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Poesía y Humanidades

El Perro: criatura extendida y mutable desde la filosofía de Gilles Deleuze y Félix Guattari | Las constantes briagas del abstemio #14

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Las constantes briagas del abstemio #14, una columna de Juan Rey Lucas


El conocimiento no es elaborar conceptos, ni someter el mundo a leyes matemáticas, sino saber que la vida es un instante perpetuo, un absoluto que cabe en la mirada inacabable de un perro.
Vicente Aleixandre / Poeta

Con cariño para Toby mi ángel peludo
Juan Rey

La filosofía de los franceses Gilles Deleuze y Félix Guattari, cimentada desde su libro Capitalismo y Esquizofrenia (de Editorial Pre-Textos), en su apartado Devenir-intenso, devenir-animal, devenir-imperceptible, desmiembran la conexión del humano con el animal canino, ya que no obedece a patrones apriorísticos ni normativizados. Sino será el desenvolvimiento de la continuidad del encuentro lo que logra el impulso de distintas energías. El perro no hace teatralidad humana, sino forja una vacilación de movimientos, de puntos, de gestos a crearse. Así también todo cuerpo. Una bestia blanda y flexible que redimensiona los entornos. Un cuadrúpedo tántrico. Porque no es la categorización, o la importancia de uno sobre otro lo que interesa; sino la escaramuza lo que libere los alientos dinámicos.

El perro no es un fetiche: nuestra mascota, nuestro hijo, nuestra posesión, nuestro subalterno. Estos son solo clichés con el que el espécimen es catalogado en todo sistema. Es algo más grande e inabarcable. Las conexiones que hacemos con la especie de los cánidos nos generan el traspaso de ondas expansivas (y también a ellos) para acrecentar la vida. No es un lugar común, no es nada que se pueda decir como dueño y poseído, jefe y subordinado. No. El vínculo es tanto para que el animal salga de sus propiedades, como para que nosotros de la misma manera –o diferente- podamos desplegarnos hacia otras dimensiones; una transformación, un devenir. Para que el cambio nos saque de los estratos familiares, sociales, estatales, institucionales, etc. Y de igual manera nos emancipe de la subjetividad propia; haciéndonos una inconsciencia polivalente. Los pensadores Deleuze y Guattari nos proveen de las armas del pensamiento para que logremos una dislocación y fluctuemos mejor en los estratos-concepto que provocan la subyugación y hermetismo. Tanto la idea de la serie y de la estructura por identificación son hábitos que asignamos a todo acontecer como relación con otros seres no humanos. Puede que ayude, pero no sirve para el acrecentamiento de las entidades, los propios humanos y los animales. La relación no es de causa y efecto, sino de flujo intensivo no subjetivo, amorfo, que logre desplegar y enlazar los códigos para no sólo dar una evolución; sino crear una conversión-producción. Es por esta (dis)forma como se puede trocar el contenido, la idea, y la estructura de los vínculos con el mamífero carnívoro.

Tan sólo hay repetición de las apariencias en el imaginario colectivo y en el entendimiento social, tanto de nosotros mismos, como con ellos. La idea que se tenga de la correlación con el ente canino es fluctuante, colosal y dilatada; mas no obedece a patrones de espejo, sucesión, e inalterabilidad.

El paralelismo nos impide la profundidad y la propagación de las potencias que seamos capaces de crear, de articular; y avezados para adherirnos en pro de una grandeza salvaje, a favor de un infinito:

No se trata de instaurar una organización serial de lo imaginario, sino un orden simbólico y estructural del entendimiento. No de graduar semejanzas y de llegar a última instancia a una identificación del Hombre y el Animal en el seno de una participación mística. Será la aplicación de ordenar las diferencias para lograr una correspondencia de las relaciones. El animal se distribuye de por sí según relaciones diferenciales u oposiciones distintivas de especies; y los mismo ocurre con el hombre, según los grupos considerados. Subrayan los maestros:

“Una equivalencia en el enlace con el can no nos construye un advenimiento. Tan sólo empobrece a las líneas intensivas que surcan a los cuerpos. Porque la nigromancia, la fuerza vital se encuentra en el devenir. El Devenir no sucede por reconocimiento con el otro, ni una igualdad, o sentimiento. Tampoco es algo que este en la fantasía, o sea una falsa ilusión. Es una praxis efectuada. Un trabajo de entrelazamiento, de luchas, de combates. No es querer parecerse al animal, parodiar, o simular que hacemos de perro. O que el perro haga actos de persona, o tome actitudes de ser humano para relacionarse con nosotros”.

