino que le haría mil preguntas… y frente a sus respuestas, otras mil preguntas.

Prefiero, pues, quedarme, tanto como sea posible, en el terreno de las preguntas para decir: ¿pueden las cosas ser diferentes? ¿La civilización es esto y nada más que esto? ¿Existen-o existieron-en potencia otros proyectos civilizatorios, que no necesariamente desembocarían en la racionalidad instrumental? Esto no quita, creo, la posibilidad, de que en ellos anidaran otros males: los problemas del poder, la guerra, la traición y la opresión existieron también en los imperios precolombinos… ¿pero se hubieran desarrollado de un modo, quizás, diferente?

Si no fuéramos patriarcales, eurocéntricos, capitalistas… sin duda las cosas no serían perfectas. Si hubiéramos sido matriarcales o comunistas, o si tuviéramos una relación de vínculo y respeto por la tierra, nada nos asegura que no existirían la violencia, la injusticia y la opresión… pero acaso serían diferentes: acaso bajo otros sistemas hubiera sido posible otro tipo de progreso moral… probablemente siempre habrá, y siempre habría, algo por lo que luchar, algo que mejorar… pero la situación concreta en la que nos encontramos, ¿es realmente un destino? ¿Así habría sido pasara lo que pasara y a eso nos tenemos que atener? ¿No es posible pensar que, al menos en el plano humano, en lo social y en lo político, vivimos, si no en el peor, sí en uno de los peores mundos posibles?

Tal vez el mal sea una potencia innegable de lo humano, pero las formas en que esta potencia se actualiza en acto podrían ser muy diferentes. Tal vez no era inevitable que se llegara a la moneda, tal vez no era inevitable que se llegara a la explotación de la tierra… tal vez eso fue una peculiaridad de algunos pueblos, de cierto tipo de pensamiento, que por cosas de la vida se impuso como lo universal.

La dificultad radica en imaginar otras posibilidades… en que aún le cuesta pensar a mucha gente que, por ejemplo, las civilizaciones que los españoles encontraron en América estaban tan desarrolladas como las que había en Europa… sólo que su desarrollo era otro, su idea de civilización una muy diferente… no inferior, no superior: nunca iban a alcanzar a los españoles si se les dejaba en paz, sencillamente porque hubieran tomado otros rumbos… con su propia barbarie y sus propios avances. ¿Qué es, después de todo, la desnudez de los nativos comparada con la inquisición? ¿Qué era un sacrificio humano comparado con lo exterminio de los pueblos originarios por parte de los europeos? Lo cual no significa, de ninguna forma, que un sacrifico humano sea bueno o justificable: sencillamente, era un argumento estúpido el que los mexicas sacrificaran gente para argumentar su inferioridad cultural y moral.

¿No es igual de “grotesco”, según quien lo mire, el Cristo sangrante que la Coatlicue?

Tal vez, dejados a sus anchas, los pueblos precolombinos y otros pueblos colonizados, nunca se hubieran vestido a la manera moderna, obsesionados por cubrir el cuerpo, tal vez nunca habrían renunciado a su vínculo con la tierra, tal vez tampoco habrían llegado a la cultura del libro, y la oralidad sería importante todavía, y la escritura pictográfica hubiera llegado a un alto nivel de desarrollo (¡basta con pensar en la escritura china, que aún tiene vigencia entre ellos, tan ajena a nuestro progreso occidental!).

¿Pero entonces no habría progreso? Tal vez hubieran encontrado otra forma de progreso, otra forma de evolución (y también otras palabras, otros valores, ni progreso ni evolución), que no nos podemos imaginar, y que seguro nos habría llevado (o nos puede llevar, porque si algo nos enseña la historia es que no hay bien que por mal no venga y que siempre hay espacio para una revolución), a otros problemas éticos y ontológicos, a otros conflictos, a otras formas de actualización del mal, que apenas podemos imaginar, pues entonces tendríamos otros conceptos, otro lenguaje, otra filosofía, que ni siquiera se llamaría así…

¡Nunca sabremos la respuesta a estas preguntas! Pero podemos seguir imaginando y apostar por lo imposible desde una pregunta que es, al mismo tiempo, acción, y que, aunque nos puede llenar de zozobra, es una pregunta cuya esencia es la esperanza radical:

¿Pueden las cosas ser diferentes?