Rozatl a través del tiempo #18, una columna de Stefanía Gómez Angulo
La sencillez y la claridad son atributos del lenguaje literario, a veces venerados y otras despreciados; sin embargo, en el lenguaje coloquial, el de todos los días, estas características son esenciales para poder establecer una comunicación efectiva. Cabe mencionar que, entre hablantes de un mismo idioma hay variantes, ya sea en el tono o vocablos, lo cual provoca que las personas se diferencien entre sí, dependiendo de la región de donde provienen o incluso entre clases sociales. Sin importar las variaciones, para poder darnos a entender adecuadamente, con quien sea, seguramente usamos palabras comunes y oraciones simples. Aunque también cabe resaltar el gusto de algunos por el lenguaje figurado y la hipérbole. A pesar de esto, hay una nueva tendencia por complicar el discurso común, lo que acaba por hundirnos en un oscuro abismo, parecido a los inicios del lenguaje escrito.
Actualmente, una gran parte de la población mundial sabe leer y escribir, pero sabemos que no siempre fue así. Al principio, eran pocos los letrados privilegiados, lo cual resultó en una gran diferencia entre la lengua escrita y la hablada, la de los nobles y la del pueblo llano. Gracias a que los analfabetos ignoraban el uso correcto del idioma y nadie se preocupó por enseñárselo, la clase baja hizo lo que quiso con la lengua, a tal grado que surgió un nuevo idioma, bastante alejado del latín de la élite: el castellano. Esto demuestra que el lenguaje es un ser vivo, que cambia a través de las épocas, y quienes deciden dichas transformaciones son los hablantes, pues lo que buscan es facilitar cada vez más su forma de comunicación. Y los dos ámbitos que constantemente están cambiando en estas últimas épocas son el cultural y el científico.
Cuando se inventan tecnologías, productos o surgen nuevos conceptos culturales o artísticos, los hablantes comienzan a usar estas denominaciones en su vida diaria, porque las necesitan. En consecuencia, estos neologismos son incluidos en diccionarios, lo cual certifica su introducción al idioma. Cabe mencionar que los diccionarios nunca podrán tener absolutamente todas las palabras que cada hablante usa con su significado preciso, porque, además de ser un fenómeno social, la manera en la que cada quien habla es en extremo individual. Sin embargo, cuando surgieron las redes sociales, las personas modernas comenzaron a usar palabras en inglés para poder referirse a ellas, como postear, darle like, está en un live, el face, streaming, entre otras que, dicho sea de paso, no están incluidas en los diccionarios. Pero ¿qué pasa si se quiere hacer el cambio al revés? ¿Se puede cambiar a la sociedad alterando el lenguaje, introducir palabras que la mayoría no usa y que no facilitan la comunicación? Algunos grupos sociales están intentando justo esto.
Un ejemplo de evolución forzada del idioma es la invención de neologismos para nombrar géneros o conceptos negativos de la sociedad, y así describir una lucha social. No obstante, estas nuevas palabras no son usadas en el vocabulario del ciudadano común por necesidad, sino que, ahora, en vez de decir tal, se debe decir tal, para no ofender a nadie. Esto me recuerda a aquel dicho: “La letra con sangre entra”. En realidad, yo he intentado entender estos cambios, pero las definiciones son aún más confusas que los mismos vocablos, lo cual obstaculiza su uso en conversaciones informales y espontáneas. Me parece que esto resulta en una contradicción. Mientras que las asociaciones subversivas promueven una modificación en el lenguaje, para que ciertas personas sean reconocidas por la sociedad, mucha gente aún ignora o no entiende estos cambios, lo que resulta en una exclusión, en una división entre los que saben y los que no. Al estilo medieval. Además, ¿de verdad se puede crear un lenguaje que describa a todos, que sea completamente incluyente?
El mundo está lleno de individuos, y somos tantos y tan pequeños a la vez, como guisantes en un universo. Honestamente, la búsqueda de una completa inclusión me parece una labor valerosa, pero titánica. Más que buscar o inventar diferentes etiquetas, que nos separan, tal vez deberíamos de comenzar a vernos y a hablarnos como iguales, con claridad y respeto. Pienso que sería mejor un vocabulario que pueda entender desde el más leído hasta el más iletrado, para así, transformar nuestro entorno y el de otros.
El mundo se ha transformado a pasos agigantados en los últimos 100 años, como resultado de guerras violentas, marchas pacíficas, conquistas, hambrunas, pandemias. Pero están también las revoluciones que fueron provocadas por filósofos o poetas. Las palabras que transforman son más que léxico, son sintaxis, semántica, incluso pragmática. Son discursos u obras que cambian nuestra percepción de la realidad, que nos hacen cuestionar nuestra forma de actuar y de tratar a los demás. Y ¿qué necesitan estas voces para que puedan ser comprendidas por quien sea, sin importar origen, edad, estudios o clase? Lo único que necesitan quienes desean cambiar el mundo es claridad y un amor incondicional por el prójimo, para tratarlo con respeto y enseñarle, no predicarle.
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