El devenir fabrica su propio acontecimiento. Deviene suceder. No para volverse algo que idealice ser, sino emanar algo que se crea y que ocurra, sin que jamás se llegue a ser; para que siempre se sobrevenga, se devenga-animal.

Porque la producción del advenir animal tiene su realidad para transformarnos y engrandecernos; así del animal su devenir le apoya en su manifestación para una corpulencia sin fin.

El advenimiento no tiene una meta, una llegada, algo a lo que intente anclarse. Tan solo tiene su flujo, su procedimiento, su vía que hila desde lo molecular, pasando por el corpus, y cruzando el universo. Trazarlo, en el espacio-tiempo en un mapeo sin cesar. Esa emancipación del advenir lo pone en la diferencia y no en una idea evolutiva. No es una acentuación constante, sino se mueve en los descensos y las elevaciones, en uno y otro lado. En lo amorfo. Una regresión-gradación. Siempre una composición con lo heterogéneo. Deleuze y Guattari nos dicen que jamás estamos ante el propio perro, sino ante una multiplicidad: una manada, una jauría de canes; así nosotros. No es una línea que nos conecte, sino una variabilidad sin acabar de trazos que nos atraviesan y por el que somos penetrados: una creación de arte: una pintura, una escultura, una escritura, una canción. Complejidad orfebre. Porque el propósito no es hacerle una historia al animal, o darle un estereotipo para clasificarlo; más bien queremos expandirnos en concomitancia, viajar in situ, desmesurarnos. De igual modo se mueven en lo inclasificable todo el feudo animal.

Deleuze y Guattari hacen hincapié en cómo la literatura de Virginia Wolf también nos sirve para observar la dispersión de la escritora en sus devenires. Un aglomeramiento de alimañas.  El engarce del humano con el perro se profundiza y regenera con el proceso de afectación: es decir, el afecto. Un pathos desplazado en lo diverso que difumina al ego: tanto el de uno, como el del canino, para hacernos inauditos, sorprendentes, e inesperados para con el mundo, la sociedad, la familia, etc.

Porque lo volvemos a decir no es el dominio de uno para con otro, es el nexo de dos corpus capaces de hacer emerger en algo más inusitado. El encuentro de dos reinos. Es cierto que el dúo filosófico adjudica a los tusos en aquella categoría que corre los riesgos de ser domesticado, adoctrinado pues se mueve habitualmente en los estratos familiares. Pero también saben que ese mismo movimiento nos sirve y también al perro para desvincularnos de la burocracia emparentada, y salirnos bienaventurados del estrato. Nos comentan:

“Sí, todo animal es y puede ser una manada, pero según grados de vocación variable, que hacen más o menos fácil el descubrimiento de multiplicidad, que contiene actual o virtualmente según los casos. Bancos, manadas, rebaños, poblaciones no son formas sociales inferiores, son afectos y potencias, involuciones, que arrastran a todo animal a un devenir no menos potente que el del hombre con el animal”.

La infestación enriquece las uniones de todos los seres. Así el canino emana todos los diversos devenires que sea posible de hacer o crear. El hombre fluctúa con esas herramientas para emerger diverso, y multifuncional. El Orbe es como también actúa, a efecto de antítesis. Tanto la filiación, como la herencia conducen a una reproducción perenne de lo mismo. La inoculación destruye toda mismidad y se desenvuelve en el performance, más no en la competitividad.  Tenemos que enfatizar que tanto Deleuze y Guattari no están en contra de lo genético y la rotulación; son senderos que también nos traspasan, pero no es por la anáfora como se logra concebir; sino será por las estepas inconsistentes por las cuales engendramos. El perro funcionará en una inagotable de posibilidades, no siendo visto como el amuleto, el acompañante, el compañero. No tan sólo eso. Será un in-animal ejecutor de maquinaria informe la cual haga delirar todo lo que se le cruce. Un espíritu, una descarga, una avalancha. Nos acentúan la pareja de pensadores:

“El Universo no funciona por filiación. Así pues, nosotros decimos que los animales son manadas, y que las manadas se forman; se desarrollan, y se transforman por contagio”.

