Apología de lo mundano #16, una columna de Paola Arce
Estas semanas, después de ver casi todos los documentales del catálogo de Netflix me topé con una historia impactante. Un hombre pierde la memoria en un accidente de moto. Olvida toda su vida, menos una cosa: su hermano gemelo, Marcus.
Marcus, le cuenta a Alex la historia de su vida mostrándole fotografías que le ayudan a reescribir 18 años borrados. Le cuenta una historia de momentos felices “nadie toma fotos en los malos momentos; tomas fotos en las bodas, no en los funerales” (Dime Quién Soy, 2019).
Este hombre perdió toda su vida, incluyendo el desconcierto y la melancolía. Era de pronto, un tipo feliz, lleno de momentos felices. Alex nunca reparó en preguntar ¿cuál ha sido mi mayor sufrimiento? ¿qué sería una pesadilla para mí? ¿me han roto el corazón? Él Veía cálidas playas en Francia y trineos que se resbalaban por altas colinas de nieve en diciembre, montones de amigos y fiestas. Aunque había reconstruido una memoria no sabía quién era.
¿Son los recuerdos nuestra definición final?
¿Si perdieras la memoria, cuál sería la única cosa que no olvidarías?
El documental explora la relación de su condición de hermanos gemelos con que sea el único recuerdo que aún conserva. También, el hecho de que Marcus deja fuera de sus relatos los momentos de sufrimiento en la infancia como un regalo para su hermano, darle una vida distinta. Al más puro estilo de un replicante, Alex tenía memorias implantadas que no había llegado a cuestionar, pero que le daban la sensación de no estar vivo realmente. Aunque confiaba en el único recuerdo que le pertenecía, su hermano Marcus, Alex conservaba un vacío sobre su vida como si la tristeza fuera indispensable cimiento de identidad. La memoria, es una cosa maravillosa cuando no hay que lidiar con el dolor de los fantasmas del pasado.
Marina Lieberman, en su artículo Blade Runner o de qué están hechos los recuerdos (2014)[1], hace una reflexión exhaustiva acerca del concepto de “lo real” , la ciencia ficción, su relación con las grandes incógnitas de todos los tiempos y sus creativas maneras de explorar las entrañas de lo incomodo que resulta ser humano. Los replicantes de Blade Runner, al igual que Alex, cuentan con una vida basada en fotografías, una historia en toda la extensión de la palabra al tratarse de una invención que construye su identidad. La autora problematiza las posibilidades de estar vivo mediante los recuerdos:
“¿De quién son los recuerdos? ¿De quién los posee? ¿De quién los narra? ¿De quién los escucha y luego recuerda lo escuchado? ¿De quién los implantó? ¿De quién usa esos implantes para creer que está vivo porque sin historia no somos nadie? ¿Si narro un recuerdo que alguien me contó, ese recuerdo no es mío? Si yo tengo un recuerdo lejano, brumoso, una imagen, un olor, ¿es porque a mí me pasó o me lo contaron?, ¿o fue un sueño?, ¿o lo inventé?, ¿o vi la foto? Y si vi la foto de una niña que se parece a mí, ¿cómo sé que esa niña soy yo?, ¿porque alguien me dijo esa niña eres tú?”
(Lieberman, 2014)
Al mismo tiempo que construía una realidad diferente para su hermano, Marcus elaboraba la misma posibilidad para sí mismo. Los recuerdos que compartía con Alex ¿a quién le pertenecían? ¿A Marcus al ser el creador o a Alex al ser el sujeto de la creación? Con el tiempo comenzó a creer en su ficción hasta que una serie de eventos aleatorios hicieron que Alex, después de veinte años, comenzara a cuestionarse la veracidad de su vida. Había tenido siempre la sensación de que algo le faltaba, pero le era imposible saber qué era. Ante la frustración de desconocerse decidió abandonar en el más recóndito baúl de su renovada mente ese extrañamiento. Había perdido todos sus recuerdos, pero cuando comenzó a tener nuevos sentimientos también decidió ignorarlos ¿es esa la humanidad, la capacidad de enterrar?
Nos atraviesan diversas vivencias con el paso del tiempo, algunas llegan como un rayo demoledor y desaprendes todo lo que conocías hasta ese momento. Cortazar, en Historias de Cronopios y de Famas (1962), hablaba de la Conservación de los recuerdos, aquella relación que tenemos con los momentos que nos han cruzado de extremo a extremo; porque es así, es más cómodo pensar que transitamos la vida y tenemos el control de lo que recordamos, pero en realidad somos más vulnerables, lo sólido de nuestro cuerpo no puede protegernos.
Mientras veía el desconcierto de este hombre por perder el sufrimiento de su vida me preguntaba si no era acaso afortunado, ciertamente él no se describía así y al revelarse las más aterradoras verdades parecía tranquilo, en paz ¿Era acaso porque para él era un relato y no un recuerdo? Tener la oportunidad de olvidar no había borrado por completo de su ser la necesidad de conocerse a través de sus vivencias, todas. Con frecuencia estamos tratando desdibujar momentos esperando que este ejercicio mitigue las consecuencias que han dejado en nosotros, volver al estado puro “antes de”. La realidad, no es la dimensión cuadrada donde todo tiene espacio y lugar; es más caótica e intensa de lo que podría llegar a ser lo onírico, los sentimientos, cuando son reales, establecen una extraña alquimia y nunca más nos abandonan, lo real no puede ser borrado.
Tal vez no se trate de olvidar, sino de aprender a distinguir esa diferencia.
“Eso que no se va, cuando dejas de creer en ello, eso es la realidad”
Philip K. Rick, 1996
[1] https://tramas.xoc.uam.mx/index.php/tramas/article/view/660/657
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