Apología de lo mundano #24, una columna de Paola Arce
“Las dicotomías son formas de construir relaciones sociales que facilitan la dominación social por lo que se debe poner atención crítica al uso que se les da para organizar el entendimiento y el conocimiento”
Norma Blazquez Graf.
Aunque con mayor frecuencia y seriedad se toca el tema de la salud mental sigue siendo tierra de nadie, la psicología es una ciencia joven y la diversidad de posturas, técnicas, adeptas, desertoras y piratería de psicoterapia vuelven difícil su consagración como un tema más que importante, vital. Más allá de la pluralidad, el estudio de la enfermedad mental se ha soportado por décadas en los criterios y reflexiones de Freud. No voy a comprometerme mucho en hablar de biografías y suspicacias pues para saber todo a cerca de este personaje basta una ligera visita a Google y encontraremos obras completas y hasta películas; es mucho más fácil empatizar con el personaje si es interpretado por Viggo Mortensen. Sus conceptos se han convertido en dominio popular, el complejo de Edipo y las pulsiones sexuales azotan en pláticas ordinarias y sustituyen los análisis profundos. Y qué decir de “la envidia de pene”, histeria y otras muchas formas de demostrar el gran temor de su contexto histórico a las mujeres independientes.
La aparición del Psicoanálisis como primer modelo de intervención terapéutico, representa una respuesta Psicosocial a la crisis de la ruptura de los “garantes metasociales”[1], de finales del siglo XIX, es decir, de las estructuras que garantizan la “regulación de la vida cultural, en cada formación social” gracias a “certidumbres, representaciones, valores y referencias de la acción colectiva”. Las llamadas enfermedades del alma se redujeron al conflicto entre el polo de lo individual y lo social; en donde la oveja descarriada se aparta de la manada para danzarle a la luna, comer con las manos y renegar de las certidumbres bien lustradas que le da la vida social. Es decir, la centralidad del conflicto pareciera ser una separación de las condiciones sociales en lugar de, precisamente, un resultado de estas. Es el terreno fronterizo entre los dilemas individuales y la enfermedad colectiva de una sociedad, que, a medida que evolucionan su tecnología, también sus horrores.
En el texto La moral sexual “cultural” y la nerviosidad humana, Freud apunta a los cimientos de la cultura erigidos sobre las condiciones culturales que sofocan las pulsiones sexuales a través del proceso de tres estadios culturales dando como resultado “pusilánimes de buen comportamiento que más tarde se sumergirán en la gran masa”. Al reflexionar sobre las aportaciones realizadas por Freud, estas suelen ser ubicadas en el ámbito de la comprensión de la personalidad, el desarrollo humano, la clínica de la neurosis, y de forma específica los aspectos técnicos aplicados a la psicoterapia. Sin embargo, las aportaciones relacionadas con la comprensión sobre los fenómenos sociales y culturales del contexto en el que se desarrolla su obra han sido menos sistematizadas. Algunos títulos que tienen esta empresa son: Cultura e individuo: una aproximación freudiana (Kolteniuk, 1986), Freud y las ciencias sociales (Assoun, 2003), Cien Años de Novedad: “La moral sexual ‘cultural’ y la nerviosidad moderna” de Sigmund Freud (Braunstein, 1981), Psicoanálisis y Género (Meler, 2020). Este último apuesta por las evoluciones de la teoría en relación a su piedra angular: la sexualidad, principalmente la de la mujer y cómo el género tiene un papel causal en ciertas aproximaciones terapéuticas del psicoanálisis.
Para hablar de las implicaciones del dichoso antagonismo iniciemos con la noción de “Principio de placer vs. realidad”. Al nacer “el cachorro humano” representa en sí mismo un mosaico de aspiraciones planteadas que se expresa en la intensidad de sus impulsos y el apremio de sus deseos. A esto Freud lo denomina principio de placer. Esto constituye un estado “original”, que se caracteriza porque no contener delimitaciones ni pautas de los acuerdos que sostiene la vida social. Estas pautas son inscritas en “el yo” a través del proceso educativo. Esta condición que estructura a un “yo civilizado”, tiene lugar bajo al concepto que Freud llamado principio de realidad. De esta manera la inscripción de las putas sociales que implican el respeto, la mutualidad y la superación de un estado egoísta inicial del “yo”, hacia un punto más avanzado que da lugar a una actitud que vuelve al infante un pusilánime de la masa. El problema con esta conceptualización es la suavidad con la que se utilizan conceptos como normal, egoísta, civilizado y neurótico.
