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FC Sin talento | Apología de lo mundano #17

Apología de lo mundano #17, una columna de Paola Arce


Pocos son los placeres de la vida cotidiana que nos brindan aquellos momentos que hemos de recordar y compartir como memorias invaluables. Días que comenzaron como uno más y al anochecer eran anécdota. El fútbol llanero es un semillero de épicas escenas que recorren todo el espectro de las emociones. Tiene una figura y contexto particular y bien podría decir, sin temor a equivocarme, que existe una cultura particular, el underground del fútbol que se aleja de la disciplina del deporte y se acerca más al sentido de la comunión.

Las ligas de fútbol local en las delegaciones y colonias de la Ciudad de México son más grandes y pobladas que la misma ciudad, los nombres de los equipos no dejan de lado la creatividad, a excepción de aquellos que han decido adoptar alguno disponible de la liga europea o mexicana. Es principalmente la capital en donde el fútbol llanero toma sus características especiales y definitorias. Es bautizado así, porque se juega principalmente en llanos de tierra maciza, el único rastro verde se puede encontrar es la hierba mala que comúnmente crece en los postes oxidados de las porterías o en los alrededores del llano. Las gradas, son de tres a cinco escalones de cemento finamente adornados por los grafitis de los chicos del barrio, si hay suerte, están techadas con láminas de aluminio que comúnmente financian los propios jugadores de la liga. No me pregunten por qué, pero si estás en un campo de fútbol de llano, es muy probable que cerca de ti haya alguna capillita con una Virgen, ya sea la de la iglesia más cercana o la confiable Virgen María, son ferozmente protegidas por barrotes y candados esperando que eso evite que manos no santas tomen los donativos que se depositan ahí. Al ser un espacio libre de obstáculos, son también el hogar de las torres de electricidad y el cableado que abastece del servicio a toda la comunidad. Se podría decir, que se trata ya de una tradición, pues es común que los nombres y derechos de los equipos pasen de generación en generación por las mismas familias.

Además de las condiciones del espacio, no puede faltar al menos un puesto de dulces y chatarra con una amplia gama de delicados manjares para disfrutar mientas miras el partido, muchos de los cuales contienen entre sus ingredientes sustancias tan difíciles de digerir como de conocer su verdadero origen. Los favoritos: chicharrones preparados. Una mezcla de aguacate, jitomate, queso, crema, cueritos de cerdo y Salsa Valentina en una cama de chicharrón; que, si lo pensamos con detenimiento, puede pasar por una ensalada. Pero otra de las grandes ventajas de este puesto es que también vende caguamas de cerveza, y vasitos de plástico por si te quieres sentir muy fino, aunque la costumbre popular es compartir la botella entre once individuos sudorosos y muy probablemente crudos, pues los partidos se celebran los sábados y domingos por la mañana, a veces, después de fiestas que vieron su fin hasta que el equipo tuvo que marcharse para jugar.

La estrategia de juego se dibuja en el polvo con los dedos mientras se acomoda la alineación con pequeños cartones enmicados con las fotos y datos de los jugadores. Muchos personajes y caricaturas desfilan por cada partido, resulta muy curioso ver a hombres en sus cuarenta o cincuenta años, con estómagos que bien podrían ser protuberancias fibrosas jugando bestialmente contra adolescentes en sus tiernos quinces o diecisietes, pues no existen restricciones de edad o de enfermedades crónico degenerativas que pudieran resultar en una muerte fulminante a medio partido. He podido presencial el vuelo de más de dos metros de algún niño que tuvo la insolencia de robar legalmente la pelota al veterano de su equipo contrincante. En cada equipo hay un jugador denominado “hachero” que es aquel que se encarga de repartir patadas, codazos, jalones y golpes varios entre los participantes, pocas veces persigue la pelota tanto como la espinilla de su rival. Las faltas, fauls y amonestaciones en este juego son más un accesorio pues la ley del barrio tiene otras formas de solucionar los conflictos, un ejemplo: peleas campales que, aunque frecuentemente terminan en la suspensión indefinida de ambos equipos, al ritmo de La Noche Que Chicago Se Murió de Banda Toro salida del estéreo de alguna Caribe GT tuneada al pie del campo, pierden un poco la severidad de su violencia.

Así como en la liga profesional se tiene un favorito indiscutible, en la liga del fútbol llanero Futbol Club Sin Talento tiene un lugar especial en mi corazón, principalmente porque su delantero es mi muy querido y a veces inconveniente mejor amigo de la infancia; pero también porque me ha brindado momentos tan aleatorios y difíciles de creer si no hubiese presenciado, que estoy segura que han alterado para siempre en mi memoria el significado de: jugar fútbol.