Apología de lo mundano #02, una columna de Paola Arce
Existen tradiciones ancestrales que guardan el linaje de nuestros antepasados, formas de comunicarnos entre el espacio y el tiempo. En México si se quiere viajar a la infancia en donde el olor a crema Nivea de la abuela se mezclaba con las fragancias que desprendía la cazuela, debe involucrarse una alacena. La pieza mobiliaria, en algunos casos, se ha convertido con los años a un panteón de recuerdos envueltos en polvo que los abraza con nostalgia; las colecciones completas de los ositos blancos que descubrías con gran sorpresa en el Pan, alto grado de mercadotecnia. Estos, reposan a un lado de las charolas de maque y los Santos Católicos que velan el cilindro de vidrio grabado en color negro “Nuestra boda, Javier y Paloma, 1986”. Una cosa curiosa regalar un objeto perfectamente en buen estado y funcional con el único propósito de reposar junto a los otros (que no son usados por otras razones), muy complicada danza de la cordialidad. El juego estético de platos verticales que toman vida solamente en navidad y los adornos de porcelana que provocan curiosidad por el autor de semejantes atrocidades permanecen ahí, cual Blancanieves después de su tercer encuentro con la malvada bruja.
Son el fondo de interminables fotos de personas frente a un pastel. Cuando hay cristales los reflejos alegres y/o deformes nos dan una pista de los asistentes. Incluso, en ocasiones son testigos de velorios tan imprevistos como apabullantes. Pero ¿no presencian acaso toda la vida? Los precipitados paseos por el comedor en medio de una acalorada pelea sobre el lugar apropiado para tener una discusión; la vez número 47 de una niña intentando aprender las tablas de multiplicar; el centro de control que se organiza en la cena de navidad al más puro estilo del Imperio, cuando contraataca. Un testigo pasivo que, sin querer, es pieza clave de la armonía del espacio. Cuando se jubila, deja en la pintura un rectángulo perfecto que puede ubicarse por una tonalidad ligeramente más vivaz que en el resto de la pared. Las hay de todos los materiales y colores pero, dentro de todas, las más peligrosas son las de metal. Poseen la capacidad de hacer cortes rectos y profundos que serían la envidia de O-Ren Ishii; además, de que es mucho más ruidoso cuando alguna persona, por decirse, un niño pequeño, golpea su cabeza contra ella.
Han sido muchas las transformaciones del tiempo y aunque los objetos son diversos, entre sus espacios acota secretos más profundos por develar. María Izquierdo (1902-1955) extraordinaria pintora mexicana, trascendió la cotidianidad en materia. Una mujer estridente, con un amplio espectro de producción creativa e íntimo impulso de ideología que, si usted no conoce su trabajo, lo exhorto querido lector a dejarse cautivar. María izquierdo arrebató estos espacios de la mirada ordinaria a lo largo de su vida en: Alacena (1942); Alacena con dulces cubiertos (1946): La Alacena (1947); La alacena, viernes de juguetería (1952): Alacena con paloma (1954). En su lenguaje plástico encarna también dos momentos de la historia con la convergencia entre lo colonial y lo prehispánico. Embelesan las tradiciones en colores vivos del papel picado y fruteros rebosantes. La danza de objetos que compone la pintora celebra una histórica juerga en dónde tradición y futuro convergen. Una de estas obras, aparecía en el libro de texto gratuito: Español. Primer grado ACTIVIDADES. Este libro largo y amarillo cuya portada no se salvó de uno que otro tijerazo extraviado entre las líneas punteadas de la primera actividad y que reposó (en más de un hogar) al costado de la alacena hasta el próximo lunes, que tocaba Español.
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