Cuando Freud toma el fenómeno singular de la “enfermedad psíquica”, como objeto de trabajo, incluye también el polo social, a través de analizar el malestar impregnado del modelo cultural correspondiente, dejando de lado su propia implicación en el mismo. Insistió en afirmar, que al elucidar sobre el sufrimiento neurótico se devela la experiencia humana “normal”. Examinar los procesos que se tejen entre el sujeto y los procesos de civilización debe de alejarse de la práctica de un checklist, un cuadro dinámico de opción múltiple: ¿tiene usted una atracción incestuosa por su madre? Sí/No/Desde cuándo. Si bien deben tomarse en cuenta los diques sociales que contienen a la persona, estas prohibiciones son un porcentaje de un panorama más amplio, la realidad puede ser sólo una realidad y no un absoluto. No ha sido el único autor quien ha planteado la existencia de un antagonismo inherente entre el individuo y la “civilización” (entendida como formas determinadas de socialización y marcos regulatorios de comportamiento); sin embargo, sus aportaciones resulta indispensable mirarlas desde una postura crítica, pues es una necesidad reorientar varias ideas ubicadas en momentos históricos determinados, dado que están sublevadas a un contexto pasado, que con la rapidez y agitación, que Freud describe como condiciones para la creciente nerviosidad, se ha ido modificando y ajustando a nuevas necesidades así como subjetividad(es). Freud vivía en una sociedad con creencias arraigadas y un tabú supremo en cuanto al sexo. La línea que divide lo normal de lo alienado es cada vez más borrosa y mucho menos determinante, la diferenciación de ellos y nosotros no queda tan clara cuando los arrebatos emocionales se aprovechan de circunstancias que podrían considerarse “la gota que derramó el vaso”. Continuamente se hacen virales momentos en donde la gente pierde todo control sobre sus reacciones ante circunstancias que podrían considerarse absurdas, así nacen las Ladys, Lords y Karens.
En el contexto actual, los dilemas primordiales se refieren a los conflictos fundamentales manifestados en la crisis de los vínculos interpersonales. La clínica psicoanalítica nació en el ejercicio de la intervención del sujeto singular, pero su ampliación y las innovaciones técnicas en el terreno de las instituciones es una apuesta al análisis formal del andamiaje cultural. No sólo hay que criticar la teoría y práctica psicoanalítica desde sus principales suposiciones iniciales, sino lo violento que resulta constreñir la enfermedad mental a determinismos que podrían no ser vigentes en otras culturas o contextos sociales diferentes a aquellos en donde se originó la teoría. Hasta Disney ha agregado un disclaimer a sus películas para dejar en claro que son un producto de su contexto y tienen que ser vistas y valoradas desde una postura crítica.
La salud mental, tanto como la enfermedad mental, son un campo de problematización, haciendo reveladores los estados de tensión que expulsan las diversas formas de regulación de comportamiento que históricamente cada sociedad ha pautado según las significaciones y legalidades de cada una. No hay que dejar de lado que enmarcar la noción de síntomas y categorías psicopatológicas olvidando revisar las diferentes dimensiones sociales alrededor de su presencia es una visión reducida que sesga el abordaje a la visión singular y limitada del analista.
Aunque Freud y sus conceptualizaciones teóricas y la relación con el contexto histórico en el que se desarrolló da mucha tela para cortar, para comenzar a hablar de salud mental debemos de dejar de verla como ese enigmático objeto al que sólo algunos en su infinita misericordia y habilidad tienen el acceso a la salvación de todos los demás. Los profesionales de la salud mental no son profetas de tierras lejanas, también son personas con sus propias rupturas del alma. Aunque una teoría este sublimemente armada, ello no la convierte en la verdad. Debemos apostar por abordajes más humanos y sensibles al contexto social como un conjunto darle un sentido a la enfermedad mental mediante la una oposición mutualmente excluyente.
La posibilidad de criticar absolutamente todo nos aleja de las relaciones dicotómicas que pretenden entender el mundo en dos polos y no en un espectro de posibilidades.
[1] Término introducido por sociólogo francés Alaine Tourine (1965) quien en su obra Sociologie de l´action; señala que cada sociedad produce los “marcos” estructurales de la “regulación de la vida social y cultural” mediante los cuales se “garantiza una suficiente estabilidad de las formaciones sociales”. Se trata de un marco de “certidumbres, representaciones, valores y referencias de la acción colectiva”.
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