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El camino incierto de la juventud | Apología de lo mundano #12

Apología de lo mundano #12, una columna de Paola Arce


El término “juventud” es usualmente entendido como una etapa de la vida por la cual se debe transitar para llegar al paso cúspide del tránsito material por el universo, se cuecen en nuestras sociedades pensamientos que nos obligan a sentirnos insatisfechos con nuestros logros, relaciones personales, aventuras. Está también el mandato social por tener, al menos, un plan a corto plazo de vida, en donde debemos tener claridad de los próximos pasos a seguir, aunque los días se encarguen de enseñarnos siempre que no pueden ser planeados a cabalidad. Al igual que a las demás etapas, se le han atribuido socialmente diversas características que permiten diferencias a este sector de la población y crean un ideal al cual las personas deben adherirse.

En el caso de las juventudes, se espera que éstas comiencen a incursionar y a desarrollarse en espacios educativos y laborales que garanticen su “entrada” a la vida adulta, caracterizada por la obtención de un “buen empleo” (con seguridad social, prestaciones, pagos puntuales, una oficina), la independización de la familia de origen y la creación de la familia propia. De esta manera se aspira a que constituyan sus propios proyectos de vida; sin embargo, existen contextos y factores particulares para cada persona que permiten vivir de distintas maneras la condición juvenil.

Existen distintas maneras de ser joven, en una zona rural o urbana, también está el hecho de ser hombre o mujer, el estrato social de pertenencia, las creencias religiosas o filosofías, en fin, un largo etcétera de interseccionalidad. Al tomar en cuenta dos o tres factores es donde inicia la complejidad y las comparaciones “¿lo estoy haciendo bien?”

Con el paso a las reflexiones, críticas y cuestionamientos de las verdades que se creían absolutas, algunas características que se presumían naturales se revelan en realidad como mitos y construcciones sociales que nos dividen entre seres humanos y que han erigido barreras distintas. Hablar de la juventud en términos categorizados incluye diversos componentes físicos: forma de vestir (estilo), los estudios, la música, la producción cultural o prácticas sociales, lenguaje, relaciones sociales e incluso la influencia de los medios de comunicación.

Cornelius Castoriadis, pensador y sociólogo, introdujo el concepto imaginario social y lo define como la “solidificación y la cristalización de las significaciones imaginarias sociales”[i]. El imaginario social, según este autor, asegura la continuidad del ordenamiento social, la reproducción y la repetición de las mismas formas, que regulan la vida y permanecen allí hasta que un cambio histórico lento, o una nueva creación masiva venga a modificarlas o reemplazarlas radicalmente por otras formas. Vivimos en un mundo de constantes competencias, las redes sociales funcionan como aparadores a los estilos de vida que se supone deberíamos aspirar a tener. Enviando el mensaje constante: no eres suficiente.

El imaginario social ordena la practica social a partir del pensamiento hegemónico que ejerce un poder que limita condiciona e influye en las prácticas sociales. Pero para que este poder exista debe haber una representación normativa de lo que se debe ser.

Las maneras de mirar a la juventud se han ido moviendo junto con los cambios sociales a los que son sometidos los cimientos de sus percepciones. A través del tiempo el concepto se ha ceñido al concepto biológico de la edad junto con cualesquiera que sean los requerimientos sociales de la época. Y es que la juventud se nombra, se visibiliza a través del cuerpo, se escucha a través del lenguaje, construye y unifica elementos para generar estigmas que segreguen y nos muestren de manera muy clara el mensaje: no somos iguales.

Erving Goffman realizó un trabajo conceptual importante alrededor de lo que significa el estigma y su papel en las organizaciones sociales. Lo define como una característica que genera un efecto de desacreditación en los demás, un atributo personal negativo. Ciertos estigmas son visibles en una primera instancia, en el rostro, en el color de la piel o en el cuerpo, si cumple con los estándares hegemónicos de belleza o no, también existen aquellos que podemos percibir en un segundo momento. Como cuando reconocemos al otro como extranjero cuando escuchamos que no habla español como nosotros, y así mismo, estigmatizarlo negativamente. En su trabajo incluye también la descripción del estigma como un producto interactivo de las relaciones sociales, requiere de dos o más actores sociales en lo que cada uno de ellos asume roles específicos

Esta estigmatización ya es parte del proceso desde el momento en que observados al otro como extraño o diferente a nosotros mismos y nos posicionamos en un lugar privilegiado cuando nos sentimos parte de la norma, o bien adquirimos un sentimiento de insatisfacción e insuficiencia al percibirnos lejanos a aquellos ideales que para nuestra edad deberíamos de cubrir (según la organización social, claro). La juventud está comúnmente encasillada en rebeldía, estupidez y negligencia. La otra cara de la moneda son estas personalidades del internet que a su corta edad cuentan con un poder adquisitivo mucho mayor al promedio.

Las representaciones dominantes son la fuente principal de la construcción de las subjetividades y con ello de las relaciones de poder basadas en estas dinámicas. La función de justificar la relevancia de un estereotipo ante los ojos de todos los miembros de la sociedad se visibiliza en los discursos repartidos por todas las plataformas. Es cuando comienza este proceso de desequilibrio y crisis existencial sobre si las acciones tomadas hasta el momento fueron las correctas, las noches de insomnio divagando en aquella decisión tomada por allá del 2011 influyó determinantemente en el presente. Durante la infancia nos hacían preguntas como “¿qué quieres ser de grande?” o afirmaciones proféticas como: “estudia para que seas alguien la vida”, dando por hecho que antes de estas condiciones no se existe como ser. En el caso de las mujeres nos bombardean con juegos y juguetes que nos adiestran para ser madres o amas de casa, que no tiene absolutamente nada de malo, es sólo que una mujer debería poder decidir su camino sin que sea trazado desde su infancia.

Pero no todo es negativo, existe también la positividad del estigma, si se toma en cuenta que la cultura es tanto el sujeto como el objeto de resistencia. Los estigmas reproducidos en el imaginario social no solo funcionan para dominar y establecer el son al que debemos de bailar, sino también existe un modo donde las juventudes sacan de sus propios recursos un conjunto de experiencias para desarrollar una lógica de oposición. La satisfacción con el viaje propio, el entendimiento de la inseguridad como condición ordinaria de la vida el abrazo al presente y la aceptación de las condiciones actuales son actos revolucionarios en los momentos en donde más se nos exigen las certezas.


[i] Castoriadis, Cornelius. Figuras de lo impensable. Las encrucijadas del laberinto VI. FCE, México, 2002 P. 96