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¿Dónde están las mujeres en la literatura? | Meditación en el umbral #11

Meditación en el umbral #11, una columna de Fabi Bautista


“Todos somos prisioneros de las percepciones y sensaciones «masculinas». De las palabras «masculinas». Las mujeres mientras tanto guardan silencio.” escribe la periodista bielorrusa Svetlana Aleksiévich en los extractos del diario que conforman La guerra no tiene rostro de mujer, obra que ve la luz en 1985. Si bien la propuesta narrativa de esta Nobel de Literatura es objeto de múltiples reflexiones y análisis, no es el propósito del presente palpar las cicatrices latentes de una lucha donde no existieron vencedores, sino evidenciar la ausencia de voces femeninas en la Historia.

Ante el dominante paradigma masculino —cuyo modelo se construye no sólo por el género, sino también a través de categorías como la raza y clase social— no es fortuito que todo aquel que no cumpla con los parámetros establecidos quede invisibilizado, borrado o subyugado bajo el paso del tiempo a favor del grupo dominante… y las artes no quedan exentas de esto. Es también en el medio artístico donde subyace una cultura machista, misógina y voraz encargada de mitigar la presencia femenina.

Una pregunta recurrente al incidir en el mundo de la lectura es ¿qué leer? o, mejor dicho, ¿a quién leer? Los autores que encabezan las listas no sólo apelan una y otra vez al género masculino, sino que pertenecen, en su mayoría, a la cultura occidental. Vale la pena —entonces— cuestionarse si esto es mera coincidencia producto del consenso general o si, de lo contrario, responde a factores que van más allá de la obra en sí.

En el 2020, la poeta norteamericana Louise Glück recibió una de las máximas preseas dentro del ámbito literario, el Nobel. Su triunfo no sólo significó una reivindicación a lo cotidiano, sino que abrió paso al ya merecido reconocimiento de la escritura femenina. Las implicaciones no se hacen esperar; de 114 galardones desde su primera entrega en 1901, sólo 16 mujeres han sido premiadas. Entre los nombres figuran escritoras, ensayistas, novelistas, poetas y cuentistas sumamente talentosas tales como Selma Lagerlöf, Gabriela Mistral, Toni Morrison y Wisława Szymborska.

Aplaudo cada una de las preseas otorgadas y, sin embargo, la celebración de estas autoras no exime de cuestionar el hecho de que las mujeres constituyan menos del 15 % de los ganadores al Nobel de Literatura. Y, si bien los premios no son el parámetro que mide el valor literario, es válido cuestionar qué está ocurriendo. La incapacidad o el nulo deseo de análisis y crítica apela por una respuesta simplicista: las mujeres no están escribiendo y, de hacerlo, no están produciendo literatura seria. Empecemos por desmitificar ambas cuestiones.

La académica y teórica Lillian Robinson apunta en “Desafíos feministas al canon literario” (1998) que “las condiciones que dieron a muchas mujeres el ímpetu de escribir son precisamente las mismas que no hicieron posible que su cultura las definiera como escritoras” (ctd en Baralle, 2012, p. 119) y es que las mujeres han tenido que luchar con uñas y dientes para hacerse un lugar en la literatura. Pensemos, por ejemplo, en las innumerables escritoras que debieron recurrir a la sombra masculina para hacerse de un pseudónimo con el fin de ser publicadas.

Recordemos a las hermanas Brontë; Charlotte, Emily y Anne quienes presentaron sus obras bajo los nombres de Currer, Ellis y Acron Bell, respectivamente. Notable es también el caso de Mary Shelley, cuya obra magna Frankenstein se le atribuía a su esposo ante la imposibilidad de imaginar a una mujer concibiendo semejante criatura, abordando temáticas que no eran propias de una dama, inmiscuyéndose y cuestionando lo perverso en la humanidad.

Por supuesto que las mujeres siempre han escrito, tan sólo en México podemos hallar en Poetisas Mexicanas (1893), obra del historiador y catedrático José María Vigil, una compilación de autoras que van desde la época colonial hasta el siglo XIX. Entonces, la problemática no radica en la ausencia de mujeres escritoras, sino en reconocerlas como tal y aceptar que sus producciones son tan válidas como las de cualquier hombre.

Quizás aquí nos topamos con la cuestión de la literatura “seria”, sin embargo, ¿bajo qué parámetro la medimos? ¿a qué nos referimos con ella? Para dar respuesta tendremos que aludir al canon, mismo que hace referencia “a la existencia de un modelo para calificar una obra literaria y si ésta se considera relevante por la crítica especializada”, la cuestión reside en que la idea del canon, es decir, de lo literario responde a “circunstancias históricas, culturales y geográficas” (Baralle, 2012, p. 116) particulares.