Cualquier desenvolvimiento –funcione o no- es en provecho de la planificación de lo interminable: un plano, un eje, un pivoteo, una curvatura, etc., es lo que nos interesa, y lo que deberíamos desear en todo momento: reincidir una y otra vez: pues como dicen ellos, Deleuze y Guattari:

“Siempre hay pacto con un demonio, y el demonio aparece unas veces como jefe de la banda, otras como Solitario al lado de la banda, otras como Potencia superior de la banda. El individuo excepcional tiene muchas posiciones posibles”.

El perro orbícula en la anormalidad. No aquella que se designa en la degradación o el desdén. Es en los trayectos limítrofes con los que se mueve insistiendo. En la calle, en el bosque, en las tierras áridas, en las zonas gélidas; es un fuera de lugar no por equivocación, sino por vocación. Lo polifacético es la superficie-infinita con la que se desliza el can, para lograr el advenimiento. Fluir de un concepto-territorio a otro. Por eso la casa que habita es tan sólo una rúbrica que le da asignación, pero que no lo somete. Lo múltiple, el devenir, lo anormal, son tan sólo herramientas para su existencia, con las que conjuga y resurge. Lo acentúan los franceses, aludiendo:

“No debe extrañarnos, hasta tal punto el devenir y la multiplicidad son una sola y misma cosa. Una multiplicidad no se define por sus elementos, ni por un centro de unificación y de compresión. Una multiplicidad se define por el número de sus dimensiones, no se divide, no pierde o gana ninguna dimensión sin cambiar de naturaleza. Y como las variaciones de sus dimensiones son inmanentes a ella, da lo mismo decir que cada multiplicidad ya está compuesta por términos heterogéneos en simbiosis, o que no cesa de transformarse en otras multiplicidades en hilera, según sus umbrales y sus puertas”.

Son las oleadas: derrames y vaivenes los que dan la pauta-variación dependiendo la celeridad o lo inerte por lo que el ente sea transgredido y por los que se pasa sea cualquiera su dirección. Nunca hay que precipitarse al juicio, pues ello es lo que asesina a la vida. La cierra. La anquilosa.

Aquí tan sólo diremos que la Historia sirve para mostrar lo que el corpus-canino es capaz de ir hasta donde le sea posible. Tanto en el enriquecimiento como disminución. De igual manera la abundancia de las razas es la manera visible que exhibe la plasticidad por la que este curtido. Lo destacan el par de filósofos:

“Nada sabemos de un cuerpo mientras no sepamos lo que puede, es decir, cuáles son sus afectos, cómo pueden o no componerse con otros afectos, con los afectos de otro cuerpo, ya sea para destruir o ser destruido por él, ya sea para intercambiar con él acciones y pasiones, ya sea para componer con él un cuerpo más potente”.

La normatividad, la sistematización, el adoctrinamiento, no dice nada del perro. Es seguro que hay eficiencia, efectividad, practicidad, pero lo que no se debe soslayar es la producción, fructificación y manufactura con las que todo canino cuenta. Ponerlo como amigo de vida (incluso cuando hacemos un juicio para bien) lo encasillamos, y lo petrificamos. Son las diligencias e inmovilidades con las que todo soma afrontará sus devenires, en su apertura para con el mundo.

Delineándose como un pequeño buda o un esgrimidor; ya sea tratando de capturar a la mosca que se le cruce o jugando con su cola, el perro siempre sorprende o conmueve por desbordar su estado canis lupus familiaris.  Porque siendo sabedores que el perro es capaz de emitir el más mayúsculo amor no-humano que sobrepasa la incondicionalidad humana, con ello podemos percibir que atrás de ese ser de cuatro patas hay un Cosmos que nunca se ha de atestar.