El espejo enterrado #01, una columna de Daniel Luna
Son tiempos difíciles, hoy el mundo se ha detenido para presenciar una nueva crisis sanitaria en pleno siglo XXI. Miles de personas en estos momentos se encuentran confinadas por una amenaza invisible que asecha las calles, plazas y parques los cuales solían visitar. Los límites de contacto impiden conocer las circunstancias del exterior, en cambio, acercan al descubrimiento de nuevas manifestaciones en el interior de cada persona detrás la pared.
La enfermedad, como una constante en el ambiente social, está íntimamente ligada a las demás experiencias de la vida las cuales, en el deseo de quedar registradas, impulsan el proceso creativo de grandes mentes a través de la Historia. Dicho tópico se desarrolla en diferentes obras donde la estabilidad se desmorona en nuevas y desconocidas situaciones que llevan a las personas y personajes a adoptar una nueva postura ante la adversidad.
Ejemplo de la idea anterior son las novelas de La trasmigración de los cuerpos de Yuri Herrera y Salón de belleza de Mario Bellatin. Ambas historias describen una reacción ante una inminente mal y retratan el paisaje de desolación que surge a raíz de una crisis de salud. Sin embargo, aunque existen rasgos en común entre el trabajo de los dos autores también se encuentran diferencias delimitadas por el contexto en el que se mueven la enfermedad y sus portadores.
Entre las similitudes de estos escritos se encuentra la narración de un mal el cual provoca cambios en el panorama social en donde se desenvuelven las historias. Esta enfermedad provoca temor al contagio y del miedo a contraerlo nacen las situaciones específicas que llevan a los protagonistas a tomar las decisiones que los involucran en el desarrollo de la trama.
Salir de casa, ver a más personas y visitar lugares públicos son solo unos cuantos ejemplos del cambio presente a la hora de convivir con una nueva amenaza a la salud. En estas historias los protagonistas arrastran sus dificultades cotidianas a la situación menos favorecedora, la enfermedad. El mal descrito por Bellatin y el mosquito en la novela de Yuri Herrera son iguales en esencia y sus efectos se impregnan el devenir de los contagios y sus síntomas.
Como consecuencia se describe en las novelas la reacción de las esferas sociales algunas relacionadas con los personajes y otras más referidas a través del contexto temporal y geográfico de los hechos. Generalmente las reacciones presentadas por los autores ante tal situación son una mezcla heterogénea entre temor y negación. A veces una produce a la otra y, por más extraño que parezca, el escepticismo es la postura más popular.
No obstante, debido a la comparación de dichas novelas surge un resultado de sus diferencias, el cual mantiene un parecido con la realidad. Primero en el libro de Yuri Herrera se hace hincapié en la globalización en la que se encuentra la humanidad, donde la gente puede enterarse de tantas cosas que ahora cada uno puede decidir sobre sus recuerdos, aunque no sean propios, y todo esto para servir de contrapunto al submundo protagonizado por un alfaqueque.
Este bajo mundo está escondido entre las sombras y a pesar de ello la enfermedad logra encontrarlo. Pues bien es cierto que no se sufre el mismo padecimiento a pesar de que los síntomas sean iguales. En este entorno se resiste desde momentos antes de contraer el virus, y por esa razón se representan en la historia saqueos, peleas y conflictos internos entre grupos peligrosos. Todo bajo el telón de un peligro mayor al cual por más grande que sea se le debe enfrentar.
Sin embargo, en la siguiente novela son otros los malestares que tiñen la atmósfera de la narración. Un mal existente desde hace tiempo y al cual se le sigue teniendo fobia aún después de su desmitificación. Al contrario del virus de mosquito en Yuri Herrera, este malestar no es momentáneo y llega a cualquier rincón de la tierra. Lamentablemente el paciente debe morir junto a él. Así surge la idea brillante en la que se centra Mario Bellatin, el moridero.
Un lugar donde los huéspedes entran para morir. No un hospital ni una clínica. Un salón en el que se abraza a la muerte junto a varios compañeros de dolor. Este espacio espera a sus visitantes entre un ambiente especifico y completamente entendido en el titulo que lleva por nombre. Al igual que un acuario sin colores y estancado, el moridero contiene en sus aguas grises a los residentes hasta que se queda vacío.
Esta idea se vuelve una metáfora intima, sublime y perfecta para sopesar la agonía de los enfermos como si fueran peces escalares, guppys o monjas atrapados en cuatro cristales. La filosofía detrás de la imagen es no socorrer al desvalido aparatándolo de la muerte, más bien se trata de brindarle la mejor despedida posible. Pues, dentro de la historia, la muerte se recibe como la factura final del síntoma más doloroso de la peste: la soledad.
Al final, las dos historias son un ejemplo del impacto cultural contenido en la idea de una pandemia. Los dos autores registran los efectos de un dolor común, mismo que corrompe a los valientes y debilita a los más fuertes. Sin pretenderlo las novelas se convirtieron en un presagio acerca de las futuras reacciones ante una nueva enfermedad. Por su interpretación se devela la fragilidad de los seres dominantes del planeta ante el mayor desafío a su sobrevivencia.
Hoy, se hace frente a una situación similar. Desde el confinamiento el mundo exterior parece decaer en lo desconocido. Hay manifestaciones, movimientos sociales, cambios climáticos y una crisis sanitaria. El arte y la literatura se nutren de estos momentos. Quién sabe cuántas novelas salgan después de una vacuna y cuántas de ellas serán leídas para un análisis como este. Solo el tiempo nos dirá si aprendimos la lección.
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