¿Qué pasa, entonces, con la producción literaria creada por mujeres? Anna María P. Baralle otorga una respuesta en su artículo “Lectura feminista y canon androcéntrico. Notas para una reflexión incluyente”:

Durante siglos los valores culturales fueron predominantemente masculinos y las características femeninas consideradas de menor valor porque representaban la parte emocional y no razonada de la humanidad, identificada también como la parte doméstica y ramplona de lo mismo. Así que de ellas se anotaba su propensión a “garabatear” páginas. (2012, p. 118)

No es en vano que Rosario Castellanos inicie su poema “Pasaporte” a través del verso “¿Mujer de ideas? No, nunca he tenido una”. Ante la imperante mirada masculina, las autoras se hicieron de recursos como la ironía y la falsa modestia para atravesar el mundo con sus palabras. Aun así, parecía no ser suficiente. En su ensayo “Tradición femenina como innovación feminista”, Annie Finch —poeta y traductora norteamericana contemporánea— recuerda la crítica del autor John Rowe, quien declaraba que Dickinson no podía ser considerada una gran poeta ya que no había empleado el pentámetro yámbico.

Y es que nos gustaría pensar que la literatura —una de las máximas expresiones artísticas— se encuentra al margen de las soeces problemáticas que atañen a la humanidad: la discriminación, el racismo, el sexismo y la misoginia. ¿No es acaso el epítome de la sensibilidad del hombre? Es necesario considerar que, lo que hemos catalogado dentro del canon también responde —aunque no lo queramos aceptar— “a la imposición de los criterios de un determinado grupo a toda la sociedad” (Baralle, 2012, p. 117); es decir, a factores externos a la obra.

En comparación con la literatura masculina, de la producción femenina “sólo nos han llegado nombres, vagas indicaciones biográficas y noticias de obras que quedaron manuscritas y que tal vez hayan perecido” (Vigil, 1893, p. 9). Ante este panorama, responder dónde están las mujeres en la literatura pareciera ser escabroso. No obstante, la crítica feminista y la labor académica han puesto manos a la obra para desempolvar y traer a la luz pública “los escritos privados de mujeres, tales como cartas, diarios, autobiografías, poesía, historias orales” (Baralle, 2012, p. 118). Ya no son más simples garabatos producto de la sinrazón, al fin lo reconocemos como lo que son: literatura. Annie Finch lo enuncia así:

[…] no implica para nosotras una cuestión de retornar al pasado, reafirmando así una estructura arcaica de poder, atravesando con resignación un territorio ya reclamado por Chaucer, Shakespeare, Milton y Wordsworth.

En su lugar, revindicamos, enaltecemos y nos erigimos sobre la ardua e inacabada promesa de Bradstreet, Wheatley, Sigourney, y legiones de poetas aún menos conocidas, poetas perdidas, poetas inéditas, poetas orales.[1] (2005, párr. 6-7)

Ciertamente, el propósito del presente no es incentivar a leer las producciones realizadas por mujeres por el simple hecho de que lo sean, ni intentar cubrir una cuota de género con afán de subsanar una problemática mayor, pues éste no es el único factor que atraviesa el asunto del canon. Si ya la inserción de mujeres en el ámbito literario es tempestuosa, hablar de las dificultades a las que se enfrentan las mujeres racializadas o las mujeres indígenas —por ejemplo— es digno de ser objeto de análisis por sí mismo.

En su lugar, esta es una invitación abierta a descentralizar la literatura, a cuestionar el canon. Materializada a través de la palabra, la producción literaria escrita por mujeres siempre ha existido resistido. Leerla es reivindicar un pasado que se nos fue arrebatado de las manos con miras a reconstruir un presente donde el silencio y el olvido ya no sean más las cadenas que nos aprisionen.


Puedes leer el ensayo “Female Tradition as Feminist Innovation” en su idioma original aquí: https://www.poetryfoundation.org/articles/69567/female-tradition-as-feminist-innovation

O, puedes leer la traducción al ensayo en el siguiente enlace: https://circulodepoesia.com/2020/07/annie-finch-tradicion-feminista-e-innovacion/


Bibliografía


[1] El ensayo original “Female Tradition as Feminist Innovation” se halla en su obra The Body of Poetry: Essays on Women, Form, and the Poetic Self (2005). La traducción es mía.