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Ontología del casi algo | The trash can of ideology #24

The trash can of ideology #24, una columna de Ángel de León


Y la fuerza de la convicción no permitirá jamás que, a partir de lo que es, algo llegue a ser fuera de sí mismo. Por lo cual, ni llegar a ser ni perecer(le) concede Justicia habiendo relajado sus lazos, sino que lo contiene. La decisión sobre estas cosas está en esto: es o no es.
Parménides (Trad. Bernardo Berruecos)

¿Ha existido siempre el amor? Según un rápido vistazo en la Wikipedia, a lo que nosotros le decimos así es más o menos un invento de la burguesía capitalista, por lo que tal vez quejarnos del “amor romántico” como fuente de tantos de nuestros males sea un poco impreciso, y acaso convendría mejor llamarle “amor burgués”, a pesar de los fuertes influjos que guarda de la poesía de Petrarca y, por supuesto, del romanticismo.


Pero a pesar de su reciente aparición, no es difícil para el siglo XXI pensar en esta palabreja con los versos de Safo, o la tristeza de Aquiles cuando le matan a Patroclo o con el círculo del Infierno donde Dante pone a los lujuriosos. Lo interesante sería saber si Safo y Aquiles y Paolo y Francesca reconocerían el amor, por ejemplo, en las canciones de Disney, ven princesa y deja/ a tu corazón soñar, o en el mundo que prometen las canciones de Bad Bunny y Maluma tranquila que no creo en contratos/y tú menos, herederos de los poemas de Safo y de Petrarca en la tarea milenaria de construir los conceptos metafísicos que rigen nuestra vida, como el deseo, la libertad y el amor. Tal vez les parecería grotesco que asociemos cosas como el catorce de febrero y las terapias de pareja con algo que ellos referían a los dioses, del mismo modo que a nosotros nos parece grotesco que la pederastia fuera para ellos una forma tan elevada de amor, y el principio de la filosofía.

¿Existe, pues el amor? ¿Hay algo en el mundo que tenga existencia ahistórica, independiente del contexto, de tal modo que no sea un abuso interpretativo encontrarlo en culturas y tiempos pasados? Foucault llega el extremo de decir que ni siquiera el cuerpo, que parece una constante, existe como tal, independiente del sentido que le damos nosotros: la palabra griega soma, que en Platón designa lo que traducimos como cuerpo, se refería, originalmente, al cadáver. En La Ilíada hay miembros y cadáveres, no cuerpos, éste es un invento de Platón.

¿Significa que nos engañamos cuando leemos que Afrodita era la diosa del amor y creemos entender qué significa? ¿O es que habrá algo común en el fondo de todas esas cosas en las que ha creído la humanidad, que nos permiten, con cierta legitimidad, llamarlas con una misma palabra? Cosa que tendría más sentido, para empezar, si todos habláramos la misma lengua, porque no es cierto que en un montón de épocas o lugares, experiencias diferentes se llamaran igual: ni el griego ni el náhuatl ni el japonés ni el sánscrito son lenguas romances. Pero los seres humanos tenemos esa tendencia: observamos lo desconocido y le buscamos-o le inventamos-algo que nos resulte familiar, una pista para orientarnos. Entonces se escriben libros sobre la historia del amor, donde se habla del “amor” en distintas culturas y épocas históricas; entonces uno tropieza con una persona y empieza a sentir algo muy raro, y entonces el cajón de la cultura lo provee de la palabra justa para explicarse, hasta que acabas diciéndole “te amo”.

En todas estas cosas pienso al recordar mis últimos fracasos amorosos. En cierto momento de mi vida, dejé de tener ex novias para tener casi algos… expresión adecuada para referirse al fracaso amoroso en las relaciones líquidas. No tengo novio… pero bueno, sí, es raro, ósea, sí es mi pareja, pero no somos nada. Ser nada: digno anhelo de una generación tan suicida, y muy comprensible luego de siglos de ontología centrada en el Ser, que no admite cambios, ni matices. Mejor ser nada, o ser casi algo, que es la promesa de las bichotas y los fuckboys, ideales eróticos como en su tiempo lo fueron Psiquis y Orfeo.

Cómo duelen los casi algos, pero nuestros esfuerzos eróticos parecen destinados a encarnar esa figura. Quizás por eso nos cuesta tanto eludir la ambigüedad, por más que se hable de responsabilidad afectiva: en el fondo, el casi algo tan temido nos permite la libertad de la indefinición. Si no somos nada, nada nos aprisiona: el Ser, dice Parménides, es una esfera bien redonda y firmemente atada por la justicia, que no le permite mi moverse ni cambiar. Del Ser, estático, no puede salir nada nuevo, ni puede tampoco morir, anhelo tan caro a quienes vivimos en una época de crisis. No sorprende que mejor ya no quiera uno Ser, si va a estar amarrado como Prometeo a la piedra de la Necesidad.

Nuestros casi algo, en su papel de sirenas felices, con su lenguaje ambiguo, escapan de las definiciones y nos invitan a ese terreno fugaz, donde las cosas, se sabe, no van a durar demasiado, porque hay que abortarlas antes de que se tenga que hablar, y entonces decir qué somos y qué queremos y a dónde vamos.

Pero los seres humanos podemos estar libres de lenguaje por cortos periodos de tiempo: en los sueños, o cuando se baila, o cuando se faja o cuando se coge. Pasa como con algunos animales marinos, que pueden aguantar sólo un rato en la superficie, pero por más que les guste tienen que volverse a sumergir.