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Recuerdos de una revolución sofocada: el movimiento feminista en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM | The trash can of ideology #22

The trash can of ideology #22, una columna de Ángel de León


Ya no recuerdo en qué año-antes de la pandemia, parece hace tanto-, un grupo de estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras, frente a la negligencia de las autoridades universitarias para frenar la violencia de género, decidieron cerrar la facultad. 

Al respecto, hubo varias reacciones. Una amiga, preocupada por su titulación y por la ética de sacrificio que se nos enseña a los actores (estudiamos ella y yo Literatura Dramática y Teatro), se quejaba con el siguiente argumento: “hay muchos otros problemas en la facultad, la violencia de género no es el único”. Tenía razón, por supuesto. Hay muchos problemas en la facultad. La violencia de género es uno de tantos. Pero nadie parece tomarse demasiado en serio ninguno de esos problemas, aunque sea consciente de ellos. Zizek recurre al término psicoanalítico denegación fetichista para describir este fenómeno: “Sé muy bien que es así, pero no estoy dispuesto a asumir las consecuencias de saberlo, así que me comportaré como si no lo supiera”.

Las feministas tomaron la decisión radical de tomarse en serio al menos uno de esos problemas No cualquier problema, sino SU problema. Fueron egoístas. Pero es que no se puede cambiar el mundo de golpe, hay que elegir nuestras luchas: el compromiso existencial auténtico requiere el coraje de decidir centrarse en algo concreto y no sucumbir a la culpa paralizante de estar ignorando otras cosas, como aquellos que se tomaron demasiado en serio la frase de Adorno (“escribir poesía después de Auschwitz es monstruoso”), y no se animan a emprender la creación artística porque “las condiciones no son adecuadas y ponerse a hacer eso es burgués e insensible”. Pues bien, ellas dieron el salto, se centraron en un problema e insistieron ciegamente en sus demandas. A quien le interesen los otros problemas que aquejan a la universidad, que, para empezar, les pongan nombre a esos problemas y entonces den el salto a tratar de resolveros. Precepto ético-ontológico del arte del actor: tienes que actuar siempre algo concreto, y sólo puedes actuar una cosa a la vez.

Slavoj Zizek, a propósito de la admonición de Cristo tras morir “queden con el Espíritu Santo”, señala que Cristo ya está entre nosotros cuando formamos un colectivo emancipatorio e igualitario, cuyos miembros están unidos por el amor entre ellos y no tienen otra cosa más que su libertad y su responsabilidad. En el agenciamiento colectivo de las Mujeres Organizadas de la Facultad apareció el Espíritu Santo, cuando se apropiaron del poder en un acto de decisión que supuestamente es privilegio de las autoridades, o peor aún, de la comunidad (“ustedes no son la Facultad, amigas, ¿dónde quedan los intereses de los hombres?”), a la que le encanta la democracia en la medida que le permite reducir al mínimo su participación política: al esfuerzo mínimo que requieren la queja y la exigencia.

Las compañeras ignoraron a la comunidad, pero es que si algo podemos aprender a las compañeras es que la comunidad no existe en automático: se crea a partir de un acto político. La comunidad es una decisión. No basta con el número de cuenta de la UNAM. Tampoco con reclamarles a las compañeras que “no nos escuchan”, si bien esto es cierto en muchos casos: la intolerancia hacia la menor discrepancia con su forma de pensar es, como una amiga mía sabiamente señaló, la fuerza y la debilidad del movimiento feminista.

No considero que apoyar algo implique defenderlo acríticamente y aprobar ciegamente todas sus acciones; en semejante postura fermentan el fundamentalismo y el totalitarismo. Aquel movimiento es un ejemplo de emancipación radical, una donde el sujeto político no se coloca frente al poder en la posición de un niño frente a sus padres: en este caso, les arrebataron el poder, para ya no exigir-algo que el otro siempre puede negarse a cumplir-, sino a forzar. La democracia sólo tiene sentido si la comunidad está dispuesta a ejercer el poder, no a exigirle cosas al poder.

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Escribí las líneas anteriores antes de la pandemia, cuando la pregunta por qué pasaría cuando volviéramos a la facultad tenía un sentido muy distinto al que tiene ahora. El movimiento se apagó cuando las compañeras no pudieron sostener la toma de las instalaciones debido a la amenaza del coronavirus. ¿Habrá sido una iniciativa del rector de la UNAM en complicidad con el gobierno chino desatar la pandemia para sacar a las revoltosas feministas de sus instalaciones? El caso es que, haiga sido como haiga sido, la catástrofe suele colaborar con los poderosos.

La pregunta, sin embargo, continúa vigente, y quiero regresar, mediante estas letras, al momento en que me la hice por primera vez: es decir, desde el movimiento que evoco, y no desde el momento presente, donde tantas cosas se han olvidado. ¿Cómo será el regreso a las aulas? ¿Cómo se modificará el comportamiento de la comunidad a partir de la experiencia, diluida ya, de la toma? Es triste que muchos de los que ahora están en la Facultad la hayan vivido toda en línea, pero creo que la cosa más lamentable es que se hayan perdido el paro de actividades por el movimiento feminista. Por eso quiero recordar lo que nos dejaron, más allá de los cambios concretos en la legislación universitaria y la creación de materias obligatorias con perspectiva de género y la Comisión Tripartita para atender casos de violencia de género. Mucho nos dice sobre la Universidad que para lograr este tipo de casos-para siquiera considerar el acoso como una falta punible-, haga falta tomar las instalaciones durante meses: con buenas maneras no se hubiera logrado. Las compañeras nos dieron una lección, encendieron la llama. Pero si el espíritu santo no se extiende por toda la comunidad, su potencial emancipatorio se apagará. Slavoj Zizek ha señalado que el objetivo de la filosofía es mostrarnos la mierda en la que estamos metidos. El movimiento feminista logró ese objetivo, incluso más allá de la especificidad del motivo de su lucha: quedaron patentes la corrupción, la estupidez, la indolencia y el desinterés de las autoridades. La podredumbre de la institución. La verdad reprimida debajo del orgullo universitario. No podemos seguir con la denegación fetichista. Por mi raza hablaré el espíritu, dice el lema de la Universidad, y es estúpido dar por hecho que el espíritu existe. En el momento de la toma (con todos sus defectos), fue a través de las compañeras que se manifestó el espíritu, pero como bien señalaron los enemigos del movimiento, la comunidad no sólo son las compañeras feministas, sólo que son las únicas a las que les interesó tomarse en serio eso de la comunidad: frente a ellas, los apáticos se comportaban igual que frente a la autoridad universitaria, asumiendo la posición de niños pequeños frente a sus madres, llorando porque no les cumplían sus peticiones.

La sororidad, la decisión de las compañeras de crear pensarse como un colectivo a partir de su condición de mujeres, nos ofrece una gran lección. Crear comunidad es un acto de amor. Será necesario repetir el gesto fundacional de las compañeras para devenir comunidad, superando la polarización que siempre ha existido pero que se ha acrecentado. Nosotros somos la universidad, y ese nosotros está, todavía, porvenir.